El poder de un conjunto histórico
Os sugiero poneros como obligación ir a La Fresneda al menos una vez al año. Las razones son muchas; yo sólo os voy a contar algunas.
Dejad el coche al lado de las piscinas y enfilad la ancha calle que lleva al casco urbano. Pero eso sí, hacedlo con las manos en los bolsillos (o, mejor aún, en la espalda) y caminad lentamente, a paso de pastor. Sin prisa alguna. Dejando que sean las calles las que os guíen.
Echadle un vistazo a la fachada de la iglesia; alcahuetead por El Convent (un enorme convento que ahora es un hotel-restaurante); entrad en el Palacio de La Encomienda si la puerta está abierta (realmente fue un palacio) y llevaos alguna garrafa del mejor aceite de la zona; en la carnicería de enfrente podréis comprar un cabrito delicioso... y que vuestros pasos os vayan llevando hacia la plaza del Ayuntamiento. Pero no lo hagáis por la calzada, sino por la preciosa bajocubierta que, en algunos tramos aún conserva el azulete de años atrás y, en las callejuelas que de ella salen, todavía están suspendidas de unos maderos unas ancianas escaleras usadas para coger la oliva o la almendra, y que todavía cumplen su función.
Cuando lleguéis a la plaza del Ayuntamiento, poneos en medio y girad poco a poco 360º para contemplar un pueblo hecho de piedra: el portal, los tintes renacentistas del algunas partes del ayuntamiento, los arcos que abrazan las puertas de madera... y algún coche. Porque, todo hay que decirlo, en esta plaza siempre hay algún coche (debe ser por el poder mágico de este pueblo, y del que hablaremos más adelante).
El Ayuntamiento se puede visitar (para eso es un ayuntamiento), y alberga algo que tendréis pocas ocasiones de ver: dos cárceles medievales. Una era para ricos y otra para pobres. Que os las enseñe la guía porque, la verdad, es muy muy curioso de ver (la oficina de turismo está abajo, en la calle por donde habéis pasado).
Y ahora, ya sí. Coged aliento y tomaos con calma la subida empinada que por calles estrechas y cuidadas os van a llevar a lo alto del pueblo, a esos misteriosos edificios en los que seguramente os habréis fijado al llegar al pueblo: la ermita, el castillo, y como "otra cosa" en medio. La gracia está en ir subiendo por unas calles para bajar luego por otras distintas, así que da igual por dónde empecéis este recorrido "de altura".
Para empezar, el castillo ya no es un castillo. Del antiguo castillo, destruido unas cuantas veces, ya sólo queda un torreón; eso sí, con unas vistas impresionantes de la Comarca del Matarraña que vamos a mantener hasta que bajemos.
Para seguir, la "otra cosa" es el antiguo cementerio, medieval, en el que se conservan unas estelas íberas (¿o celtas?) y, al lado, un aljibe musulmán bajo una gran roca.
El último tramo nos conduce, por un Vía Crucis arreglado, hasta la última loma, desde donde ya realmente se controla todo el Matarraña (podéis ver un montón de pueblos), y donde se levanta la ermita de Santa Bárbara, medio derrumbada tras su reedificación hace cien años, porque las anteriores se las fueron cargando: se cargan una, se construye otra... se la cargan y hacen otra... se la cargan y hacen otra. Así son las guerras.
Aquí arriba podéis estar un buen rato, en la explanada, disfrutando de las vistas, del aire que corre... y del poder, como los Masters del Universo.
Porque habéis de saber que estáis en el centro de un lugar mágico, en el lugar de donde parten líneas de poder hasta el resto de localidades. Y, para describiros este mundo friki (que tiene su encanto), os transcribo la sinopsis del libro de Jesús Avila Granados titulado "Matarraña insólito":
Y, dicho esto, y como se habrá hecho la hora de comer (que, como ya sabréis, es uno de mis mundos frikis), si habéis venido con buena cartera o una visa con fondos os recomiendo hacerlo en el restaurante Matarraña: cocina casera de la zona, ideal para probar cosas deliciosas que no encontraréis en ningún otro sitio (o casi).
Bueno, pues eso, que es un poco caro, pero con tanto poder, tanto poder... bien habrá que darse un homenaje, ¿no?.
Nota: Tenéis más información sobre las líneas de poder o "líneas ley" de La Fresneda en la web de la revista "Más allá".
A Sara, Paco, Añón, Toñito, Ramón, Bernardo... un poco brutos, pero muy buena gente.
Os sugiero poneros como obligación ir a La Fresneda al menos una vez al año. Las razones son muchas; yo sólo os voy a contar algunas.
Dejad el coche al lado de las piscinas y enfilad la ancha calle que lleva al casco urbano. Pero eso sí, hacedlo con las manos en los bolsillos (o, mejor aún, en la espalda) y caminad lentamente, a paso de pastor. Sin prisa alguna. Dejando que sean las calles las que os guíen.
