lunes, 30 de diciembre de 2013

Orihuela del Tremedal (Sierra de Albarracín)

Naturaleza, patrimonio, historia y leyenda
Vayáis a Orihuela por donde vayáis, seguro que es atravesando extensos y densos pinares, principalmente de la variedad albar. Hoy día, la madera es uno de los recursos naturales de la localidad, acompañada (¡cómo no!) por la recolección de hongos y setas cuando es época.
Una primera panorámica del pueblo la podemos tener desde la gasolinera, antes de meternos en la plaza, que será un buen lugar para dejar el coche, nada más pasar el río Gallo, hábitat de la trucha común y solaz de pescadores.
Orihuela del Tremedal fue declarada Conjunto Histórico Artístico en 1972, y no es de extrañar pues basta con mirar alrededor para admirar las casas señoriales, comenzando por el propio Ayuntamiento y acabando con (perdón, "en") la mansión de los Franco Pérez de Liria, en cuya fachada se encuentra (y cito casi literalmente) "la mejor y más bonita reja de la Sierra de Albarracín".
Ya que fueron los caballeros del navarro Pedro Ruiz de Azagra quienes por estas tierras reconquistaron la taifa de Albarracín, es lógico que dejaran huella a su paso por aquí, y esa huella se traduce en el culto mariano de la Virgen del Tremedal y en la advocación de un santo riojano: San Millán de la Cogolla, al que se le unió el nombre del río Gallo (por alusiones) y la fuente del Gallo, a su vera.
Por las empinadas calles llegaremos, pues, a la iglesia parroquial de San Millán de la Cogolla, una enorme mole arquitectónica que resalta con creces sobre el resto del pueblo, y a cuya edificación le pega más ser una catedral que una iglesia. Si os la encontráis cerrada, como nosotros, habrá que conformarse con las vistas desde el excelente mirador que su ubicación ofrece, con leer (al que le apetezca) la lista de los "caídos por la patria" (tan extendida por los pueblos de Teruel) y, si paráis cuenta, veréis que en una piedra sillar de las que forman una esquina del edificio ha sido convenientemente tallada para que podamos saber la hora cuando no está nublado. Sí, es un reloj de sol.
Esta iglesia, declarada Monumento Nacional, parece ser que se construyó en tan sólo cinco años (entre 1770 y 1775) y, por si en Orihuela no tuvieran bastante con "la reja más bonita de la Comarca", y los "Ríos de Piedra más espectaculares del mundo" (luego os digo lo que son), la parroquial de San Millán es "la más hermosa del barroco de la provincia". Si es que no debemos tener abuela...
Fuera ya de este casco urbano de casi 600 habitantes, una carretera nos conduce por la hospedería y nos lleva a visitar, por un lado, unas curiosas vertientes de piedras a las que, originalmente, llaman "Ríos de Piedra" y que, debido a sus dimensiones, parece ser que constituyen unos de los más espectaculares a nivel  mundial. ¡Será por piedras en Aragón!. Continuando hasta el final de la carretera, llegamos a nuestro último objetivo: el Santuario de la Virgen del Tremedal, cuyos orígenes se remontan a los siglos XII-XIII y cuyo templo actual es del siglo XVIII, aunque al final se inauguró en 1884 por culpa de la Guerra de la Independencia (suceso del que ahora nos ocuparemos).
Varias cosas hay que contar del Santuario:
1) La primera, que es un excelente mirador de los Montes Universales ya que estamos en los límites de las provincias de Guadalajara y Teruel, aunque actualmente está bastante invadido por antenas y repetidores. Y es que la tecnología tiene un precio.

2) La segunda, que durante la Guerra de la Independencia los españoles de la zona se habían hecho fuertes en el santuario, y un general francés, Henriot para más señas, organizó una emboscada para acabar con ellos. Pero los españoles se percataron de la jugada y se retiraron hacia los pinares, dejando al francés con dos palmos de narices. Éste, muy muy muy cabreado, ordenó quemar el pueblo, el Santuario, los pinares y todo lo que se le iba ocurriendo en su personal rabieta. Las consecuencias fueron desastrosas para el pueblo y para la zona, pero los oriolanos supieron reponerse a la catástrofe. Eso sí, imagino que por aquí seguirán acordándose del francés y de su... tropa.
3) La leyenda de la aparición de la Virgen, que más o menos dice así:

A un pastor manco que apacentaba su rebaño por estos lares, en medio de una luz resplandeciente se le apareció la Virgen, que venía con hambre, y le pidió un trozo de torta que, misteriosamente, sabía que el pastor llevaba en su zurrón. Cuando fue a echar mano al zurrón, la Virgen le dijo que con el brazo bueno no, que lo sacara con el que no tenía. El pastorcillo debió pensar que le estaba tomando el pelo, y así se lo dijo. El caso es que, tras discutir un poco, la perra chica fue para la Virgen y el pastor metió el muñón en el zurrón y, a la que lo sacó, llevaba el brazo entero. Y el trozo de torta, imagino.

La historia acaba aquí; ya no cuenta si al final merendaron los dos juntos o si el pastor, directamente, echó a correr al pueblo a contar lo de su brazo nuevo.

