No estamos en Grecia
Según la mitología griega, Zeus raptó a Europa y se la llevó a una isla, a estar tranquilos. De su unión nacieron tres hijos; uno de ellos fue Minos, cuya mujer dio a luz al Minotauro, una bestia que fue encerrada en un laberinto construido por Dédalo (el de las alas). La dieta del Minotauro consistía en zamparse los sacrificios humanos que le ofrecían, hasta que un día un joven llamado Teseo, ayudado por Ariadna (también hija de Minos, pero bastante más agraciada que el Minotauro), entró en el laberinto desenrollando un ovillo de lana, mató al Minotauro, volvió a salir siguiendo el hilo, cogió a la chica y se fueron a una isla. Esa isla se llama Creta, y aunque en principio no tiene nada que ver con el pueblo que toca ahora, me apetecía escribir esta reseña.
Los primeros pobladores de Cretas se dedicaron, entre otras cosas, al noble arte de la pintura y, hoy día, todas estas figuritas de toros, caballos y cabras del barranco de Calapatá son Patrimonio de la Humanidad (desde 1998), y pertenecen a lo que se conoce como Arte Rupestre Levantino.
Según algunos historiadores, los siguientes en pasar por ahí fueron los tratantes fenicios que, aparte de recordarles con el nombre de alguna calle, llamaron a la localidad "Curetas" o "Curetes", aunque según la mayoría de historiadores, el nombre de la localidad vendría de "Queretes" o términos similares, todos relacionados con la "tierra" y las "rocas".
Con estos fenicios, y también con los griegos, comerciaban los íberos que vivían en los mismos terrenos que ahora ocupa el pueblo, y a los que llamaban "Ausetanos del Ebro" (buen nombre para un grupo musical).
Aunque muchos os digan que lo más de lo más de Cretas es su Iglesia de la Asunción, no les hagáis caso. Lo más de lo más es Cretas en sí, su casco urbano en tiempos amurallado, sus casonas de piedra sillar, aparentemente inmutables a lo largo de los siglos y, en especial, la Plaza Mayor, centro de la vida social. En medio de ella hay una enorme columna con el escudo de la población en lo alto, y que hasta hace no mucho se encontraba extramuros de la población. Este es el mejor punto para, cámara de fotos en mano, iniciar un recorrido sin rumbo fijo por la villa, pasear por sus estrechas callejuelas y leer los nombres de las mismas, entrar en algún patio interior, coleccionar imágenes de escudos de familias ilustres y cruzar los portales-capilla, restos de las antiguas murallas.
En este viaje intemporal la vista se va a los pequeños detalles de los grandes edificios, las manos sienten el frío de la piedra sillar y los pies se amoldan al suelo empedrado que tapiza estas distancias cortas.
Si tenéis ocasión, acercaros a principios de abril. No soy muy amigo de los mercados medievales (los veo como una franquicia organizada), pero en el caso de Cretas hago una excepción. Todo el pueblo se engalana con pendones y banderas, y caballeros y danzantes animan durante un par de días la Plaza Mayor y sus calles aledañas. El aspecto ya de por sí medieval de Cretas se acentúa con estos ornamentos, y en algunos momentos da realmente la sensación de haberse transportado a otra época. Bueno, y que esto se simultanea con la Feria del Vino, por si alguien quiere pimplar, ya de paso.
Acabando como empezamos, volvemos a la isla de Creta, a recordar a esa bestia con cabeza de toro a quien Teseo le dio la puntilla, para decir que igual lo podía haber hecho también Nicanor Villalta, ilustre torero de Cretas. Para los que os gusten los toros.
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