martes, 30 de diciembre de 2014

Ariño (Andorra - Sierra de Arcos)

Un paseo por la prehistoria y por el patrimonio hidráulico
Cosas de las cosas, hace un rato han desfilado ante mis ojos unas fotos de barrancos, con sus ríos, y me han recordado una excursión que hicimos hace algunos años por Ariño, por el Parque Cultural del Río Martín.
Aunque luego he visto que, oficialmente, ahora esta ruta empieza desde el mismo Ariño, en su momento nosotros la comenzamos desde casi el principio del cañón, dejando el coche en una pequeña explanada, un soleado día de finales de octubre.
El sendero, bien marcado, nos lleva en su primer tramo por unas paredes de arenisca en las que se habían formado una especie de cuevas que, por las pinturas rupestres que en algunas había, debieron de servir de cobijo a alguien hace muchos, muchos años. Y, por otro tipo de marcas, algunas también debieron de servir de escondite hace no tantos.
Esta primera parte del paseo nos deja en una explanada junto a las aguas del río Martín, donde se ha habilitado un merendero. es un sitio curioso, dentro del barranco, pues aquí también han aprovechado algunas covachas, en este caso para parideras de algún que otro rebaño de ovejas, corderos, cabras…
Aquí acaba la Prehistoria y, tras cruzar una pasarela, comienza una parte de la Edad Contemporánea.
Una brusca subida nos coloca junto a una canalización de agua y un acondicionado sendero a su lado, unas veces en forma de apañado camino, otras en forma de escaleras, y otras como tramos excavados en roca, a los que ha sido necesario colocar una sirva de seguridad. Las vistas del barranco siguen siendo magníficas y, ya al final, se divisa nuestra meta: una blanca construcción de la que aún tengo dudas de si se trata de una minicentral eléctrica (quieren verse algunos postes de distribución) o un molino (más improbable, aparentemente).
Así, a lo tonto, aún ha sido una excursión algo larga pero muy satisfactoria, regalándonos unas vistas preciosas y un camino muy llevadero.
Es ahora cuando te das cuenta de que, en realidad, tan sólo has llegado a la mitad del recorrido: queda volver.
Por no volver por el mismo sitio, y porque creímos en ese momento que, una vez alcanzada la carretera que une Ariño con Albalate, el camino iba a ser más corto, emprendimos la vuelta por pista, pista y más pista. Y más pista.Y cuando, al fin, llegamos a la carretera, pues ¡toma carretera!. Y más carretera. Fue una vuelta eterna, así que si algún día se os ocurre hacer este camino, procurad dejar un coche al final del mismo, y otro al principio. Vuestras piernas lo agradecerán.
Cuando mucho tiempo después, decía, llegamos al coche, emprendimos la vuelta a Ariño, con alguna parada: un puente colgante metálico sobre el río Martín, y el Santuario de la Virgen de los Arcos, donde pudimos ver pacer a la familia de Bambi.

Y tras esto, ya sí, a Ariño, al bar de la carretera, a beber la tradicional cerveza de fin de excursión. Y luego, cuesta arriba, ver el pueblo, cuesta abajo, coger el coche… y hasta la próxima.







domingo, 30 de noviembre de 2014

Santa Cruz de Nogueras (Jiloca)

Haciéndome cruces
Nos encontramos en Santa Cruz de Nogueras, pequeño municipio de apenas 40 habitantes, al pie de la sierra de Cucalón y junto al río Cámaras.
La carretera separa el núcleo urbano de la ermita de San Bartolomé, del s. XVIII, aunque tras la restauración ya parece del s. XXI. En el casco urbano, la torre de ladrillo de su iglesia se eleva hacia lo alto haciendo gala de su juventud, ya que fue reconstruida tras su destrucción en 1936.
Sin embargo, lo que nos hizo parar fue uno de esos fogonazos que a veces te llegan a los ojos y que hacen preguntarte: ¿lo habré leído bien?. En este caso fue el cartel de entrada al pueblo, que no deja de ser como el de cualquier otro pueblo: cosas que ver, servicios… Pero aquí sorprendió conocer el nombre (¿la advocación?) de su iglesia: “Iglesia de la Invención de la Santa Cruz”.
Esto hace plantearse varias preguntas:
  • Las cruces donde crucificaban a los santos, ¿no son santas, pues?.
  • De todas las cruces que se fabricaban en el Imperio Romano, ¿las santas se fabricaban en Teruel?. Es más, ¿tenían algún formato específico?.
Estas y otras extrañas preguntas afloraron rápidamente, pero como estábamos pendientes de llegar a la hora para comernos un cordero al horno en una localidad cercana, pues tuve que abandonar pueblo y preguntas por el momento.
Y ahora, días después del hecho que nos ocupa, este no-cristiano puede ya autocontestarse, pedir humildemente perdón si alguien se ha sentido ofendido por las dudas anteriores, y compartir con todo aquél que quiera leerlo el resultado de las pesquisas sobre tan curioso nombre de iglesia. Queda así la cosa:
  • La Santa Cruz es la cruz en la que se cree que murió Jesús, y que también se conoce como Vera Cruz. Así pues, las cruces donde murieron los santos y demás acólitos de Jesús, incluido el padre de éste, no eran santas (o, por lo menos, no tan santas, lo cual induce a cierta gradación de la santidad de algo).
  • Hacia el año 326, a la emperatriz Elena de Constantinopla, a sus ochenta años, le dio por buscar la famosa cruz y, a través de métodos cuestionables, acabó encontrándola, conociéndose este hecho como “La Invención de la Santa Cruz”. Así pues, la “invención” de la Santa Cruz fue, en realidad, un hallazgo, un descubrimiento de algo que ya existía. La rueda y la gaseosa, en cambio, sí que fueron inventos.
  • Tras una serie de accidentados viajes, esta cruz acabó en Jerusalén y, en época de las Cruzadas, todo el que iba a dar espadazos a Tierra Santa quería traerse de recuerdo un trozo de esta cruz. Y vaya si se los trajeron: con todos los trozos del santo madero que hay hoy día repartidos por las iglesias, ermitas y demás lugares santos de Europa, Hispanoamérica y resto del mundo cristiano, se pueden hacer varios bosques.
Hala pues, con esto ya me quedo más contento, con mis dudas despejadas, y así la próxima vez que vea una iglesia con un nombre como el de ésta de Santa Cruz de Nogueras, al menos ya sabré de qué va la historia.