No sé a vosotros, pero a mí se me asemeja a la del cojo de Calanda, sólo que cambiando un cojo por un manco...
4) La cuarta, que sepáis que "Tremedal" no es el apellido del pastor ni el de la Virgen que se le apareció, sino "un terreno pantanoso, abundante en turba, cubierto de césped, y que por su escasa consistencia retiembla cuando se anda sobre él" (R.A.E.). No es de extrañar, pues, que la ganadería sea otro de los pilares de la zona.
Y hasta aquí. Ya veis lo que puede dar de sí un día por estas tierras.




miércoles, 11 de diciembre de 2013

Valmuel y Puigmoreno (Bajo Aragón)

Pueblos de colonización
colonizar.
1. tr. Formar o establecer colonia en un país.
2. tr. Fijar en un terreno la morada de sus cultivadores.
colonia (del latín colonia, de colonus, labrador).
1. f. Conjunto de personas procedentes de un territorio que van a otro para establecerse en él.
2. f. Territorio o lugar donde se establecen estas personas.
No es que me haya entrado "vaguitis"; es simplemente que tanto Valmuel como Puigmoreno, además de estar próximos entre sí y ser ambos pedanías de Alcañiz, son muy semejantes en su estructura urbana. Vamos, que para los que no somos de allí, después de haber estado en los dos, si te vendan los ojos, te dan vueltas y te dejan en uno de ellos, te costaría saber en cuál has ido a parar.
Y es que Valmuel y Puigmoreno son dos claros ejemplos de lo que se conoce como "pueblos de colonización", pueblos creados en los años cincuenta (del siglo XX) con el propósito de desplazar parte de la población a zonas de cultivo próximas a poblaciones más o menos grandes (tanto es así, que un centro de interpretación y una estatua -cada cosa en un pueblo- recuerdan sus orígenes).
En este caso, los pueblos se construyeron en la vaguada del río Regallo, actualmente zona de gran producción melocotonera y de vides. Son pueblos llanos, de calles rectas y viviendas unifamiliares, normalmente de un máximo de dos plantas y con amplio patio trasero destinado en sus orígenes a acomodar los animales de labor y de granja, y actualmente reconvertido en garaje/jardín. Las casas suelen organizarse en torno a la plaza principal, donde generalmente se ubican también la iglesia, el ayuntamiento y el médico.
Son pueblos tranquilos, agrícolas y ganaderos (como decía un conocido de San Jorge), con escaso o nulo desnivel en sus calles, merendero bajo pinos... una pocholada de pueblos, vamos. Como de cuento. Me encantan.
Como ya habéis leído, estos pueblos se construyeron a mediados del siglo XX, pero para hacernos una idea mejor de esta época histórica, decir que, en sus orígenes, Puigmoreno se llamó Campillo de Franco, posteriormente Puigmoreno de Franco y, finalmente, Puigmoreno a secas. Similar suerte corrió Valmuel, que en un principio se llamó Alpeñés del Caudillo, posteriormente Valmuel del Caudillo y, tras la dictadura, Valmuel.






viernes, 22 de noviembre de 2013

Teruel (Comunidad de Teruel)

Más cine, por favor
Que me gusta el cine no creo que a estas alturas sea un secreto. Una película que me encantó hace un par de años (y últimamente esto no es muy normal) fue "La invención de Hugo" (EE.UU., 2011), de Martin Scorsese, y ambientada en País, tipo "Amelie". El argumento gira en torno a un niño huérfano que vive en una gran estación de tren, y en un momento dado su historia se entronca con la biografía de Georges Méliès (París, 1861-1938), un pionero del cine que llegó a rodar más de 400 películas fantásticas, muchas incluso coloreadas, y cuyo emblema es el fotograma en el que un cohete "aterriza" en el ojo de la luna. Lamentablemente, parte de ese material se perdió.
Pero Georges no fue el único.
Por los mismos años en que Méliès "jugaba" con el cinematógrafo, un turolense también se dedicaba a lo mismo, a un nivel más profesional y comercial. Otro gran "mago del cine".
Segundo Víctor Aurelio Chomón y Ruiz (Segundo de Chomón, para los amigos) nació en Teruel en 1871 (diez años después de Méliès), hijo de un médico militar aficionado a la fotografía. En un primer viaje a París conoció a la que luego sería su mujer, Julienne Mathieu, que en aquél entonces trabajaba en los talleres de coloreado de los fotogramas de las películas de Méliès; y conoció también el cinematógrafo de los hermanos Lumière. Y ahí ya se le debió liar la cosa.
Tanto se le lió que acabó siendo uno de los pioneros de la historia del cine, junto a los hermanos Lumière, George Méliès y Charles Pathé. Fue director, técnico de iluminación y de fotografía, especialista en trucajes y revelado, y trabajó incansablemente en nuevos descubrimientos técnicos y efectos especiales que luego aplicaba a sus películas.
A caballo entre su base en Barcelona y sus trabajos en la productora francesa Pathé y la italiana Itala Film, el número de los cortometrajes y las películas en que metió mano, de una u otra forma, es enorme.
Rodando en Marruecos contrajo una enfermedad que acabó con él en París, en 1929 (nueve años antes que Méliès), sin darle tiempo a ver la siguiente revolución de su mundo: el cine sonoro.
Y ahora, en la era de Internet, podemos ver algunas de sus películas gracias a los muchos canales de la red. Ahí van algunos títulos interesantes: El hada primavera, El hotel eléctrico, algunos cuentos de Calleja, Los héroes del Sitio de ZaragozaSatán se divierte, Excursion dans la lune, o Cabiria.
 Segundo de Chomón



miércoles, 13 de noviembre de 2013

Moscardón (Sierra de Albarracín)

