Tesoros ocultos
Una carretera sinuosa y siempre ascendente obliga a ir a velocidad moderada y disfrutar de unos frondosos pinares que te arropan, dándote una sensación de paz y tranquilidad. Al rato, los pinos se van alejando de la carretera, van clareando, y poco a poco te enseñan más trozo de pradera, hasta que acaban ofreciéndote, ya casi al final, un remanso de calma en forma de una extensa dehesa donde al ganado parece no faltarle comida nunca.
Enhorabuena; acabáis de llegar a Griegos, una pequeña localidad a los pies de la Muela de San Juan y a más de 1.600 m. de altitud, así que coged la chaqueta cuando bajéis del coche. Porque aquí, en verano aún tira que te va, pero en invierno hace un frío que pela (a los de Griegos los llaman "los capuchinos", porque en tiempos llevaban capuchas para defenderse del frío).
Tras una vuelta por el pueblo entramos en el santuario de los santuarios: el bar.
He estado en muchos bares (en muchísimos, doy fe), y el de Griegos es uno de esos que se me han quedado grabados, tal vez por las fantasías que iba imaginando mientras la vista se me iba a todos y cada uno de los detalles y rincones del lugar. A esas horas de la mañana el bar está todavía vacío, como recién abierto, y el sol entra por el ventanal iluminando el local: una gran barra en forma de L, sólida, y el mobiliario, de madera, compuesto lógicamente por sillas y mesas distribuidas con holgura. Y entonces la imaginación va haciéndote alguna que otra jugarreta, y del silencio y del vacío surgen un pequeño murmullo y unas sillas ocupadas por algún que otro abuelo, y por alguien no tan anciano, que tras el silencio durante el transcurso de la partida de guiñote, elevan sus voces comentando la partida, piden otro café u otro carajillo, y echan el humo de sus cigarros o de sus perreros mientras cambian el palillo de una comisura de los labios a otra sin usar las manos. Las otras seis u ocho personas de alrededor siguen dando su opinión del coto que hace meses acabó, mientras ya se reparten cartas nuevas. Una nueva jugarreta de la mente hace que se oigan dos golpes secos indicadores de que alguien ha cantado las cuarenta y, como una señal, entonces el humo de la estancia se va disipando, la gente se desvanece, y el bar vuelve a quedar vacío. Pero a mí me queda una sonrisa y un día por delante.
Un día para seguir por estas tierras rodenas, escenarios de leyendas de moras y princesas, pero también de tesoros ocultos bajo estas redondeadas montañas, como el que algún día aparecerá en Griegos:
Una carretera sinuosa y siempre ascendente obliga a ir a velocidad moderada y disfrutar de unos frondosos pinares que te arropan, dándote una sensación de paz y tranquilidad. Al rato, los pinos se van alejando de la carretera, van clareando, y poco a poco te enseñan más trozo de pradera, hasta que acaban ofreciéndote, ya casi al final, un remanso de calma en forma de una extensa dehesa donde al ganado parece no faltarle comida nunca.
Enhorabuena; acabáis de llegar a Griegos, una pequeña localidad a los pies de la Muela de San Juan y a más de 1.600 m. de altitud, así que coged la chaqueta cuando bajéis del coche. Porque aquí, en verano aún tira que te va, pero en invierno hace un frío que pela (a los de Griegos los llaman "los capuchinos", porque en tiempos llevaban capuchas para defenderse del frío).
Tras una vuelta por el pueblo entramos en el santuario de los santuarios: el bar.
He estado en muchos bares (en muchísimos, doy fe), y el de Griegos es uno de esos que se me han quedado grabados, tal vez por las fantasías que iba imaginando mientras la vista se me iba a todos y cada uno de los detalles y rincones del lugar. A esas horas de la mañana el bar está todavía vacío, como recién abierto, y el sol entra por el ventanal iluminando el local: una gran barra en forma de L, sólida, y el mobiliario, de madera, compuesto lógicamente por sillas y mesas distribuidas con holgura. Y entonces la imaginación va haciéndote alguna que otra jugarreta, y del silencio y del vacío surgen un pequeño murmullo y unas sillas ocupadas por algún que otro abuelo, y por alguien no tan anciano, que tras el silencio durante el transcurso de la partida de guiñote, elevan sus voces comentando la partida, piden otro café u otro carajillo, y echan el humo de sus cigarros o de sus perreros mientras cambian el palillo de una comisura de los labios a otra sin usar las manos. Las otras seis u ocho personas de alrededor siguen dando su opinión del coto que hace meses acabó, mientras ya se reparten cartas nuevas. Una nueva jugarreta de la mente hace que se oigan dos golpes secos indicadores de que alguien ha cantado las cuarenta y, como una señal, entonces el humo de la estancia se va disipando, la gente se desvanece, y el bar vuelve a quedar vacío. Pero a mí me queda una sonrisa y un día por delante.