lunes, 27 de octubre de 2014

Torrecilla de Alcañiz (Bajo Aragón)

De libros, botánicos y despertadores
En la margen derecha del río Mezquín, y a escasos doce kilómetros de la capital del Bajo Aragón, se encuentra Torrecilla de Alcañiz, ciudad en tiempos protegida por una muralla de la que hoy día no queda nada. Posiblemente, como en otros casos similares, ésta haya pasado a formar parte de los muros de las casas del casco urbano.
Un casco urbano que se ubica en un llano de inviernos fríos y secos, y veranos calurosos pero llevaderos por la piscina y el bar. Un casco urbano más bien llano, ideal para moverse en bici, y un casco urbano del que destaca la iglesia y el ayuntamiento renacentista, con una pequeña lonja.
En Torrecilla de Alcañiz nació José Pardo Sastrón, eminente botánico aragonés que ejerció de boticario por todo el Bajo Aragón. Junto a Francisco Loscos y Bernal se dedico a catalogar minuciosamente la flora de la zona, con especial hincapié en las plantas medicinales (que para eso era boticario). Publicó varios libros especializados, y en Torrecilla completaron un jardín botánico en su nombre, que puede visitarse.
En uno de los muchos paseos que, por suerte, me ha tocado dar por este pueblo, y aprovechando que iba con alguien de allí, pregunté sobre algo que me había llamado la atención hacía tiempo: unas “placas” en muchas de las calles en las que ponía “Copla de los Despertadores”. Yo entiendo por “despertador” una esfera grande con numeritos y saetas, con su ruidoso tic-tac, y que cuando suena mona una escandalera que para qué… o bien una cuadrilla que vuelve a casa de madrugada y no tiene otra faena que ir armando alboroto, a voz en grito a poder ser, entonando cánticos regionales, y despertando a la gente. Casi acierto con esto último.
Me contó la persona en cuestión que, tradicionalmente, Torrecilla de Alcañiz había sido un pueblo de costumbres muy religiosas, tanto que cada calle podía considerarse una “unidad religiosa”, con su hornacina para el santo, sus marcas de vía crucis o, como comentamos, sus paradas de “Despertadores”. Bueno, pues resulta que en tiempos los domingos a primera hora (con la aurora) había misa y, por lo visto, tenía que ir todo el pueblo, así que para que nadie faltara con la excusa de “me he quedado dormido”, un grupo de hombres iba cantando por las calles para despertar a todo el mundo y que fueran al Rosario de la Aurora, que consistía en irlo cantando durante una segunda vuelta por el pueblo. Y luego, a misa.
Pero en uno de esos Concilios Vaticanos que se organizan de vez en cuando pusieron misa los sábados, quitando la de la aurora de los domingos, así que ya no había motivos para levantarse pronto ese día, y a punto (si no del todo) estuvieron de desaparecer estos “Despertadores”. Finalmente, como se lleva mucho lo de recuperar viejas tradiciones, en Torrecilla de Alcañiz han revivido estos “Rosarieros” o “Auroros” (como también se les conoce), aunque ahora más con fines folclóricos que religiosos. Si hasta han grabado un CD…
Para rematar esta historia, no puedo menos que añadir una curiosidad de esas que tanto me gustan; en este caso, sacada del libro “Guía mágica de la provincia de Teruel”, de Alberto Serrano Dolader (que la SGAE me perdone), y que atribuye poderes mágicos a los que leen libros en Torrecilla de Alcañiz. De hecho, cuenta tres casos:
Primer ejemplo: ”Un rebaño iba andando por la calle Mayor. Al llegar a las Yeserías se detuvo,  no había manera de hacerlo andar a pesar de los gritos y los palos del pastor. Levantando éste la mirada vio que en una ventana había uno con un libro, leyendo. Se dirigió a él y lo amenazó con el garrote. El otro paró de leer y el rebaño siguió andando”.
Segundo ejemplo: “Llegó a la plaza un vendedor de vajilla. En una casa vecina había uno leyendo en la ventana. Se apareció una perdiz sobre la vajilla, y los que estaban allí empezaron a dar garrotazos para matarla, pero no pudieron: siempre se escapaba. Hasta que el lector fue visto por el vendedor, que le increpó. El otro paró de leer y desapareció la perdiz. Bajó el lector y pagó el estropicio”.
Tercer ejemplo: “Había uno que se ponía a leer un libro y veía y hacia ver mujeres desnudas”.
Visto el último, casi dan ganas de coger un libro y leérselo en este pueblo.




viernes, 19 de septiembre de 2014

Aguatón (Comunidad de Teruel)

