jueves, 31 de marzo de 2011

Rillo (Comunidad de Teruel)

Aire y viento
Rillo lleva recibiendo visitantes desde antes de la Edad de Bronce y, cuando le tocó recibirnos a nosotros, lo hizo soplando fuertemente un aire más bien fresco que, al fin y al cabo, es lo que corresponde a estas altitudes del oeste de la Sierra de San Just.
Pero no nos amedrentamos y, luchando contra el viento (que no contra la marea), subimos a la ermita de Santa Bárbara, desde donde pudimos contemplar una amplia y magnífica panorámica de la Sierra de Lidón, con el pueblo a nuestros pies.
El cielo estaba de un azul subido y las nubes, blancas, se desplazaban a gran velocidad sobre la ermita, de tal forma que, colocados junto a la puerta y con la vista puesta en lo alto, daba la sensación de que la fachada se te venía encima, provocando un mediovértigo.
Bajamos con el viento de espaldas y volvimos a probar esa sensación, entre vértigo y caída libre, frente a la portada barroca de la iglesia parroquial del siglo XVIII. El efecto fue mucho más impresionante.
Las blancas nubes querían ponerse grisáceas y la airera no cesaba, así que decidimos continuar camino... con viento fresco.


martes, 29 de marzo de 2011

Ráfales (Matarraña)

Recomendado para todos los públicos
Metido por ahí, por en medio de la Comarca del Matarraña, está Ráfales, un pueblo cercano al cauce del río Tastavins.
Aunque parezca un poco perdido, lo que puede dar lugar a pensar que está algo olvidado y dejado de la mano de Dios, la verdad es todo lo contrario. No es extraño que a los de Ráfales los llamen "raboses" (zorros), sin duda por la astucia y perspicacia con que levantaron, hace mucho mucho tiempo, este magnífico y acogedor pueblo.
Hay lugares enclavados en un entorno natural especial, hay lugares cargados de historia y patrimonio, hay lugares en los que se aprenden cosas, hay lugares hechos a propósito para relajarse y olvidarse del mundo por un tiempo, hay lugares donde se puede disfrutar de una excelente gastronomía, hay lugares donde se pueden practicar deportes de riesgo... creo que Ráfales lo tiene todo. O casi todo.
Si os gustan los paseos, un recorrido circular por los Estrets nos mostrará el paisaje típico del Matarraña, con su densa masa forestal, sus campos trabajados y sus masías desperdigadas. La ruta de los estrechos presenta rincones curiosos, no falta el agua en sus acequias y balsas, y sólo nos lleva unas tres o cuatro horas.
Algo más corto y tranquilo puede ser dar una vuelta por sus alrededores y visitar alguna de sus fuentes, claro.
Ráfales presenta una estructura de tipo medieval, con casas de piedra, como en muchos de los pueblos del Matarraña. Me cuentan que en tiempos "hubo un castillo aquí, pero ahora no quedan ni los cimientos. A la que te das un par de vueltas por el pueblo puedes ver dónde han ido a parar muchas de las piedras del castillo: a las paredes de las casas. Al fin y al cabo, el castillo tuvo su utilidad hasta el final".
El conjunto de los arcos bajo el ayuntamiento, la iglesia, los porches, la plaza con su fuente y esa fachada con el reloj de sol al que es imposible no fotografiar nos llevan a una época de mercados en las calles, de artesanos, de animales de carga regresando de los campos y de bullicio.
Precisamente bajo estos arcos del ayuntamiento, que en época medieval hacían las veces de lonja, se encuentra una antigua cárcel, enmarcada dentro de la "Ruta de las Cárceles del Bajo Aragón/Matarraña", que ha sido recientemente musealizada y a la que os aconsejo acercaros. Las luces y una locución teatralizada nos cuenta quién iba a parar aquí y cómo se las malapañaba. A algunos os gustará la historia, y a otros la ambientación y el lugar os pondrá los pelos de punta.
Algo más tranquilo es darse un paseo por el extenso jardín botánico, casi siempre cuidadosamente atendido, y donde podremos encontrar una gran variedad de plantas, con un panel explicativo de cada una. Tanto los mayores como los más pequeños aprenderéis aquí cosas curiosas sobre ellas: para qué se usan sus maderas, qué enfermedades curan sus hojas, por qué tienen colores llamativos, cuáles ahuyentan los mosquitos... Eso sí, no esperéis encontraros todas las plantas crecidas y florecidas a la vez; cada una lleva su marcha.
Otra oferta cultural que nos ofrece Ráfales es la visita al pequeño pero interesante Museo del aceite que se encuentra en el Molí de l'Hereu, un acogedor hotel que es una antigua almazara del siglo XVIII rehabilitada para pasar un fin de semana tranquilo, descansar y solazaros todo lo que queráis y más, pues el spa ya lleva funcionando algunos años.
La gastronomía de Ráfales (la que a mí me gusta) la encontraréis en el bar de la plaza; un bar tipo al que ya he comentado en muchas otras historias: de pueblo, normal, de los de toda la vida, donde todo el mundo se conoce, con una barra un poco triste y mesas propensas a la partida. Aquí he visto cosas que no creeríais... atacar naves en llamas más allá de Orión, untar un la cabeza de un tordo asado en la yema de un huevo frito y, de un bocado, comerse esa cabeza con sus ojitos y su pico chorreantes... ante la mirada atónita de un boquiabierto señor de Barcelona que sólo había pedido un café para almorzar. Excelente comida casera, vamos.
Y, por último, a todos aquellos a los que os gusten las actividades de riesgo, os recomiendo que os paséis allá para noviembre por la Feria de Ráfales, a echaros un orujo recién salido del alambique que ponen en la plaza y que, gota a gota, se pega todo el día destilando.