Viento serrano
Parece ser que esta vez, según los historiadores, lo que parece obvio es cierto, y el topónimo de la localidad proviene del latín "musca = mosca", o moscarda, como llamamos en Aragón (no sé si en el resto de España) a esas moscas negras que les gusta acudir, entre otros sitios, a los jamones colgados que tan bien se curan en estas altitudes. Otras fuentes, más románticas, apuntan a que el nombre proviene de la palabra "mosquera = lugar de moscas", pero también "lugar donde el ganado se tumba a sestear". Ahí queda.
Entre cañones, en el valle del Masegar, y concretamente en lo alto de un cerro en el barranco de El Castellar, se ubica Moscardón, pueblo rodeado de abundantes cursos de agua, fuentes y pinares desde el siglo XII.
Aunque brillaba el sol, soplaba una ventolera serrana bastante fuerte el día que estuvimos, así que la vuelta por este pequeño y arreglado pueblo fue un poco rápida. Sólo vimos un par de personas, del aproximadamente medio centenar de habitantes que normalmente le deben dar vida a la localidad, y nos asomamos al barranco dominado por la iglesia de San Pedro Apóstol, con su torre almenada del siglo XVI sobre el espolón.
El mismo viento que nos llevó nos sacó de allí, para continuar la ruta por esta sierra turolense.
Y no, no había moscas.


jueves, 24 de octubre de 2013

Frías de Albarracín (Sierra de Albarracín)

De atlantes y demonios... pero también de flores y princesas
Existe un libro sobre Teruel de no muchas páginas pero todas muy interesantes; pequeño, pero enorme en contenidos; que editó Ibercaja (mal que me pese hacerles propaganda) allá por el año 93, que he leído de una sentada bastantes veces y que recomiendo a todo el mundo. Se titula "Guía mágica de la provincia de Teruel", escrito por Alberto Serrano Dolader.
El otro día me lo volvía a leer, y como paré cuenta de que había varias historias/leyendas de Frías de Albarracín, y como me consta que a todos nos gusta leerlas (y a mí escribirlas y/o reescribirlas), aquí os dejo mi adaptación de ellas, eso sí, instándoos a leer el libro de A. Serrano.

Historia 1: Mitología
Hay quien sitúa la Atlántida por estas tierras allá por los tiempos antiguos, mucho antes del diluvio, en lo que fue una gran laguna fría. El deshielo rompió la cordillera que la contenía, y las aguas se desbordaron arrastrando con ellas un gigante que sólo pudo frenarse apoyando con un fuerte golpe los pies en la roca viva.
Y ahí siguen sus huellas, para que la historia no olvide a estos habitantes del continente perdido.
Historia 2: Demonología
Algunas partes de los bosques de alrededor de Frías eran dominios del diablo, pequeños reinos de los que los más viejos contaban terribles historias junto al fuego.
Un día un pastor, quizá por despiste, penetró con su rebaño en uno de estos lugares prohibidos. Pronto se empezaron a escuchar sonidos extraños, las cabras echaron a correr en desbandada y, con ellas, el pastor, perseguido por Satán. El pastor era rápido y, al llegar a los llanos, de un salto cruzó el arroyo que hacía de frontera con las tierras del diablo, dejando al demonio plantado al otro lado (pues de todos es sabido que esta criatura no se lleva bien con el agua).
Tal fue la rabieta que pilló Satanás por habérsele escapado el pastor que todavía permanecen en la piedra huellas de las pisadas del demonio, junto a las ruinas de un viejo molino.
Historia 3: Botánica
En lugares frescos y próximos al agua podemos encontrar en Aragón el tejo, un árbol normalmente no muy grande y que guarda cierta similitud con pinos y abetos. Es un arbolillo muy bonito que, sin embargo, segrega un alcaloide llamado "taxina", cuya ingesta puede ser mortal.
Se cuenta que el tejo da una flor que sólo florece en la noche de San Juan, y es visible sólo el tiempo que dura el sonido de las doce campanadas. En Frías de Albarracín, esa noche las gentes intentaban coger "la flor del tejo", pues se creía que quien lo lograra tendría asegurada una vida fácil y placentera. Eso sí, brujas, demonios, hadas y dragones estarían protegiendo la flor, con lo que la tarea no sería fácil.
Historia 4: Leyenda
En tiempos de los moros, uno de los muchos reyes que gobernaban en la península tenía una hija de gran belleza, a la que mantenía encerrada mientras le buscaba un matrimonio ventajoso (ventajoso para él, claro). Lógicamente, harta ya, la princesa logró escapar y ocultarse tan bien que ningún enviado del reyezuelo y ningún adivino consiguió dar con ella.
Pasó mucho, muchísimo tiempo, y una hechicera con más caché que las anteriores le reveló al desolado padre que la princesa estaba bien, que le gustaba ser libre, y que habitaba el pequeño y derruido castillo de Frías de Albarracín.
El rey encolerizado quiso castigar a su hija, pero el cariño que aún le tenía se lo impidió. Y aquí fue donde intervino la salomónica hechicera: "Puesto que ha elegido libertad para ser como el ciervo o el ave, que sufra como ellos también la necesidad: que cuando se acerque a saciar su sed en la fuente que existe junto al castillo en el que habita, se retiren sus aguas".
Así ocurrió, y a la fuente la llaman "La Mentirosa" o "La Burlona", porque de ella tan pronto mana agua como, de súbito, cesa de hacerlo.
Como yo, que ceso aquí de escribir historias de Frías, pero insisto en que leáis entero el libro de Alberto Serrano, pues hay muchas historias como éstas.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Dos Torres de Mercader (Maestrazgo)