Intento fallido
La altiplanicie sobre la que discurre la autovía de Teruel a Zaragoza luce en septiembre los tonos marrones propios tras la época de cosecha. En este tramo, la lengua de asfalto discurre prácticamente en línea recta, con las escapatorias justas para ir a los pueblos que quedaron pegados a la carretera vieja. De una de ellas se llega a Torrelacárcel y, desde aquí, una carretera secundaria parte perpendicularmente a la autovía y se adentra entre terrenos pardos en dirección a los campos de Visiedo.
Al poco, la monótona llanura se va fundiendo lentamente, imperceptiblemente, con el monte bajo y, casi sin darte cuenta, estás desplazándote entre montes y con un increíble barranco a tu lado. Cuando quieres ver con detenimiento esta impresionante falla holocena, una negra boca de túnel se abre ante ti y te traga, inmisericorde, como en algunas películas de viajeros en el tiempo, hasta que una luz al fondo se va acercando, cada vez más rápido, y acabamos siendo expulsados, arrojados a un mundo entre montañas con un pequeño pueblo en medio: Aguatón.
Atravesamos despacio el pueblo, casi de puntillas, y pasado el lavadero tomamos una pista en dirección a la ermita de la Virgen del Castillo. Había llovido últimamente, la pista se iba embarrando a la vez que difuminando, y acabamos en un campo, al lado de un corral, fuera de camino. El propósito del viaje era subir al Pico Palomera pero, lógicamente, los planes acababan de cambiar. Ni siquiera supimos llegar a la ermita. Media vuelta y al pueblo.
Esta pequeña localidad de apenas una veintena de habitantes y de los cuales no vimos a ninguno, se encuentra a una altitud de 1.225 m. por lo que los otoños deben ser frescos y los inviernos tirando a fríos, buenas condiciones para secar el jamón. La carretera que llega desde Torrelacárcel te deja en la amplia plaza, desde donde prácticamente se puede ver todo el pueblo: casas, merendero, iglesia parroquial…
La iglesia parroquial está consagrada a San Salvador. Barroca, es similar a otras muchas de los pueblos turolenses; pero en esta ocasión la iglesia guarda un secreto a la vista: en la parte lateral han acondicionado un precioso mirador plagado de plantas aromáticas, que ofrecen al visitante una delicia a la vista y al olfato.
Este bello rincón guarda, además, otro curioso secreto a la vista: en un supuesto antiguo acceso a la iglesia, ahora tabicado, está enterrada una persona a quien algún cronista/poeta le debía tener en gran aprecio, pues un breve epitafio cuenta quién fue el difunto, cuándo falleció, y cómo:

"(…) QUIETO Y PACIFICAMENTE 
HASTA LAS DOCE DURMIO 
Y A LAS 3 DE SU MAÑANA 
CADABER SE COMBIRTIO, 
EN ESTE PUEBLO HABITO (…)"

Y hasta aquí puedo escribir. Si queréis saber cómo acaba, acercaos a Aguatón.




sábado, 23 de agosto de 2014

Monroyo (Matarraña)

Jamón y piedra
Comencemos diciendo que el nombre de este pueblo deriva del latín "mons rubeus = monte rojo", y cuya palabra "rubeus" pasó al aragonés "royo". Este color royo proviene de las tierras arcillosas sobre las que se levantan sus casas, y tanto es así que a los del pueblo los apodan "culorroyos" (que creo no necesita traducción). Ya puestos, decir que otro apodo de estas gentes es el de "sucarrats" (que creo que tampoco necesita traducción).
Monroyo es el último pueblo de la provincia de Teruel por el que se pasa para ir a Vinaroz a comer gambas (aunque más adelante está Torre de Arcas, no se pasa por su casco urbano). Monroyo es ese pueblo que tiene en alto un reloj en una sencilla torre blanca que parece que no pinta nada con el pueblo. Finalmente, Monroyo es ese pueblo famoso por sus buenos jamones y que "poco más tiene" aparte de un hostal con bar/terraza y una gasolinera (cada uno en un lado). Y, por cierto, que junto a la gasolinera hay una tiendecica donde adquirir jamones de la zona y otras delicias gastronómicas, y así de paso le mando un saludo a Fernando.
Pero Monroyo es mucho más Monroyo, lo que pasa es que todo el casco urbano se halla en la ladera del monte contraria a la dirección de la carretera, y cuando digo ladera es porque todo el pueblo es una cuesta, y bastante empinada. Una buena vista del conjunto la tenemos si venimos desde Valderrobres / Peñarroya de Tastavins por la carretera A-1414.
Podemos hacer una visita a Monroyo de dos formas distintas: o bien dejando el coche arriba, en el parking junto a la nacional, e ir tirando para abajo (luego será cuesta arriba); o bien dejando el coche en la parte baja e ir subiendo.Yo os aconsejaría esta última por dos razones: la primera es que comenzamos subiendo, con lo que iremos despacio y nos iremos parando con más detenimiento en las cosas que hay que ver para, también, ir descansando un poco; y la segunda es que, acabada la visita, estaremos en la parte alta del pueblo, con lo cual tras echarnos una cerveza en la terraza del bar Guadalope sólo nos quedará bajar (= ir cuesta abajo). Así que, por mi parte, empecemos desde abajo.
Entraremos por el portal de Santo Domingo, donde también se le ha habilitado una capilla al santo y, manos a la espalda y paso de pastor, el recorrido por este pueblo de piedra (como otros muchos del Matarraña) nos llevará por calles con casas señoriales, por curiosas viviendas a las que se accede por soportales, nos acercará a la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y al Ayuntamiento, ambos del siglo XVI, y este último con una tenebrosa cárcel en la planta baja, con tres oscuras celdas conectadas entre sí, y que curiosamente conservan los retretes (tal vez porque también están hechos de piedra).
Cuando ya parece que hemos llegado a lo alto del pueblo, un acondicionado paseo nos conduce a esa pequeña montañera que se veía al venir. Es el Castillo de la Muela, donde en tiempos hubo un castillo en el que se alojaron personalidades como el Cid o Sancho Ramírez. A fecha de hoy no queda nada del castillo, pero sí un excelente mirador de toda la redorada y una torre cuadrángular, blanca para que se vez mejor, con un reloj en cada cara.
Pues hala, que ahora sí que es todo cuesta abajo. Eso sí, habrá que hacer una parada en el bar de la posada Guadalupe (como siempre que se acaba un paseo de este tipo). Y, según qué hora sea, incluso comer; se come muy bien y muy  bien de precio.
Además, Monroyo tiene varias ermitas por sus alrededores; la más arreglada y conocida es la ermita de Nuestra Señora de la Consolación, visible y accesible desde la carretera N-232 que viene de Alcañiz y va a Morella y Vinaroz. Comento esto porque, aparte de que vale la pena parar a verla porque tiene alguna cosa curiosa (como la casa del ermitaño, conchas de Santiago por todas partes…), hace mucho que no meto una leyenda en los relatos, así que ésta es la ocasión.
Ahí va la historia de la ermita:
"La leyenda cuenta que hace mucho, mucho tiempo, un caballero y su fiel montura vagaban por estas tierras cuando una tormentas de nieve, ventisca y frío les sorprendió, haciendo que se perdieran y vagaran sin rumbo fijo. La tormenta arreciaba y el frío era cada vez mayor, así que al caballero no le quedo otra que matar a su caballo y refugiarse en sus entrañas.Cuando cesó la tormenta, el caballero había salvado su vida a costa de sacrificar a su compañero. Entre sollozos, juró levantar una ermita en honor a Nuestra Señora de la Consolación para que futuros viajeros que pudieran correr su misma suerte encontraran techo y cobijo".