Dedicado a JL Roda, el forestal, una mezcla de vikingo y del gigantón de Harry Potter; buena gente.
Y también dedicado a Gaudi, otro friki de Blade Runner.


viernes, 11 de marzo de 2011

Tramacastilla (Sierra de Albarracín)

Un paseo por el Barranco Hondo
La vez que vayáis a Albarracín (porque, al final, todo el mundo acaba yendo a Albarracín), buscad un hueco y acercaos, aunque sólo sea una mañana, a Tramacastilla. Vale la pena.
Del origen del nombre, una cosa está clara: "Trama-" significa "entre". Para el resto, unos dicen que el pueblo (la ubicación original) estaba entre dos castillos que había en lo alto de los montes que rodean a la población; para otros, el final "-castilla" se debía referir a que estaba ya en la frontera con el reino de Castilla.
Dejando al margen el nombre (pero es que estas cosas a mí me gustan mucho), os aconsejo daros primero un paseo siguiendo el curso del Guadalaviar hacia arriba. El camino empieza al lado del puente que hay a la entrada del pueblo, en un merendero bajo una cueva de aspecto tenebroso (creo que es la "Cueva de los Moros"), y el paseo es apto hasta para los más pequeños.
El camino sube poco a poco, va llaneando y es muy llevadero. Eso sí, estad atentos porque en algún momento habrá un desvío y tendréis que tomar la dirección de la derecha, hacia un (creo) antiguo depósito de agua. Si os pasáis, acabaréis en Villar del Cobo que, aunque tampoco estaría mal, luego hay que volver.
La ruta es circular, y la vuelta a Tramacastilla tiene las mejores vistas del Barranco Hondo, con el río allá abajo. No da vértigo (aclaro).
Volvemos a Tramacastilla por un tramo común al que que hemos realizado a la ida, entre huertos de labor y frutales.
Como es normal, tras esta excursión hay que ver el pueblo, dar una vuelta por sus casas rojizas, ver su fuente... y hasta podéis tomaros algo en el bar.
Tramacastilla es muy majo, casi de postal navideña, y, si queréis tener otra buena vista "aérea" de él, podéis acercaros al hotel nuevo (bueno, nuevo cuando estuve yo) que hay siguiendo la carretera, y que tiene un mirador excelente.
Y ya para terminar, como sé que a muchos os gusta el tema de las leyendas e historias, lo voy a hacer con una y, aunque esta zona de Albarracín es muy dada al Cid y a moros y cristianos, la que os voy a contar no tiene nada que ver con ellos, a mí me gusta mucho, y la primera vez que la leí fue a Manuel Pascual Guillén, a quien (como he dado a entender en otras ocasiones) le debo el haberme metido el gusanillo este de las historias que circulan por Teruel. Pero vamos allá con la historia, a la que muchos autores titulan "El huerto de las almas":
En tiempos antiguos, unos señores de Tramacastilla gravaron con censo en sufragio de sus difuntos un huerto que tenían junto al pueblo. Por esta razón, al huerto acabaron llamándole "De las Almas".
Por herencia, el huerto fue pasando de unas manos a otras, hasta que acabó en poder de un avaro la hacienda en cuestión. Este personaje decidió no cumplir la sagrada deuda que el huerto De las Almas llevaba consigo, y durante un tiempo las cosas transcurrieron con normalidad. Pero una noche, de la Peña del Castillo (que según se cree es la boca de la salida del mismo Infierno) surgieron grandes llamaradas que, con luz siniestra y misteriosa, iluminaron el paisaje. De entre las llamas apareció la figura de un caballo con el mismo Satanás por jinete. Llenos de estupor, los lugareños pudieron contemplar que en los bordes del camino apareció quemada la hierba con la huella de unas herraduras de fuego.
Ni que decir tiene que, en adelante, el avaro y codicioso hombre dueño del huerto pagó sus deudas religiosamente.
Hala, tras esto ya os podéis volver a Albarracín (aunque yo os aconsejaría haber cogido alojamiento en Tramacastilla o en alguno de los pueblos de alrededor). Eso sí, os vais a volver con la sensación de haber aprovechado muy bien la mañana. O el día.