Un detalle para con el cartero
Antes de llegar, desde la poco transitada carretera que en tiempos fuera el acceso directo a Castellote, ya se ve Dos Torres de Mercader, en una plana del barranco que lo separa de las aguas del embalse de Santolea. Desde la TE-V-8101 sale el desvío hacia el pueblo, por una carretera aún más "vecinal". No hay problemas para aparcar la furgoneta.
Este pequeño pueblo sólo tiene un par de calles, por lo que en teoría se visita pronto. Sin embargo, bastantes detalles como hornacinas, la iglesia, las casas de adobe, el ayuntamiento con un gran reloj de sol y lonja... y, en el extremo del pueblo, fuera ya de las calles asfaltadas, unas ruinas de lo que en tiempos debió ser un gran edificio, hace que perdamos el tiempo indagando por el lugar, preguntándonos qué podría ser: si una abadía, un convento, una ermita más grande de lo normal... el caso es que, como tampoco vimos a nadie (salvo a un señor, a lo lejos, que estaba en el huerto a lo suyo), a nadie pudimos preguntar, y con esa duda nos quedamos.
Volvíamos por la otra calle cuando de pronto, algo escondido tras una esquina, un ruido de agua nos hizo descubrir un bello rincón: un agradable y restaurado lavadero con techumbre de vigas de madera y palos donde tender la colada. Sitio precioso y fresco que tenía pinta de ser lugar de reunión en días calurosos, pues su cuidado por parte de los vecinos incluía verdes plantas que se notaba tiraban bien.
Marchamos pues la hora ya era avanzada, y nos quedamos con la duda de qué tipo de edificio serían las ruinas que vimos. Yo, además, me quedé con el gusanillo del original nombre del pueblo, así que antes de escribir estas líneas indagué un poco. Y esto fue lo que me encontré:
En un principio, el pueblo se llamaba Las Dos Torres, posiblemente debido a la existencia de dos torres de carácter militar y/o de vigilancia, que nosotros no vimos, y que nada tiene que ver con los hobbits ni con El Señor de los Anillos.
Posteriormente, debido a algún tipo de recorte de esos de comerse las letras y las palabras (tan aragonés), se denominó simplemente Dos Torres. Tiempos postreros trajeron un problema con este nombre: en otras provincias (p.e., Córdoba) había pueblos con el mismo nombre, lo que suponía un engorro a la hora de la distribución de la correspondencia (no sé qué volumen de correo tendrían aquí a principios del siglo XX, pero imagino que no mucho). Así que un buen día el señor D. Manuel Portolés Guillén, más conocido como el Maestro Portolés por ser el maestro del pueblo, solicitó un cambio de nombre, cosa que le fue concedida en 1916, pasando a llamarse el pueblo desde el día 27 de junio de ese año Dos Torres de Mercader.
Lo que ya no he podido averiguar es por qué a este hombre se le ocurrió lo de "Mercader" y no cualquier otra cosa... con la de palabras que hay.






martes, 10 de septiembre de 2013

Arens de Lledó (Matarraña)

Un paseo por la Edad del Hierro
Los túmulos funerarios son enterramientos típicos de los siglos VII y VI a.C., de la Edad del Hierro,y coincidentes con el inicio de la cultura ibérica al menos por esta zona turolense. Al difunto se le quemaba en una pila funeraria y luego sus cenizas se guardaban en una vasija. Esta vasija, y a veces enseres personales, se depositaban en una especie de "caja" construida en el suelo con losas de piedra, y luego se tapaba todo con tierra y más piedras. Este conjunto es lo que constituye un túmulo funerario. Interesante, ¿no?.
A la altura del km. 7, en la carretera que une Cretas con Calaceite, hay una explanada (imagino que ya con las señales de parking correspondientes) donde aparcar el coche. Estamos en el término municipal de Arens de Lledó, y punto central de nuestro paseo funerario ya que, según indica el panel de ruta, podemos iniciarlo tanto hacia la derecha como por la pista que parte a nuestra izquierda. Ambos son caminos de ida y vuelta, por lo que habrá que pasar por aquí una vez más antes de volver a coger el coche para irnos.
Se trata de una ruta cómoda, no muy larga, sin apenas desnivel y perfectamente señalizada, ideal para esos paseos con calma que invitan, además, a contemplar este paisaje típicamente mediterráneo.
La mayor parte de los enterramientos se encuentran junto a la pista, aunque para visitar otros es preciso desviarse algunos metros del camino principal; estos desvíos están indicados y, en este sentido, desde aquí me descubro ante la magnífica labor de limpieza y desbroce de toda esta ruta por parte de las brigadas de la Comarca del Matarraña. Un gran trabajo.
Nuestro recorrido por los enterramientos de la Edad del Hierro se verán gratamente complementados por otros elementos como canalizaciones en roca para conducir el agua de lluvia a pequeñas balsas,peirones, antiguo caminos de herradura... y nos os perdáis una cruz de granito alusiva a la guerra civil que hay en un margen del camino. Sin palabras.
Una vez acabado el paseo, no estaría mal dar una vuelta por el pueblo e, incluso, remojarnos en "El Galeró", unas piscinas naturales que nos ofrece el río Algars (si baja con agua, claro).