Y ahí está la ermita.






martes, 15 de julio de 2014

Armillas (Cuencas Mineras)

De 0 a 200 en pocos años
Recuerdo que, siendo muy crío, mi padre me llevó a Armillas. Sólo tengo el recuerdo del hecho, no de detalles. Han pasado muchos años hasta que he vuelto a este pueblo; ahora tengo recuerdos de detalles, y hasta fotos.
Este pequeño pueblo, situado a 1.156 m. de altitud, hoy día es una pedanía de Vivel del Río, y se accede a él por dos sitios: uno, casi desde el propio Vivel, por una carretera horrorosa que en tiempos debió estar bien asfaltada, y a la que llaman "la carretera de las cien curvas" (ya os podéis imaginar porqué); y, por otro, desde la carretera que une La Hoz de la Vieja con Utrillas, por una pista sin asfaltar pero en muy buen estado. De hecho, esta última es el acceso "normal" a Armillas, e incluso la parada del coche de línea que viene y va a Zaragoza está aquí.
Sin duda, por lo que más se conoce a Armillas es por sus minas de sal. Elemento muy codiciado, estas minas ya fueron explotadas por los romanos, y su actividad duró hasta 1966. De hecho, el propio nombre de la localidad, según los expertos, viene de Almure, que significa salado, y que por deformación derivó en Almyrillas, que significaría saladillas, y de ahí al actual Armillas.
Desde hace 500 años a esta parte la población de Armillas se ha mantenido más o menos estable: entre 150 y 300 habitantes. Tras la guerra civil, el pueblo va perdiendo población, llegando a tener 50 habitantes en 1970, y quedándose despoblado en 1980.
¿Despoblado?. No. Hay quien dice que, aún en los peores momentos, hubo dos personas que no se movieron de Armillas, que se resistieron a dejar sus casas, y que por eso a los del pueblo los llaman "cachurros" (porque todos sabemos lo que son los cachurros, ¿no?).
Hoy día, aunque en invierno sólo haya una docena de vecinos mal contados (como en muchos otros pueblos de Teruel, y en algunos con suerte), el verano llena las calles de Armillas de gente, revitalizando este abrigado pueblo que, así como el que no quiere la cosa, fue testigo del paso por sus calles de Asdrúbal y Aníbal, allá por el siglo III.





miércoles, 2 de julio de 2014

Palomar de Arroyos (Cuencas Mineras)

