Con un par
El enebro es un arbustillo que puede alcanzar el porte de arbolillo, se adapta a csi todo tipo de suelos y es muy resistente a condiciones climáticas duras. Siempre verde, sus frutos son usados en la destilación de licores, principalmente ginebra, la base de los digestivos y refrescantes gintonics. Hasta aquí, la tradicional clase de botánica.
Debido a la gran abundancia de enebros en el término municipal, no es de extrañar que a este pueblo lo llamaran "La Ginebrosa", nombre derivado de la pronunciación "ginebre", que es como se conoce a estos arbolillos en la lengua de tradición oral de la zona: el chapurriao.
La Ginebrosa se ubica entre un par de ríos: el Mezquín y el Bergantes, al que los musulmanes llamaban Algerez. El Bergantes es un río normalmente tranquilo, y uno de los pocos no regulados del Valle del Ebro, así que cuando llega la época de tormentas fuertes se cabrea y arrambla con todo lo que pilla por delante. Aún así, sus aguas son generosas y aplacan la sed de algunos de los campos de La Ginebrosa, de la que (dicen) produce las mejores cerezas de la comarca.
De la muralla que en tiempos protegió la localidad ya sólo se conserva el portal de la Herrería como acceso medieval a una serie de calles alargadas, estrechas, con pasadizos... destacando entre la arquitectura popular su iglesia parroquial. Conforme vamos cruzando el pueblo por las calles intrincadas de la parte más antigua, las casas de piedra nos dirigen, casi sin quererlo, hacia la parte más alta del pueblo: las eras.
En La Ginebrosa hay un par de neveras o "pozos de hielo", donde hasta el siglo pasado se almacenaba la nieve caída durante el invierno para su uso y disfrute el resto del año. Una de estas neveras se halla en una finca particular. A la otra, integrada dentro de la ruta "Las Bóvedas del Frío", se llega desde las eras, bajando por la pista forestal en dirección a la carretera que sigue hacia Aguaviva. El camino está señalizado y, como no siempre está abierto el acceso al interior de la nevera, una buena idea para antes de ir es preguntar en el bar de las piscinas y, si acaso, que os dejen la llave (así también tendréis una buena excusa para, al ir a devolver la llave, echaros alguna cerveza que otra y, según quién esté en la barra, enteraros de las últimas noticias de la zona).
La visita a la nevera merece la pena, por un lado, porque se ha musealizado hace poco con la temática del fin de los pozos de hielo (asunto muy interesante) y, por otro, porque en realidad es una de las últimas neveras de la comarca en abandonarse, pues estuvo en uso hasta el primer tercio del siglo XX. Posiblemente quede alguna persona mayor en el pueblo que aún viera cómo se llenaba de nieve hace 80 ó 90 años.
Esta "Bóveda del frío" se utilizaba básicamente para el abastecimiento comunal, y una vez en la base nos podemos asombrar con un par de cosas que la caracterizan: arriba, una atractiva falsa bóveda de aproximación de hiladas de piedra; y, abajo, los restos del antiguo emparrillado formado por maderos entrecruzados que servían de plataforma aislante para la colocación de la nieve por capas, permitiendo así el agua del deshielo. Hay que verlo, que así contado pierde mucho.
La Ginebrosa cuenta con un par de cosas más en su término municipal: se trata de dos simas, una de las cuales tiene una profundidad de unos 50 m. y unas características similares a la de San Pedro en Oliete. El camino a ellas está sin señalizar (o lo estaba), y un intento de ir a visitarla me lo echó atrás uno delpueblo: "Si no vas con alguien, no la has de encontrar". Imagino que se referiría a "alguien" que supiera dónde está.
Hay una leyenda muy bonita relacionada con estas simas. Cuenta que, al principio de los tiempos, los obreros que estaban construyendo el mundo olvidaron colocar los dos últimos tornillos. Los agujeros donde debían haber ido son estas dos simas de La Ginebrosa.
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