miércoles, 7 de agosto de 2013

Pozondón (Sierra de Albarracín)

Ancho es Pozondón
Entre Santa Eulalia y los montes de Bronchales, en la Sierra de Albarracín, una extensa llanura se extiende a lo largo de varios kilómetros de carretera, sorprendentemente en muy buen estado. Pero no nos engañemos, que estamos en Teruel y, aunque no lo parezca, a más de 1.400 metros de altitud. Así que esta preciosa altiplanicie se convierte a lo largo del año en un duro paraje mediterráneo de climas extremos.
Y, en medio de este extenso mar de matorral bajo surge, cual oasis en un desierto, una pequeña población de la que sobresale lo que parece ser una torre defensiva: Pozondón.
Dejamos el coche en la plaza, junto a la fuente con escaleras de bajada y de subida, y próximo al ayuntamiento, elegante edificación típica de la zona, en rojiza piedra rodena y con lonja en la parte inferior.
Debió coincidir la hora del paseo (tarde avanzada) con algún tipo de prueba nuclear por la zona, pues sólo nos encontramos con el mosen (que ya cerraba la iglesia para marchar a otro pueblo, supusimos), y con tres o cuatro gatos. Así que fue una vuelta tranquila... y sorprendente, pues en medio del pueblo nos encontramos, siempre en color rojo, un pequeño recinto amurallado donde está ubicada la torre almenada que se veía al venir (y que, al final, resulta que es el campanario) y la iglesia. El conjunto es raro, curioso de ver y agradable a la vista.
El recorrido por el pueblo termina en el perímetro de éste, desde donde se puede contemplar a todas caras la extensión real de estos Llanos de Pozondón, de dónde venimos y hacia dónde vamos...





lunes, 29 de julio de 2013

Alcaine (Cuencas Mineras)

Zona fortificada, naturalmente
Ya lo he escrito unas cuantas veces en este blog, pero en este caso permitidme comenzar insistiendo: no entréis con el coche en Alcaine (a menos que seáis del pueblo, claro). Procurad dejarlo entre la escombrera (típica a la entrada de muchos pueblos nuestros) y el alto antes de entrar, donde el banco (de sentarse). Aquí he llegado a ver a un autobús intentar dar la vuelta, con una estampa grabada de conductor sudoroso, vecino intentando desmontar un banco ("el banco") para ganar algo de terreno de giro, autobús asomando el morro por el vacío/precipicio... y autobús dando marcha atrás, de culo por la carretera, para girar en la escombrera y quedarse ahí. Así que si no sois del pueblo, dejad el coche fuera, insisto. Bastante habréis hecho con llegar, pues Alcaine es de esos pueblos de fin de carretera que me encantan.
En la confluencia de los ríos Radón (como el elemento químico) y Martín, la torre de la iglesia parroquial de Santa María la Mayor se alza predominando sobre el resto de la población. Una torre que, tal vez por una ilusión óptica personal, parece estar inclinada. Y en este enclave espectacular, cien metros de altura desparraman las casas de Alcaine, sus angostas calles, algunos peirones, una nevera... hasta llegar a los ríos. Un desnivel que hace que, en ocasiones, podamos entrar en algún edificio por una puerta a pie de calle y salir por otra un par de calles más abajo.
El nombre de la localidad viene de la bonita expresión árabe "erq ayu", que viene a significar "lugar donde nace un manantial". Y de estos tiempos de ocupación árabe son también los once torreones y el alcázar, cuya misión defensiva no necesitó de murallas pues la propia orografía del terreno ya cumplía esa misión. Aunque no a todos, sí que hay camino para visitar alguno de ellos, incluso contemplar el embalse de Cueva Foradada y, en ocasiones, ver también los terrenos abandonados de cuando las aguas anegaron estos parajes. Este conjunto de crestas rocosas, situación entre dos ríos, torreones defensivos... hicieron de Alcaine un lugar casi inaccesible, y hoy día lo han convertido en una localidad más bien aislada y con algún que otro problema de comunicación con las localidades cercanas. Aunque, para mí, precisamente es esto lo que le da un toque especial, un lugar "donde perderse".
Y hablando de "perderse", pero sin llegar a tanto, os recomiendo un paseo que enlaza Alcaine con Obón, y que ahora no recuerdo si esta marcado como GR o como PR. El caso es que se trata de un paseo fácil, apto incluso para niños, y que recorre el curso del río Martín. Incluso un pequeño desvío nos vendrá bien para visitar las pinturas rupestres de la Cueva de Marco (creo que ahora hay que pedir la llave, o cita para visita guiada, en el albergue). Pero volvamos a lo del paseo: parte en dirección sur, y va en alto facilitando unas fantásticas vistas del río y su entorno. La senda está bien marcada y, si no queremos llegar hasta Obón, siempre nos podemos quedar en una verdosa explanada a orillas del río, justo cuando la senda gira 90º para subir verticalmente. El lugar se identifica fácilmente pues parece decir la palabra "almorzar".
En todo caso, optéis por llegar a Obón o bien dar media vuelta a mitad de camino, que sepáis que a la vuelta tendréis un bar abierto. Que no es poco.