Memoria de peces
Comenzar a escribir sobre Palomar de Arroyos es rescatar de la memoria una época lejana, un tiempo pasado en el que, con 13 o 14 años, comencé a trabajar en la pescadería de Utrillas los días de vacaciones escolares para así sacarme algo de dinero. La pescadería la llevaban unos tíos/primos, Enriqueta y Pedro (los parentescos en los pueblos no siempre coinciden con las definiciones de la Real Academia de la Lengua). Con ellos bajaba al Mercazaragoza a por pescado, repartíamos por todos los bares de la redolada, suministrábamos a las pescaderías de Montalbán, Martín del Río... y, una tarde a la semana, se cargaba el camión o la furgonetilla para ir a Palomar a vender el pescado en la plaza. Y, a veces, iba yo.
Buena época, hasta los 18 o 19 años. Se trabajaba, y duro. Madrugones, olor a pescado que no se iba ni con dos duchas, noches frías en invierno... pero todos los recuerdos que tengo son buenos: los bares, la gente, el poder pagarme mis vicios y algo más, las actividades extra-pescateras, las risas, el cocinar gambones o limpiar bonitos, el hacer coronas fúnebres o adornar coches de boda... le dábamos a todos los palos.
En fin, a lo que íbamos. Cuando me tocaba ir a Palomar solía ir con la Enriqueta o Pedro, y a veces con la Malena o la Mercedes. La carretera, a partir de Escucha, se convertía en una "mala carretera" que más tiraba a pista que a otra cosa, y en más de una ocasión bromeábamos de que los peces iban a salir disparados y tendríamos que echar la tarde recogiéndolos por las cunetas. Pero no. Siempre llegaban todos (también es verdad que ni los contábamos antes ni después). En la plaza de Palomar, con unos tablones y unas cajas, se montaba el mostrador, se colocaba el pescado, se echaba el bando (fundamental), y a esperar (no mucho) a ver aparecer a las vecinas. Durante la hora punta de la tarde, la plaza con el tenderete de peces se convertía en un foro romano, donde las ciudadanas (mayoría) exponían, debatían y solucionaban los problemas de la comunidad. Vamos, que aparte de ir a comprar pescado se acercaban a la plaza a alcahuetear, como en todo pueblo y comercio de pueblo que se precie.
Cuando ya comenzaban a decaer tanto la tarde como las ventas, se comenzaba a recoger el género, se volvían a ordenar las cajas en el vehículo, se atendía a la señora que venía a última hora (siempre había una), y nos volvíamos a Utrillas por la pista, donde de nuevo se descargaba el pescado y se guardaba en las cámaras.
Con el verano venían también las fiestas de todos los pueblos de la redolada y, lógicamente, no te podías perder ninguna (o, por lo menos, las menos posibles). Siempre había alguien que, haciendo dedo, te llevaba; y siempre había alguien que te traía. Palomar de Arroyos no era una excepción. Eso sí, pocos recuerdos tengo yo de esas fiestas (y no tiene nada que ver con la senectud), y la mayoría son de comentarios de las clientas los martes en la pescaderia, del tipo: "Pues te vieron en las fiestas de... y anda, que ibas fino...". Comentario al que no podías replicar nada porque tenía todos los aires de ser verdad. Y es que (ya me fastidia contradecir a Einstein) hay algo más rápido que la velocidad de la luz, y es la velocidad de los chismorreos entre los pueblos. Y no digo ya nada de las noticias en el mismo pueblo, donde a veces mis padres se enteraban de lo que había estado haciendo, incluso antes de aparecer yo por casa).
Pues esto es lo que tenia que contar de Palomar de Arroyos. Hoy día, es un pueblo muy arreglado, comunicado por amplias carreteras tanto con Castel de Cabra como con Escucha, con su iglesia en lo alto y sus calles siguiendo las curvas de nivel de la montañeta donde se ubica el casco urbano.
¡Ah, y una cosa más!. Que sepáis que hasta 1916 el pueblo se llamo, simplemente, Palomar. Pero como ya debíamos estar muchos "Palomar", se le añadió la coletilla "de Arroyos" que, según los estudiosos, proviene de la palabra hispánica arrugia = galería de mina. No podía ser de otra forma.

Agradecimientos: a Enriqueta y Pedro (que no mereció irse como se fue), a mi prima Mercedes, a la Malena la Nuri y a mi primo Pepe, a Juanjo (que nos dejó demasiado pronto), y a mi tía Virginia, a quien nunca olvidaré.





viernes, 20 de junio de 2014

Lanzuela (Jiloca)

Un par de huevos fritos
Tras una excursión por la Sierra de Cucalón en la que el tiempo nos había gentilmente respetado, al final no pudo más y todos los avisos que había ido mandando en forma de negros nubarrones y sonoros truenos desembocaron en una buena tormenta. Pero, como digo, ya estábamos a salvo, por lo que en nuestras cabezas sólo había sitio para una cosa: meternos entre pecho y espalda un buen par de huevos fritos que, por otra parte, tan bien nos habíamos ganado.
No encontramos el capricho en Cucalón y, aunque con pocas esperanzas, decidimos entrar en Lanzuela junto con la lluvia que no cesaba.
Situado a unos 1.000 m. de altitud, no es de extrañar que en este pequeño pueblo de 32 habitantes, y final de carretera, para llegar al bar tengas que conocer su patrimonio: el ayuntamiento con su trinquete y la iglesia parroquial de San Julián, barroca. Al lado de ésta está el bar.
Perdón: EL BAR, con mayúsculas, pues nada más entrar los ojos se te van detrás de la barra, donde una enorme pizarra indica que no te vas a ir de ahí con hambre si no quieres. ¡Quién lo iba a decir!. Buenos parroquianos y buen camarero, además. Tras intercambiar cuatro frases, el hombre se pone un delantal y marcha para la cocina todo pito. Y a mí estas cosas me dan mucha confianza.
Así que, mientras fuera seguían cayendo chuzos de punta, Marta y yo nos apretamos los tan esperados huevos fritos con longaniza. Buenísimos.
¡Ah, y un café!.



lunes, 16 de junio de 2014

Bronchales (Sierra de Albarracín)

Organizando un fin de semana
Permitidme, en esta ocasión, hacer un poco de cicerone pues la propuesta es pasar un fin de semana tranquilo pero ocupado, en contacto con la naturaleza pero en un núcleo urbano con servicios y, como siempre, en nuestra querida provincia de Teruel, esa gran desconocida (aunque cada vez menos, afortunadamente).
Así que vayámonos a Bronchales, un pequeño pueblo de la Sierra de Albarracín, en pleno Sistema Ibérico, a 1.569 m. sobre el nivel del mar (llevaos algo de abrigo, aunque sea verano) y en medio de uno de los pinares más densos y más bonitos de la península ibérica. Vamos allá.

