Un par de huevos fritos
Tras una excursión por la Sierra de Cucalón en la que el tiempo nos había gentilmente respetado, al final no pudo más y todos los avisos que había ido mandando en forma de negros nubarrones y sonoros truenos desembocaron en una buena tormenta. Pero, como digo, ya estábamos a salvo, por lo que en nuestras cabezas sólo había sitio para una cosa: meternos entre pecho y espalda un buen par de huevos fritos que, por otra parte, tan bien nos habíamos ganado.
No encontramos el capricho en Cucalón y, aunque con pocas esperanzas, decidimos entrar en Lanzuela junto con la lluvia que no cesaba.
Situado a unos 1.000 m. de altitud, no es de extrañar que en este pequeño pueblo de 32 habitantes, y final de carretera, para llegar al bar tengas que conocer su patrimonio: el ayuntamiento con su trinquete y la iglesia parroquial de San Julián, barroca. Al lado de ésta está el bar.
Perdón: EL BAR, con mayúsculas, pues nada más entrar los ojos se te van detrás de la barra, donde una enorme pizarra indica que no te vas a ir de ahí con hambre si no quieres. ¡Quién lo iba a decir!. Buenos parroquianos y buen camarero, además. Tras intercambiar cuatro frases, el hombre se pone un delantal y marcha para la cocina todo pito. Y a mí estas cosas me dan mucha confianza.
Así que, mientras fuera seguían cayendo chuzos de punta, Marta y yo nos apretamos los tan esperados huevos fritos con longaniza. Buenísimos.
¡Ah, y un café!.
1 comentario:
Donde queda para conoserlo
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