jueves, 20 de junio de 2013

Mas del Labrador (Matarraña)

Libertarias
De la nacional N-232 que pasa por Alcañiz en dirección a las playas de Castellón sale un ramal a la altura de Las Ventas de Valdealgorfa que, por la nacional N-420, nos lleva a las playas de Tarragona. Tomando esta última carretera, al poco de abandonar Las Ventas es imposible no ver a nuestra derecha, sobresaliendo por entre los árboles, la torre de una iglesia.
Se trata del despoblado del Mas del Labrador / Mas del Llauradó, un pequeño núcleo urbano ahora en ruinas pero que llegó a ser municipio independiente durante el siglo XIX. De hecho, según el Madoz de 1845-1850, en aquél entonces se componía "de 20 casas de mediana construcción formando cuerpo de población, con calles cómodas, llanas y bien empedradas".
Los intensos bombardeos que sufrió durante la guerra civil propiciaron un lento abandono del lugar entre los años 1950 y 1960, quedando en la actualidad casas semiderrumbadas entre la densa maleza que se ha apoderado de las calles. Queda en pie, y bien en pie, la iglesia de San Juan Degollat, posiblemente porque todos los meses de agosto se celebra una romería a este lugar. Cuando os acerquéis por aquí, levantad la vista por la fachada principal de la iglesia hasta dar con el elemento singular que contiene: un doble reloj de sol con marcos azulados y plagado de pequeños agujeros, tal vez como resultado de disparos en el transcurso de la guerra civil. Un precioso reloj de sol.
Sin embargo, el Mas del Labrador es más conocido por servir de escenario de varias películas ambientadas en la guerra civil española, junto con otras localidades del Bajo Aragón - Matarraña como Calaceite, La Fresneda, Alcañiz... imagino que por la parte que les toca. De ellas, quizás la más conocida sea "Libertarias" (1996), de Vicente Aranda, con Ariadna Gil, Victoria Abril, Ana Belén y Loles León en los principales papeles. Lástima que al finalizar el rodaje no dejaran todo como estaba y, así, hasta hace unos años, todavía podía leerse, pintada en grandes letras en una de las paredes de la iglesia de San Juan Degollat, la frase "¡Viva Franco!". Ahora está tapada por un lucido de cemento.



lunes, 17 de junio de 2013

Santa Eulalia (Comunidad de Teruel)

Pobre cría
Santa Eulalia es un pueblo "grande" para lo que es la tónica general de la provincia de Teruel. Dispone de todo tipo de servicios, incluidos varios bancos y/o cajas de ahorros, algo lógico pues concentra gran actividad agrícola e industrial, y está cerca de la capital. Como patrimonio, personalmente puedo destacar: alguna que otra casona, y la Iglesia de la Inmaculada, en cuya construcción intervino Pierres Vedel (el mismo que hizo el acueducto de Teruel y la Mina en Daroca, entre otras cosas), un señor francés que era arquitecto e ingeniero, y que le dio por trabajar en el sur de Aragón allá por el siglo XVI.
Y hete aquí que leyendo el panel informativo de la iglesia (soy gran lector de este tipo de carteles, por la parte que me toca), hete aquí, repito, me encuentro con un episodio de la vida de Santa Eulalia. Un episodio macarra, tirando a gore, que me impresionó bastante. Así que quise saber más acerca de la santa que le dio el nombre al pueblo, y me encontré con un relato espeluznante que pienso compartir, así que ahí va:
Eulalia era una niña cristiana que nació y vivió allá por el siglo III en España, y que a los trece añicos no se le ocurrió ora cosa que fugarse de casa e ir a ver a Daciano, gobernador romano, a echarle en cara las persecuciones contra los cristianos y a decirle que parara de una vez por todas. Éste no sólo le dijo que no, sino que más le valía abjurar de su fe cristiana o se iba a enterar de lo que valía un peine (que ya había peines en esa época). La niña lo debió mandar a cascala y Daciano, lógicamente cabreado pues para eso era el gobernador, la condenó a trece martirios, tantos como los años que tenía. Y vaya si se los aplicó:
1.-Primero la encerraron en una oscura cárcel.
2.-Luego le dieron una buena somanta de azotes.
3.-La pasaron por el potro de tortura.
4.-Aprovecharon para desgarrarle la carne con garfios, estilo Hellraiser.
5.-La pusieron sobre un brasero ardiendo.
6.-Le quemaron los pechos.
7.-Le frotaron las heridas (que a estas alturas ya debían ser muchas) con piedra tosca.
8.-Insistiendo en el tema, sobre dichas heridas le echaron aceite hirviendo y plomo fundido.
9.-La arrojaron a una fosa de cal viva.
10.-La metieron en un tonel lleno de objetos punzantes varios (clavos, hierros afilados, cristales...) y lo tiraron rodando por una calle cuesta abajo.
11.-Fue encerrada en un corral lleno de pulgas.
12.-La pasearon desnuda por la calle hasta el cadalso, donde...
13.-Fue crucificada hasta morir (eso si no llevaba ya rato muerta).
Como queriendo suavizar un poco el final de esta historia, la tradición cristiana dice que en su último suspiro le salió por la boca una paloma blanca (ya, lo que le faltaba), que alzó su vuelo hacia el Reino del Señor.
Y esta es la historia/leyenda de la chiqueta, digna de guión para una película de terror, sangre y vísceras. Y menos mal que Santa Eulalia tenía trece años, que si llega a ponerse chula con 30 ó 40, a Daciano le hubiera hecho falta muchísima imaginación para aplicarle la sarta de castigos.