Viernes tarde/noche: Llegada
En Bronchales hay unas cuantas casas de turismo rural, un hotel y un hostal (al menos). Nosotros estuvimos en el hostal Isabel: trato familiar, comida casera, unas habitaciones normales (total, para dormir y ducharte…), bar en la parte de abajo, y precio muy asequible.
Si llegáis por la tarde-noche, y más en uno de esos días cortos en los que se hace de noche enseguida, no haréis ya gran cosa: aposentaros, dar una vuelta por el pueblo (tranquilos, hay bares), cenar y poco más.
Si, por el contrario, lleváis pensado llegar a primera hora de la tarde, antes de entrar a Bronchales veréis un desvío a mano derecha que os lleva, por una pista accesible para todo tipo de ven´culos, a un singular paraje repleto de celadas, como las llaman por estos lares. Estas "celadas" o "dolinas" (como se denominan en otros sitios) son unos hundimientos de tierra que acaban convirtiéndose, como es el caso, en unos enormes agujeros en el terreno. Podemos adentrarnos, como digo, un buen tramo en el vehículo; luego, es simplemente pasear por entre este curioso fenómeno geológico. Hay que verlo.

Sábado: Excursión y turismo local
El sábado no hay que madrugar. Con levantarse para estar a las 9 o así desayunando, basta. Porque la actividad principal va a ser una excursión a Sierra Alta, uno de los montes más emblemáticos de la zona y buen mirador del entorno.
La mochila se hace pronto: algo de abrigo (a estas altitudes, aunque sea verano no te puedes fiar), algo para picar y/o un bocadillo y algo de agua, aunque en este último caso con llevarse el envase vale, pues en los alrededores de Bronchales hay más de cuarenta fuentes (todas con un buen chorro), y pasaremos por más de cinco.
A la cima de Sierra Alta casi se puede llegar en coche. Ni se os pase por la cabeza esta opción, o echaréis a perder el fin de semana. Hoy el coche queda aparcado para todo el día.
El camino a Sierra Alta arranca desde la parte más alta del pueblo, al lado de la carretera, indicado por un cartel y junto a la fuente del Chorrillo. El sendero, de itinerario circular, está balizado como PR-TE-131 y, aunque poco marcado en algunos tramos, el camino es fácil de seguir si estamos atentos. 
Remontamos el barranco de la Rambla Cavera, pasando por la fuente del Pilar y otra más (¡como para acordarse del nombre de todas!), y al cabo de un rato llegamos al paraje de Las Corralizas, siempre entre pinares. Este curioso prado nos va a permitir tener unas primeras vistas del terreno si hacemos un poco el cabra por entre las blancas rocas que lo delimitan en parte. Este primer tramo es todo verde, todo naturaleza, y si ha llovido hace poco da gusto ver el agua manando a todas caras. Además, la gente que sea aficionada a las setas tendrá un aliciente añadido, pues Bronchales es bien conocido por su excelencia micológica.
Desde Las Corralizas, cruzamos la carretera que va a la Fuente del Canto y a Orihuela y cogemos la pista (o seguimos paralelos a ella, por entre los pinos) que, en suave subida, acaba en unos paneles indicadores que marcan dirección a Fombuena.
Nosotros tiraremos aún un poco más, repecho arriba, hasta llegar a la cima, donde un ajado cartel nos indica que hemos llegado a nuestro destino: la despejada cumbre de Sierra Alta, a 1.856 m. de altitud. Ya sólo nos queda mirar alrededor, admirar la frondosa carraca con el buzón correspondiente y el no menos intrigante árbol seco cercano, sentarnos a picar algo y respirar aire puro el rato que haga falta. Bueno, y si se tercia, echar un cigarro.
Cuando decidamos empezar a volver, descenderemos el último repecho subido, de nuevo hasta el cartel indicador que ya vimos a la subida y, en vez de tirar por la pista de la que vinimos, iremos por el sendero de la derecha, hacia la Fombuena.
Si el sendero de subida era agradable y llevadero, éste lo es más; incluso más bonito. Y, además, ya es todo cuesta abajo. Eso sí, prestad atención a las marcas del camino pues en algunos puntos del denso pinar no es fácil localizarlas.
Este camino de vuelta nos lleva por más fuentes, más pinos, campo abierto… y nos introduce de nuevo en Bronchales por la puerta de atrás, donde se está levantando una urbanización. A falta de una cerveza fresca y una ducha, ya hemos completado la excursión de hoy.
El resto del día, hasta la hora de cenar, lo echaremos dando una vuelta por el pueblo. Podemos comenzar acercándonos hasta el merendero que hay al principio de la rambla, con su río y su fuente de aguas ferruginosas, de esas que echas un trago, pones cara de desagrado, y luego repites. Desde aquí, una senda nos lleva en fuerte subida hasta la parte más alta del pueblo, y bajando hacia la plaza siempre podemos hacer un alto en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVI, con sus esquinas levantadas con ladrillos rojizos, color que se acentúa al atardecer, cuando los últimos rayos de sol dan directamente sobre la fachada principal.
También podemos visitar la ermita, pero a la cita que no podemos faltar de ninguna de las maneras (y esto hay que apuntarlo bien, y remarcarlo) es a hacerle una visita a Paco, en su nave de Jamones Bronchales. Maja persona, le podéis pedir que os enseñe cómo curamos los jamones en Teruel, según el método tradicional, y que os haga una demostración del proceso si no va muy liado. Los jamones más exquisitos de Aragón que he probado han salido de aquí. Y espero seguir catándolos muchos años más.