Echadle un vistazo a la fachada de la iglesia; alcahuetead por El Convent (un enorme convento que ahora es un hotel-restaurante); entrad en el Palacio de La Encomienda si la puerta está abierta (realmente fue un palacio) y llevaos alguna garrafa del mejor aceite de la zona; en la carnicería de enfrente podréis comprar un cabrito delicioso... y que vuestros pasos os vayan llevando hacia la plaza del Ayuntamiento. Pero no lo hagáis por la calzada, sino por la preciosa bajocubierta que, en algunos tramos aún conserva el azulete de años atrás y, en las callejuelas que de ella salen, todavía están suspendidas de unos maderos unas ancianas escaleras usadas para coger la oliva o la almendra, y que todavía cumplen su función.
Cuando lleguéis a la plaza del Ayuntamiento, poneos en medio y girad poco a poco 360º para contemplar un pueblo hecho de piedra: el portal, los tintes renacentistas del algunas partes del ayuntamiento, los arcos que abrazan las puertas de madera... y algún coche. Porque, todo hay que decirlo, en esta plaza siempre hay algún coche (debe ser por el poder mágico de este pueblo, y del que hablaremos más adelante).
El Ayuntamiento se puede visitar (para eso es un ayuntamiento), y alberga algo que tendréis pocas ocasiones de ver: dos cárceles medievales. Una era para ricos y otra para pobres. Que os las enseñe la guía porque, la verdad, es muy muy curioso de ver (la oficina de turismo está abajo, en la calle por donde habéis pasado).
Y ahora, ya sí. Coged aliento y tomaos con calma la subida empinada que por calles estrechas y cuidadas os van a llevar a lo alto del pueblo, a esos misteriosos edificios en los que seguramente os habréis fijado al llegar al pueblo: la ermita, el castillo, y como "otra cosa" en medio. La gracia está en ir subiendo por unas calles para bajar luego por otras distintas, así que da igual por dónde empecéis este recorrido "de altura".
Para empezar, el castillo ya no es un castillo. Del antiguo castillo, destruido unas cuantas veces, ya sólo queda un torreón; eso sí, con unas vistas impresionantes de la Comarca del Matarraña que vamos a mantener hasta que bajemos.
Para seguir, la "otra cosa" es el antiguo cementerio, medieval, en el que se conservan unas estelas íberas (¿o celtas?) y, al lado, un aljibe musulmán bajo una gran roca.
El último tramo nos conduce, por un Vía Crucis arreglado, hasta la última loma, desde donde ya realmente se controla todo el Matarraña (podéis ver un montón de pueblos), y donde se levanta la ermita de Santa Bárbara, medio derrumbada tras su reedificación hace cien años, porque las anteriores se las fueron cargando: se cargan una, se construye otra... se la cargan y hacen otra... se la cargan y hacen otra. Así son las guerras.
Aquí arriba podéis estar un buen rato, en la explanada, disfrutando de las vistas, del aire que corre... y del poder, como los Masters del Universo.
Porque habéis de saber que estáis en el centro de un lugar mágico, en el lugar de donde parten líneas de poder hasta el resto de localidades. Y, para describiros este mundo friki (que tiene su encanto), os transcribo la sinopsis del libro de Jesús Avila Granados titulado "Matarraña insólito":
El elevado factor religioso de estos pueblos, desde el Neolítico y la Edad del Bronce, se pone de manifiesto al comprobar la riqueza de enclaves sagrados que hemos podido localizar, repartidos por toda la comarca, enlazados en gran parte a través de “líneas-ley”, que tienen como punto de partida la colina de Santa Bárbara, en la villa de La Fresneda. Son lugares de energía, en donde el visitante puede percibir la fuerza de unas vibraciones relacionadas con el Más Allá. Puntos energéticos que, más tarde, durante los siglos medievales, los magos del Temple y también los perfectos cátaros, supieron recuperar, alzando santuarios en las cimas de montañas sagradas, en la oscuridad y silencio de una gruta natural, o en aislamiento de un valle. Todo ello, y mucho más, ofrece el Matarraña.Así que ya sabéis, si queréis sentir el poder tendréis que ser viajeros, no turistas.
Un patrimonio que hemos logrado recuperar del olvido a través de las evidencias, y que espera la llegada de un viajero –no un turista- capaz de captar estas vibraciones.
Y, dicho esto, y como se habrá hecho la hora de comer (que, como ya sabréis, es uno de mis mundos frikis), si habéis venido con buena cartera o una visa con fondos os recomiendo hacerlo en el restaurante Matarraña: cocina casera de la zona, ideal para probar cosas deliciosas que no encontraréis en ningún otro sitio (o casi).
Bueno, pues eso, que es un poco caro, pero con tanto poder, tanto poder... bien habrá que darse un homenaje, ¿no?.
Nota: Tenéis más información sobre las líneas de poder o "líneas ley" de La Fresneda en la web de la revista "Más allá".
A Sara, Paco, Añón, Toñito, Ramón, Bernardo... un poco brutos, pero muy buena gente.
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