miércoles, 5 de junio de 2013

Monreal del Campo (Jiloca)

Los ojos del Jiloca
Si bien Monreal del Campo es conocido, principalmente, por su relación con el mundo del azafrán y por la exquisita elaboración de productos derivados del cerdo (bendito animal), no hay que pasar por alto una pequeña joya de gran interés paisajístico y natural, y a la que merece la pena acercarse: "Los ojos de Monreal".
El acceso es desde el propio casco urbano. Nada más pasar el puente, viniendo desde la antigua carretera Teruel-Zaragoza, se tira por la calle de la izquierda (calle Rocasolano). El trayecto es para hacerlo en coche y sin correr, pues a mano izquierda iremos contemplando las huertas que riegan las aguas del Jiloca. Como a unos dos kilómetros nos encontramos con un panel informativo y un área recreativa junto a unas canalizaciones por las que durante años ha estado pasando un agua cristalina: son los ojos de Monreal, el manantial más caudaloso del valle del Jiloca. Tanto es así, que se dice que es aquí donde nace el río Jiloca.
Justo donde se aparca el coche arranca una senda que, en un corto recorrido, nos da una vuelta por este caudaloso humedal, entre un interesante patrimonio hidráulico destinado a canalizar su preciadas aguas. El denso carrizal que abarrota la zona inundada nos acompaña durante todo el camino, junto con chopos, sauces y otras especies vegetales.
En definitiva, un interesante espacio natural al que merece la pena acercarse.




miércoles, 22 de mayo de 2013

Noguera de Albarracín (Sierra de Albarracín)

El almanaque de San Román
Situado en medio de un paraje natural envidiable, las casas de Noguera de Albarracín se apelotonan en el cruce que comunica Bronchales, Orihuela del Tremedal y Albarracín. Rodeado por las altas cumbres de la Sierra de Albarracín y el macizo del Tremedal, el clima es más bien húmedo, así que no es de extrañar que en el pueblo se enorgullezcan de tener más de un centenar de fuentes.
Entre sus casas más bien rojas, característico color rodeno de la zona, destaca la iglesia de San Miguel, del siglo XVIII. La gran fachada que da a la plaza alberga entre la piedra y el barro una chapa de hierro vieja y cansada, mimetizada ya por el óxido y el tiempo con el resto del muro, pero en la que aún se distingue perfectamente una extraña serie de números y letras: es el Almanaque de San Román.
El significado de la serie de letras es fácil: corresponde a las iniciales de los meses del año. La fila de arriba, numérica, corresponde a un valor fijo asignado a cada mes. De esta forma se puede calcular cualquier día de la semana del año en el que estemos, o de alguno un poco anterior o posterior. Para convertir realmente este almanaque en un calendario perpetuo haría falta otra tabla, en la que a los distintos años se les asigna otro valor numérico variable. Pero a buen seguro que en el día a día de los vecinos de Noguera este dato no fuera estrictamente necesario.
Quiero pensar que aún quedan nogueranos (o "judíos", como se les conoce por apodo) que sepan hacer los cálculos de cabeza. Los demás, tendremos que quedarnos admirando el Almanaque de San Román y buscar en Internet su "funcionamiento".




jueves, 16 de mayo de 2013

Torremocha de Jiloca (Comunidad de Teruel)