Un día para seguir por estas tierras rodenas, escenarios de leyendas de moras y princesas, pero también de tesoros ocultos bajo estas redondeadas montañas, como el que algún día aparecerá en Griegos:
En la Muela de San Juan, que limita la Sierra de Albarracín con la de Cuenca, existió hace mucho tiempo una hermosísima ciudad, cuyo dueño y señor poseía como joya más preciada un pequeño toro de oro que procedía de un templo pagano que allí hubo antes de la predicación evangélica.
Pero un mal día llegaron las hordas berberiscas, destruyendo e incendiando cuanto encontraban a su paso. La ciudad fue destruida.
Entre las ruinas, el berebere Aben Jair encontró el toro de oro, y lo enterró en un bosque próximo confiando en recuperarlo a su regreso por aquel territorio. Pero en el cerco de otra ciudad, Aben Jair fue mortalmente herido y, antes de morir, confesó a su mejor amigo el lugar donde estaba oculto el tesoro. Cuando éste pudo volver al sitio que le había señalado su amigo, buscó el tesoro, sin poder hallarlo. Al final tuvo que desistir.
La existencia del toro de oro oculto se transmitió de generación en generación, siendo buscado en vano. Según la tradición, el toro de oro no será hallado hasta que sobre la Muela de San Juan vuelva a resurgir la maravillosa ciudad que allí se alzaba.
5 comentarios:
Felicidades por el trabajo bien hecho y muchísimas gracias por compartir tanta información, detalles interesantes, leyendas, experiencias, etc. Das un toque especial a todos los datos que proporcionas y consigues transmitir a la perfección tu pasión por estos lugares. En fin, que es un placer leer tus artículos. Una de Barcelona.
Gracias, Nudea. Comentarios así son los que ayudan a seguir adelante.
Un cúmulo de casualidades interneteras que nomalmente NO PASAN, me han llevado a tu blog en este preciso momento vital. Si todo sale bien, mi idea es estar allí la semana del 9 al 15 de Enero.
Pero no son unas vacacions normales.
Nunca he estado en Teruel, y quiero conocer la ciudad porque hay una voz interior muy profunda que me dice que ese es el sitio donde debo vivir.
Tengo 44 años y casi exactamente he pasado la primera mitad en San Sebastian, y la segunda en Vigo.
Soy de ciencias purísimas y nada supersticioso ni esotérico, o sea que esa voz interior no me la tomo como si fuera un libro de Louise hay, jajaja. Allí sois 35.000 habitantes, en Donosti 200.000 y en Vigo más de 300.000. A esta edad ya busco tranquilidad y reposo, no en plan sentirme anciano, al contrario, me siento lleno de vida. Pero sí en plan de dar un cambio radical en mi vida, que llevo años atado en Vigo y odiándolo, y ahora se dan todas las circunstancias para emigrar.
Seguiré entrando en tu blog para informarme.
Un saludo y a seguir publicitando Teruel.
No te arrepentirás. Es una tierra de gente hospitalaria en la que el de fuera en seguida se integra, pasando a ser uno más. Es una tierra sorprendente, que lleva el día a día sin prisas pero sin pausas.
Pocos, pero bien avenidos. Es un territorio que siempre tiene algo para sorprenderte (a mí me sigue sorprendiendo).
Eso sí, ven con ropa de abrigo que aquí los otoños y los inviernos son duros :-)
Un saludo.
Alberto.
Gracias por contestar tan rápido, Alberto. Lo que me cuentas me anima aún más a ir para allí. Los aragoneses teneis muy buena fama en el resto de España, no sé si allí sois conscientes de ello: hospitalarios, sanos y llanos, directos, nobles, firmes y rectos, honrados..Un poco como dicen que somos los vascos (yo me sigo considerando vasco, Galicia no me ha dado nada),... excepto los que ya sabemos, que creo firmemente que han colgado las armas para siempre, esta vez sí.
Seguiré leyendo tu blog y esribiéndote comentarios de vez en cuando.
Un saludo
Mario
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