miércoles, 9 de marzo de 2011

Castelnou (Bajo Martín)

Aquí no hay playa
La verdad es que ubiqué Castelnou hace unos pocos años. Hasta entonces, no sé por qué, mi ignorancia hacía que las (pocas) veces que oía el nombre de este pueblo lo localizara automáticamente en la costa mediterránea, como Peñíscola o Salou. Ya veis. Y, un buen día, no sé cómo, voy y me lo encuentro en la provincia de Teruel. Y, lo que es más gordo, en la ribera del río Martín.
Vamos, que había que ir pero ya, tras tanto tiempo de estar en la inopia.
Para llegar a Castelnou hay que estar atento a la carretera, pues el pueblo está enclavado en un barranco que lo esconde y lo protege.
El único acceso al pueblo es atravesando un formidable y estrecho puente de piedra. Si lo hacéis poco a poco, os será fácil imaginar que, al llegar al otro extremo, se os pueda aparecer un soldado medieval que, con un golpe de lanza en el suelo y protegiéndose con el escudo, os pida a voz en grito que le deis el santo y seña para poder pasar. Es un puente fantástico.
La pequeña población os recibirá con un agradable jardín y, a estas alturas, imagino que también con un arreglado entorno, pues el año que estuve había varias obras en marcha. Como estas obras incluían el arreglo de la ribera del río Martín (o esa impresión me dio), es muy posible que estas tierras por las que anduvo San Valero (dicen) ahora ya tengan playa, aunque sea pequeña, aunque sea de piedra, aunque sea de poca agua... junto al río Martín.
Y, como ya sabéis que en Teruel el pueblo de cada uno tiene que tener algo que lo distinga de los otros, ya sea lo más o lo menos, pues sabed que Castelnou es el pueblo turolense situado a menor altitud: 201 metros.


viernes, 4 de marzo de 2011

Martín del Río (Cuencas Mineras)