Domingo: Turismo de alrededores
Para el último día del fin de semana, algo tranquilo: una pequeña ruta circular en coche rodeando los pinares de Bronchales. Se trata de ver únicamente dos pueblos: Noguera de Albarracín y Orihuela del Tremedal.
En el primero, pequeño, no podremos evitar "jugar" a adivinar fechas y días de la semana fijándonos en el Almanaque de San Román que adorna la fachada principal de su iglesia. No es fácil.
Orihuela del Tremedal es más grande, y aquí sí que podréis echar un buen rato paseando por sus empinadas calles, viendo "la reja más bonita de la Sierra de Albarracín" y, subiendo a la ermita, parar a echar fotos a los ríos de piedras. La ermita del Tremedal es un excelente mirador a la par que un encantador entorno natural.

Pues con esto ya hemos completado un fin de semana diferente: natural, cultural y gastronómico. Ya sólo queda volver a casa con esa sonrisa que se queda en la cara cuando has disfrutado de algo. ¡Buen regreso!.


A Carlos B., que creo que era esto lo que me pidió.






lunes, 12 de mayo de 2014

Huesa del Común (Cuencas MIneras)

Recuperándose poco a poco

Entonçes se mudo el Cid | al puerto de Alucat,
dent corre mio Çid | a Huesa e a Mont Alvan;
en aquessa corrida | .x. dias ovieron a morar.

Así reza uno de los fragmentos del Cantar de Mio Cid, recordando aquellos tiempos de reconquistas en los que Rodrigo Díaz de Vivar campaba por estas tierras, ya luchando contra el moro, ya desafiando a reyes cristianos. Y es que Huesa jugó un importante papel en la historia del Reino de Aragón (no todo el mérito iba a ser oscense), pues llegó a integrar diez pueblos bajo lo que se conoció como "El Común de Huesa". Más tarde, Ossa (que era el nombre antiguo de la localidad) y su Común se integraron en la Comunidad de Aldeas de Daroca, formando todo este territorio la Sesma de Honor de Huesa.
He parado varias veces estos últimos años en Huesa del Común, y tengo que decir que cada vez veía mejor el pueblo. La primera vez, una vieja carretera flanqueada por un cansado cartel anunciando e pueblo, y por unos desordenados contenedores de basura y un par de casas abandonadas, me dio la sensación de que éste iba a ser otro pueblo al que le quedaba poco. Pero un breve paseo por sus calles me descubrió que aún conservaba un cierto aroma medieval y, como contrapunto moderno, hacía poco que habían arreglado un local que ya era bar y que en breve llevaban idea de dar comidas también. Había una pequeña chispa que quería comenzar a arder.
Otra de las veces íbamos a hacer una excursión que salía de una arreglada zona de recreo, con puente medieval. Aunque el día era claro, la ventolera y lo poco señalizado del  camino nos hicieron abortar la misión al cabo de un rato de caminar; pero a cambio descubrimos que acababan de acondicionar una vía ferrata que, por una ladera caliza, acababa en el castillo. Mis compañeros se animaron a subir; los que tenemos algo de vértigo preferimos dar un rodeo y subir al castillo por el camino normal. Construido en los siglos XII y XIII, el castillo de Peña Flor fue una muy importante pieza en el juego de las reconquistas que hemos comentado. Al final, este castillo se lo cargaron en el siglo XIX con tanta guerra: la de la Independencia, las carlistas... también la modernidad descubrió el castillo, y algún gracioso ya había hecho en sus sólidas paredes las correspondientes inoportunas pintadas con spray. Desde ahí arriba aún parecía discernirse algo de su pasado amurallado y, desde abajo, la iglesia barroca de San Miguel (s. XVII) seguía en pie (y con trazas de aguantar aún muchos más años), alguna casa comenzaba a arreglarse, y comimos e el bar.
Una visita posterior a este pueblo al lado del Aguasvivas confirmó su recuperación: las casonas solariegas del s. XVI, ayuntamiento incluido, se estaban restaurando; habían abierto vías de escalada y ferratas, colocando a Huesa del Común en el mapa de las zonas de escalada del Sistema Ibérico, y hasta el cansado cartel anunciando el nombre del pueblo parecía lucir más orgulloso. Que así sea.




miércoles, 9 de abril de 2014

Alacón (Andorra - Sierra de Arcos)

