Planeta Rojo
¡Cuánta razón tenía el filósofo cuando dijo que hay más cosas que desconocemos de las que sabemos, y cuando dijo que nunca había que dar nada por supuesto!.
Hasta hace no mucho creía que el pino rodeno era una especie de la familia de los pinos, como el pino negro o el pino royo. O como el estornino culebrero o el fardacho saltamontero, si es que existe. Y, mira por dónde, parece ser que no, sino que es más o menos el pino de toda la vida pero que crece en un lugar un tanto especial: lo que se conoce como "piedra rodena", y que geológicamente es un terreno arenisco de color rojizo, del triásico inferior, y técnicamente se denomina "butsandstein". Ahí queda eso.
Lo empecé a sospechar cuando en nuestro camino apareció un cartel anunciando un pueblo: Rodenas.
Rodenas es la puerta de entrada a la Sierra de Albarracín (una de ellas), comunicando ésta con el valle del Jiloca, y sirviendo en tiempos de frontera entre reinos moros y cristianos.
Es un pueblo rojo, como el entorno, en el que las casas parecen surgir por sí mismas de la propia tierra roja, tierra rodena.
Un tranquilo paseo por el pueblo nos descubre rincones curiosos y dinteles misteriosos, como el que tiene la fecha "MCMU". Una señora nos augura que hoy va a hacer un buen día; un hombre nos muestra orgulloso el abrevadero arreglado hace ya tiempo, y nos comenta que a ver cómo se presentaba el verano, porque este invierno había llovido más bien poco. Otro me dice que el bar no abrirá hasta dentro de un rato... y es una lástima, porque hace muy buena pinta: grande, terraza en parque y a la sombra, un cartel anunciando que hacen brasa... pero, en fin, si no son horas, no son horas.
Nuestros pasos nos llevan también a una enorme plaza con una mastodóntica iglesia (roja) en comparación con el resto de las casas del pueblo, y con virgen en pórtico incluida. Parece ser que desde aquí debería verse el castillo de Arrodenes, una fortificación andalusí del siglo X, cuando Rodenas era el límite occidental de la taifa de Albarracín. Pero no está nada claro. Tal vez si en el siglo XIV Pedro III no lo hubiera derruido piedra por piedra...
Así que, ya véis, en estos pueblos casi olvidados del Teruel profundo siempre aparecerá uno, como por arte de magia, como Rodenas, que además de por su curiosa belleza también destaca por su historia, por su geología... y por su literatura.
Y es que Rodenas aparece en una de las cantigas de Alfonso X el Sabio (Alfonso Equis para los amigos), contando la historia de una señora que se cayó desde una roca y no le pasó nada gracias a la intercesión de Santa María. Es la cantiga 191 y no la voy a reproducir aquí, pero sí os dejo el enlace donde poder leer la original y la currada traducción de Elvira Fidalgo y Xavier Cid: http://www.rodenas.info/cantiga.html.
Cuando salimos de Rodenas, con el excelente sabor de boca que nos había dejado, no sospechábamos que este pueblo todavía nos tenía preparado un dulce postre. Y así, a los cinco minutos, tuvimos que parar junto a las grandes extensiones de cereal pues, al otro lado, esta tierra rodena había modelado en pequeños montículos unas imposibles formas rojas que sólo la imaginación de cada uno puede desvelar.
Un gran broche de oro a una tibia mañana de febrero.
Nota: Y, por favor, que alguien le dé un par de collejas al que instaló la sirena de alarma en la oreja de la Virgen. Será que no había fachada...
¡Cuánta razón tenía el filósofo cuando dijo que hay más cosas que desconocemos de las que sabemos, y cuando dijo que nunca había que dar nada por supuesto!.
Hasta hace no mucho creía que el pino rodeno era una especie de la familia de los pinos, como el pino negro o el pino royo. O como el estornino culebrero o el fardacho saltamontero, si es que existe. Y, mira por dónde, parece ser que no, sino que es más o menos el pino de toda la vida pero que crece en un lugar un tanto especial: lo que se conoce como "piedra rodena", y que geológicamente es un terreno arenisco de color rojizo, del triásico inferior, y técnicamente se denomina "butsandstein". Ahí queda eso.
Lo empecé a sospechar cuando en nuestro camino apareció un cartel anunciando un pueblo: Rodenas.
Rodenas es la puerta de entrada a la Sierra de Albarracín (una de ellas), comunicando ésta con el valle del Jiloca, y sirviendo en tiempos de frontera entre reinos moros y cristianos.
Es un pueblo rojo, como el entorno, en el que las casas parecen surgir por sí mismas de la propia tierra roja, tierra rodena.
Un tranquilo paseo por el pueblo nos descubre rincones curiosos y dinteles misteriosos, como el que tiene la fecha "MCMU". Una señora nos augura que hoy va a hacer un buen día; un hombre nos muestra orgulloso el abrevadero arreglado hace ya tiempo, y nos comenta que a ver cómo se presentaba el verano, porque este invierno había llovido más bien poco. Otro me dice que el bar no abrirá hasta dentro de un rato... y es una lástima, porque hace muy buena pinta: grande, terraza en parque y a la sombra, un cartel anunciando que hacen brasa... pero, en fin, si no son horas, no son horas.
Nuestros pasos nos llevan también a una enorme plaza con una mastodóntica iglesia (roja) en comparación con el resto de las casas del pueblo, y con virgen en pórtico incluida. Parece ser que desde aquí debería verse el castillo de Arrodenes, una fortificación andalusí del siglo X, cuando Rodenas era el límite occidental de la taifa de Albarracín. Pero no está nada claro. Tal vez si en el siglo XIV Pedro III no lo hubiera derruido piedra por piedra...
Así que, ya véis, en estos pueblos casi olvidados del Teruel profundo siempre aparecerá uno, como por arte de magia, como Rodenas, que además de por su curiosa belleza también destaca por su historia, por su geología... y por su literatura.
Y es que Rodenas aparece en una de las cantigas de Alfonso X el Sabio (Alfonso Equis para los amigos), contando la historia de una señora que se cayó desde una roca y no le pasó nada gracias a la intercesión de Santa María. Es la cantiga 191 y no la voy a reproducir aquí, pero sí os dejo el enlace donde poder leer la original y la currada traducción de Elvira Fidalgo y Xavier Cid: http://www.rodenas.info/cantiga.html.
Cuando salimos de Rodenas, con el excelente sabor de boca que nos había dejado, no sospechábamos que este pueblo todavía nos tenía preparado un dulce postre. Y así, a los cinco minutos, tuvimos que parar junto a las grandes extensiones de cereal pues, al otro lado, esta tierra rodena había modelado en pequeños montículos unas imposibles formas rojas que sólo la imaginación de cada uno puede desvelar.
Un gran broche de oro a una tibia mañana de febrero.
Nota: Y, por favor, que alguien le dé un par de collejas al que instaló la sirena de alarma en la oreja de la Virgen. Será que no había fachada...
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