De viejos ríos, plazas nuevas y pórticos espeluznantes
Como es de suponer, Martín del Río es la localidad que da nombre al famoso río Martín, el que aguas abajo forma espectaculares cañones en un territorio protegido al que se le denomina "Parque Cultural del Río Martín". Lo que quizás es menos conocido es que este río no nace aquí, sino que se viene de las aguas que bajan de Vivel del Río (pocas) y de Las Parras (muchas). Pero, en fin, aquí se juntan y este es un buen lugar para darles nombre.
Yo me baña en sus aguas cuando era más pequeño (mucho, mucho más pequeño), con un neumático de tractor, en una época en la que el agua que corría llenaba sobradamente todo el cauce, e incluso más en algunas ocasiones.
Pasada la época infantil llegó la de bajar todos los años para fiestas (eso sí que eran fiestas) y, dicho sea de paso, para llevar el pescado regularmente, pero eso es otra historia.
En todas las ocasiones en las que he estado en Martín he intentado encontrar un momento para ponerme frente a la puerta de la iglesia y contemplar la fachada. La calle es estrecha y te obliga a mirarla de cerca, a meterte en el pórtico y saludar a un bravo personaje a caballo que en algún momento de su historia perdió la cabeza. Y que te obliga a bajar la mirada poco a poco por sus columnas hasta llegar a una base arenisca que el tiempo, el viento y el agua ha ido modelando, dejando suaves curvas de deterioro, y confiriendo al conjunto una belleza que siempre me ha parecido un poco tétrica, con ese viejo color gris-verdoso-marrón.
Siempre me preguntaba cuánto iban a durar las cantareras allí arriba, antes de que la erosión de la base las hiciera caer.
También sabía que no lo vería.
Pero este pasado 27 de febrero algo había cambiado. Las cantareras, el caballo con el jinete sin cabeza a sus lomos... no parecían iguales. Bajando la vista, como siempre, encontré la respuesta: habían empezado a arreglar/restaurar la base de la iglesia, y algún trozo más. Me invadió una gran alegría y entonces vi claramente lo que estaba pasando en el pueblo: en vez de rendirse había apostado fuerte; el espeluznante pórtico iba a seguir allí muchos más años, se arreglaban casas y se construían otras nuevas, modernas, aunque no pegaran ni con cola con el resto del pueblo... si hasta el bar París, un bar que yo creía que ya estaba allí cuando llegaron los íberos (o los romanos, o los árabes) para edificar el pueblo a su alrededor, tenía una fachada pulcramente pintada, con un cartel con su nombre patrocinado por la cerveza Estrella Damm...
Martín del Río había dejado de ser el pueblo que conocí hace treinta años, y se había apuntado al siglo XXI.
Han abierto un restaurante, La Posada, en el que me han dicho que se come muy bien (las dos veces que lo he intentado estaba cerrado), hay un camping en las afueras (muy, muy en las afueras), un parque infantil, y han hecho un ayuntamiento nuevo de cristales y madera junto a una plaza minimalista y poco práctica salvo para fiestas (a mi parecer), lisa y lasa, sin sombras en verano y como pista de patinaje sobre hielo en invierno (la vi por primera vez hará un par de años, una mañana en la que el termómetro del hotel del cruce de Utrillas marcaba 17º bajo cero).
Me alegro por Martín del Río, y espero que sigan haciendo esas fiestas/comidas/lifaras de hermandad en Los Santos. Y que siempre, siempre, siga bajando agua por ese nuestro viejo río.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Camañas (Comunidad de Teruel)

Landmannalaugar
La carretera se empeñaba en que fuéramos directos a Camañas, pero el sol se puso en su contra: comenzaba a ocultarse y sus rayos de otoño daban de lleno en los Campos de Visiedo, cosechados haría un mes o dos.
El color de los tallos cortados se mezclaba con el rojo de la tierra, dando un anaranjado que contrastaba fieramente con el blanco que mostraba Sierra Palomera.
Intentamos seguir avanzando pero a unos pocos kilómetros tuvimos que detener de nuevo el coche. El sol había virado algo su color, y había seguido descendiendo, como a hurtadillas, volviendo a cambiar la macedonia de colores, ahora acompañadas por una serie de tonos rojizos, grises y marrones de las pequeñas barranqueras arcillosas.
Retomamos el viaje y tras una loma divisamos Camañas, pero tuvimos que bajar y apearnos de nuevo, pues al sol juguetón le dio por lanzar sus penúltimos rayos contra la extensa paramera, componiendo una nueva sinfonía de colores naranjas.
Al mismo tiempo comenzó a proyectar la sombra del Pico Palomera contra el casco urbano de Camañas, sombra que avanzaba lenta pero inmisericorde.
Sombra que cubriría el pueblo cuando llegara el tractor que, acabada la jornada por hoy, se dirigía al mismo sitio que nosotros. Años de pasar otoños, inviernos... veranos y primaveras trabajando el campo consiguen cálculos precisos sin necesidad de usar los números. Cálculos que harán que el tractor descanse a tiempo en su cochera justo cuando el sol, ya rendido por el día pasado, se haya ido a descansar, y la oscuridad y su compañero el frío de finales de septiembre se hayan apoderado de estas antiguas tierras donde moros y cristianos libraron cruentas batallas.
Llegamos a Camañas antes que el tractor, y para entonces ya sabía dónde había visto otro paisaje de tal belleza cromática. Salvando las distancias, el paisaje a que me refiero está en Islandia, y se llama Landmannalaugar.

Nota: "Landmannalaugar" significa "El bosque de Thor".