El barranco del Mortero
Pues dicho y hecho. Aprovechando el miércoles de la cincomarzada en Zaragoza, nos llevamos a dos de los tres sobrinos de excursión. Al barranco del Mortero, que ya lo habíamos dejado en "cosas pendientes".
Una buena previsión, a la larga más que acertada, hizo que comenzáramos la excursión desde la cabeza del barranco, espectacular por sus pinturas (que sólo César decía ver), sus cuevas, el lugar que, en tiempos de lluvias, debía desplomar una hermosa cascada y, en fin... por la belleza misma del rincón en sí.
Desde aquí, la excursión se convierte en un agradable paseo de suave bajada. Poco marcado, el camino no necesita nada pues el propio barranco te va guiando, paso a paso, por las trazas del sendero que discurre parejo al riachuelillo que se debe formar en días de tormenta fuerte.
El barranco es un escenario natural para abrir la imaginación; igual puedes estar en una película del oeste que, expectante, esperar que un animal prehistórico salga de alguna cueva. El entorno es fantástico.
Poco a poco, el barranco del Mortero se va abriendo; las miradas hacia arriba cada vez son menos y el camino pedregoso cada vez es más ancho. Hemos visto todo tipo de rocas, buitres y otros pájaros, César ha visto un fósil, Elena se ha manchado con una oliva madura, y todos nos hemos frotado las manos con las matas de romero que tanto abundan. Toda una experiencia para unos niños que, en la ciudad, pocas o ninguna de estas cosas tienen ocasión de conocer de primera mano.
El regreso nos vuelve a meter en la garganta del barranco; la airera no cesa y cuesta encontrar un lugar recogido donde dar buena cuenta de la comida, pues la excursión nos ha abierto el apetito a todos. Encontrado el lugar, y dando buena cuenta de la tortilla y los embutidos, ya sólo queda subir de nuevo la empinada cuesta que bajamos al llegar. Arriba el viento es aún más fuerte, así que da juego para que los críos y los no tan críos enreden un rato más antes de volver a meternos en el coche.
La siguiente parada es en Lécera, en el bar de la gasolinera, a tomarnos una cocacola, unas fantas y una jarra de cerveza. Que todos nos lo hemos ganado, qué caramba.




miércoles, 2 de abril de 2014

La Puebla de Híjar (Bajo Martín)

La Vía Verde
Fugaz la visita a La Puebla de Híjar, donde un poco de cabezonería nos llevó al Barrio de La Estación, al lugar donde el día 23 de octubre de 1882 el rey Alfonso XII colocó la primera piedra de la vía ferroviaria de Val de Zafán, que comunicaría la localidad con Tortosa y el mar. Hasta 1973, convirtió el pueblo en uno de los más prósperos del Bajo Aragón histórico.
Ahora queda la monumental estación y alguna vieja máquina arreglada para hacer de monumento/recuerdo de tiempos mejores y pasados. La tardía hora del día de invierno que fuimos, junto con las grises nubes que amenazaban tormenta, daban al conjunto un aire triste, casi decadente, pero con una chispa de nostalgia que parece saltar cuando te imaginas semejante edificio mirando hacia el este. Hacia el mar.
Ahora La Puebla de Híjar son tres núcleos: el Barrio de la Estación, la Venta del Barro (el polígono, donde se almuerza estupendamente) y, sobre la colina, vigilante, el núcleo urbano.





domingo, 9 de marzo de 2014

Alacón (Andorra - Sierra de Arcos)

Cuevas de hospitalidad
Tras conocer Blesa y su entorno, como aún era pronto para regresar a casa decidimos, en uno de esos días "colgados", tomar la carretera que sale entre Lécera y Muniesa en dirección a Alacón, a ver qué había por ahí. Era una de esas horas jaulas, concretamente la de después de comer, y la llana y solitaria carretera traía consigo algo de modorra. Así que, en una campa que vimos con maderas y lo que parecían unos carteles, decidimos parar y tomar un poco el aire para despejarnos (que, por cierto, soplaba bien ese día).
Esta vez, nuestro sorprendente Teruel rompió con el llano por el que veníamos, ofreciéndonos bajo los pies un impresionante cañón, profundo, largo y estrecho. Y abrigo de varias pinturas rupestres, a las que nos acercamos, y en la que nuestros inexpertos ojos no distinguieron nada a pesar de tener delante un esquema con la localización de los dibujos. El resto del barranco, a tareas pendientes.
Luego, lógicamente, nos acercamos al pueblo, curiosamente distribuido sobre una pequeña montaña: cara sur, el casco urbano; cara norte, agujeros que horadan los cimientos del casco urbano en forma de casas/bodegas. Una pequeña Tierra Media con calles/sendas que unen estas viviendas, unas mejor cuidadas que otras, pero todas con trazas de sitios donde pasar un agradable rato. De hecho, en más de una ya se habían reunido grupos de gente que, con brasa, vino y buena conversación, no iban a necesitar nada más durante un buen rato.
Subimos por un lado y bajamos por otro, con parada en el alto, donde la plaza de la iglesia hace de excelente mirador.,
Ya nos íbamos a volver cuando un sistema automatizado de riego en un huerto me llamó la atención (ya veis, en lo que nos entretenemos algunos). Y mirando el susodicho huerto estábamos cuando apareció el dueño, un vecino no muy mayor con el que enseguida cogimos capazo. Él nos contó su vida, nosotros parte de la nuestra… él se ofreció a enseñarnos su bodega y a probar el vino ("la más bonita de todas, seguro que os habéis tenido que fijar cuando habéis pasado" -añadió), nosotros tuvimos que declinar su amable invitación, más que nada porque estas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo ni cuándo acaban, y teníamos que volver a la capital.
Como, por lo visto, no nos podíamos ir de vacío, el hombre aún nos dio una generosa bolsa de almendras ("este año han salido más pequeñas, pero están muy buenas"). Y con las almendras nos despedimos, paramos un momento a ver la balsa empedrada de la ermita de San Miguel, del siglo XVII, y ya cogimos rumbo a casa.
Las almendras, efectivamente, estaban bien buenas. Muchismas gracias, de nuevo.