Echando la mañana
Poéticamente, los árabes lo llamaron manzil ayun ó manzal al'ayun, que significa "parador de fuentes". Los reconquistadores, algo más brutos, no se partieron mucho la cabeza y, como echaron a los moros luchando con mazas y peleando como leones, pues le pusieron Mazaleón como nombre al pueblo. Y así, el blasón de su escudo es un león blandiendo una maza.
El río Matarraña baja tranquilo por estos lares, sobre un curioso cauce rocoso y generalmente con poca agua, aunque sí la suficiente como para abastecer la huerta antes de juntarse con el Ebro en tierras zaragozanas. Sus aguas discurren entre dos colinas: sobre la de la margen izquierda se asienta el casco urbano de Mazaleón; en lo alto de la de la margen derecha se adivina una ermita.
Para visitar Mazaleón, recomiendo dejar el coche a la entrada de la población (al lado del río es un buen lugar pues luego habrá que pasar por ahí). Más que nada porque en estos pueblos pequeños, como no seas de aquí y te lo conozcas más que bien, si te metes puedes acabar encajado en alguna calle estrecha. Por eso, y porque los pueblos hay que verlos andando por sus calles, tocando sus paredes, bebiendo de sus fuentes, hablando con la gente...
Comenzaremos por el peñasco de la margen izquierda, donde una calle empedrada nos sube hasta la plaza del ayuntamiento, en la que aún puede verse parte de la roca donde se asientan los cimientos de la localidad. En la arcada bajo el ayuntamiento se encuentra la cárcel medieval, muy particular porque conserva cepos y algún potro de la época. Pero lo que realmente la hace singular es la colección de grafitis que, en las paredes, hicieron los reos que pasaron por estas dependencias. Visitarla es casi obligatorio; hacerlo no es fácil: en la cerrada puerta no hay un triste papel (nada de información, vamos) con un teléfono o una dirección o un aviso de alguien a quien pedirle que nos deje entrar.
La ruta que propongo continúa recto y, tirando poco a poco hacia la derecha, entre casas de regio abolengo, la pendiente va subiendo hasta lo más alto de Mazaleón donde, entre flores, permanecen los restos de un antiguo castillo, en una plaza con un mirador al río Matarraña y a la otra colina, que luego habrá que subir.
Y, siguiendo el recorrido circular, pronto nos encontramos con la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, cuya fachada extraordinariamente preciosa y monumental es casi imposible sacar entera en una única fotografía (cuando se está allí, en seguida se ve por qué). Desde aquí, ya sólo queda bajar por una empinada cuesta hasta encontrarnos de nuevo con el ayuntamiento. Si necesitamos comprar algo, ahora es el momento pues la tienda que hay en el pasaje tiene de todo: pan, comida, bebida, zapatillas, navajas, cuadros, figuritas que cambian de color según el tiempo que va a hacer...
Volvemos al río Matarraña para situarnos de nuevo entre las dos colinas, bajo el mismo cielo en el que un día San Clemente deshizo milagrosamente un huracán que amenazaba con arrasar todo.
Tomando el camino empedrado subimos hasta la ermita de San Cristóbal a través de un calvario y, desde allí, contemplaremos cómo se distribuyen los edificios de Mazaleón por las laderas de su montaña. Ampliada y reformada en el siglo XVII, las piedras de la ermita rezuman historia; y, tanteando con cuidado, acaso encontremos dos muy especiales, que nos indican los años en los que las riadas se llevaron el puente.
En la parte de atrás de la ermita, y compartiendo nombre con ella, se encuentra al lado de un merendero un yacimiento íbero cuyo actual esqueleto debió ser un gran poblado, allá por los siglos VII y VI a.C.
Los orígenes de Mazaleón se pierden en el tiempo, así que si todavía os queda tiempo en esta mañana que tan bien habréis aprovechado, podéis ir a ver vertigios de pinturas rupestres, o acercaros a otro poblado íbero que hay un poco antes de llegar a Mazaleón, viniendo desde Valdeltormo o Calaceite: el de los Escodines. Eso sí, si ya se ha hecho la hora del vermú (o la de comer, si nos hemos entretenido a gusto)... la decisión es vuestra.
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