Subida al Pico Palomera
Siguiendo las indicaciones que nos dio un vecino del pueblo, enfilamos la pista que se dirige a los pies de la Sierra Palomera. Al poco nos apareció, a la izquierda y en un agujero, un circuito de karts en plena ebullición competitiva. Y a continuación, un aeropuerto (pequeño, eso sí, como para vuelos ligeros y paramotores). Nos preguntamos quién (y cuándo) había "escondido" esas cosas ahí... lo que estaba claro es que la mañana comenzaba con sorpresas.
La larga pista atraviesa todo el llano y acaba en la ermita de la Virgen del Castillo, lugar de esparcimiento y punto de reunión de los vecinos de Aguatón, Torrelacárcel y Torremocha de Jiloca. El entorno está acondicionado con una construcción de obra para hacer brasa, mesas de merendero, y fuente, por si queremos coger agua (cosa recomendable). Más o menos aquí dejamos el coche y, chino chano, tiramos por la pista.
Un primer cruce a escasos metros de la ermita nos señala una PR hacia una tejería. Ese es el camino que NO debemos tomar; hay que seguir por el ramal derecho de la pista, en dirección a nuestro objetivo.
Pasados unos corrales ya medio derrumbados, un cartel nos advierte de que la pista se corta, para vehículos, unos 200 metros más adelante. Pero es de broma: a la que llegamos a la sirga que impide el paso de vehículos no autorizados llevamos andados ya un par de kilómetros, más o menos. Así que si os queréis ahorrar este primer paseo, con un coche medio bueno podéis hacerlo, pues la pista está en buenas condiciones.
Unos 4 ó 5 metros más adelante de donde se "corta" la pista, un poste señalizando una PR nos indica que debemos abandonar ésta y comenzar la subida.
La senda sigue las trazas de una barranquera, entre carrascas y quejigos. Comienza con una suave pendiente, continúa con una pendiente algo mayor y, al final, un repecho de fuerte pendiente nos coloca en el collado de la Cruz (la pendiente no nos la quita nadie). Aquí tiramos a la izquierda, ya con una subida más llevadera, hasta llegar al collado de los Picachos, llamado así por los farallones rocosos que ya nos van dando un avance de lo que nos encontraremos al final del camino. Desde aquí, ya vemos el vértice geodésico del pico, así que sólo hay que dirigirse hacia él por el sendero que llanea por la parte de la ladera que queda a nuestra derecha, hasta llegar a los últimos escarpes rocosos que, tirando por donde podamos, nos llevan a la cima: al Pico Palomera. Desde que arrancamos en el poste que nos sacaba de la pista apenas han transcurrido tres cuartos de hora.
Allí arriba, a 1.533 m. de altitud y con el buen día que nos salió. las vistas son impresionantes: por un lado, los campos de Visiedo; por otro, toda la llanura del Jiloca con la Sierra de Bronchales y el Tremedal al fondo, enlazando con la Sierra de Albarracín... y es que ancho es Teruel. Ni Castilla ni nada.
Entre los dos vértices geodésicos, el estándar y otro enorme, con sol y buen tiempo, no podemos sino sentarnos a contemplar esta tierra, cuyos campos de cultivo despliegan una gama cromática impresionante, a jugar a adivinar la gran cantidad de pueblos que se divisan desde aquí, la mayoría junto a la autovía nueva y la carretera vieja, a ver correr la sombra que proyecta alguna nube por las laderas del resto de los montes de la sierra, algo más bajas...
Pero no podemos quedarnos aquí para siempre, lógicamente, y hay que empezar el descenso.
Un camino, por el collado de la derecha, nos bajaría rápidamente hasta una pista que, más adelante, enlaza con el punto en el que tomamos el desvío. Nosotros preferimos volver por donde vinimos, para contemplar un rato más el precioso paisaje.
La excursión nos ha dejado más que contentos y llegamos de nuevo a la ermita con una gran satisfacción, y con la idea de recomendar a todo el mundo este paseíco, apto para los niños, que a buen seguro lo disfrutarán enormemente.
Y así, cada vez que volvamos a circular por la única autovía de España sin áreas de descanso ni gasolineras, señalaremos con el dedo el Pico Palomera y diremos: "Ahí hemos estado".





lunes, 13 de mayo de 2013

Blesa (Cuencas Mineras)

Bien de agua
Decidimos aprovechar un día tonto, como lo fue el 1 de mayo del año del Señor de 2013, miércoles festivo, para acercarnos a Blesa y hacer algo que tenía pendiente desde hacía tiempo: la ruta del agua. Además, con lo que había llovido durante todo el mes de abril y, en particular, los dos últimos días del susodicho, las cosas deberían pintar bien.
El pequeño pueblo de Blesa te recibe con un amplio muestrario de huerta tradicional a orillas del río Aguasvivas. Siguiendo un poco el curso del río, un arreglado camino nos conduce al conjunto azud-Molino de la Cueva, en un estrecho/hocino que, en este día concreto, rebosaba agua por todas partes. El acondicionado paraje es fácil de recorrer, y es curioso observar cómo se solventa el acceso a los huertos, al otro lado de la caudalosa acequia que los abastece de agua, colocando grandes losas de piedra a modo de puentes. Muy pocas veces lo había visto, ya que la modernidad trajo tubos de canalización que acabaron con esta práctica práctica (valga la redundancia).
Lo de la Ruta de las presas históricas del Aguasvivas ya fue otra guerra. Para empezar, la ruta comienza a unos dos kilómetros (¿largos?) de Blesa, en la carretera que conduce a Moneva (menos mal que nos dio por ir en coche). El inicio de la ruta lo marca un cartel que señala una pista, a la derecha. Nos metimos por ahí sin bajar del vehículo, y los primeros 500 m. (o más) transcurren por la escombrera, donde ladrillos rotos, sillas de plástico y, entre otro material, una gran abundancia de colchones usados, nos acompañan sin posibilidad de escapatoria. Al final de la escombrera, por intuición, decidimos dejar el coche y andar por una pista a la derecha, en dirección al río. Buena intuición ya que, al poco de perder de vista el coche, una señal en cada cruce de pistas nos indicaba la dirección hacia nuestro destino: el azud de los arcos.
El camino, en gran parte transitable para un vehículo, transcurre entre pedregosos campos de almendros, en los que los frutos ya estaban bastante avanzados. Un agradable paseo para hacerlo en un día como el que nos salió, pero criminal hacerlo en verano.
Tras andar unos tres o cuatro kilómetros llegamos al barranco por donde el Aguasvivas brincaba por encima del azud debido al caudal que llevaba. Un apañado mirador con un panel informativo nos contaba la historia de esta obra hidráulica. El lugar estaba bien y el día seguía siendo plácido, así que estuvimos un buen rato contemplando el entorno, incluido el Molino del Vado, que se veía aguas abajo, algo más lejos, pero inalcanzable desde donde estábamos por no poder "vadear" el río.
Acabado el paseo, regresamos y decidimos dejar aquí la ruta, pues ya teníamos bastantes kilómetros de pista recorridos por hoy.
Me quedo con la huerta tradicional, el entorno del Molino de la Cueva... y el agua.