Será por nombres
Paramos en Calomarde, en principio, sólo para echar una caña y proseguir viaje; pero, como siempre, acabamos dando una vuelta por este pueblo semiprotegido por una montaña rocosa.
No estuvimos mucho rato, pero sí el suficiente como para ver un par de cosas de esas que dices: "Menos mal que nos ha dado por parar".
La primera, y es que estos pueblos de Teruel nunca dejan de sorprender, es su iglesia parroquial. Una iglesia normal, como muchas otras que ya has visto, pero la sigues mirando por fuera... y de repente ves que algunas piedras del muro llevan inscripciones romanas (la iglesia es del siglo XVII). Resulta que, al hacer la iglesia, como tenían a mano el sepulcro romano de la familia Terencia, pues decidieron aprovechar las piedras. Total, ya que estaban ahí... Y la verdad es que no quedan mal donde están. Eso sí que es reutilización.
Al poco de dejar Calomarde, un merendero bien provisto anuncia el Molino Viejo y la Cascada Batida, así que allí que vamos.
Una senda bien marcada nos baja hasta el Río Blanco, un afluente del Guadalaviar, y hasta lo poco que queda de un viejo molino. Pero lo más curioso es el estrecho que el agua ha ido modelando a lo largos de los siglos, incluidas una serie de cascadas juguetonas que, en el caso de la conocida como "cascada Batida", llega a tener una caída de unos siete metros.
Para terminar, y también por justificar el título de esta historia, comentar que así como el nombre actual de muchos de nuestros pueblos han venido o bien por variaciones del nombre original de raíces íberas, romanas, árabes... o bien por ir añadiendo palabras poco a poco (recordemos el caso de Villanueva del Rebollar de la Sierra), en Calomarde han ido más allá, y cuando han tenido que cambiar el nombre del pueblo lo han hecho del todo, sin tonterías. Así, al principio el pueblo se llamó Peñascales, luego Valle Hondillo y, finalmente, Calomarde, en honor al ministro de Fernando VII, D. Francisco Tadeo Calomarde, natural de Villel.
Paramos en Calomarde, en principio, sólo para echar una caña y proseguir viaje; pero, como siempre, acabamos dando una vuelta por este pueblo semiprotegido por una montaña rocosa.
No estuvimos mucho rato, pero sí el suficiente como para ver un par de cosas de esas que dices: "Menos mal que nos ha dado por parar".
La primera, y es que estos pueblos de Teruel nunca dejan de sorprender, es su iglesia parroquial. Una iglesia normal, como muchas otras que ya has visto, pero la sigues mirando por fuera... y de repente ves que algunas piedras del muro llevan inscripciones romanas (la iglesia es del siglo XVII). Resulta que, al hacer la iglesia, como tenían a mano el sepulcro romano de la familia Terencia, pues decidieron aprovechar las piedras. Total, ya que estaban ahí... Y la verdad es que no quedan mal donde están. Eso sí que es reutilización.
Al poco de dejar Calomarde, un merendero bien provisto anuncia el Molino Viejo y la Cascada Batida, así que allí que vamos.
Una senda bien marcada nos baja hasta el Río Blanco, un afluente del Guadalaviar, y hasta lo poco que queda de un viejo molino. Pero lo más curioso es el estrecho que el agua ha ido modelando a lo largos de los siglos, incluidas una serie de cascadas juguetonas que, en el caso de la conocida como "cascada Batida", llega a tener una caída de unos siete metros.
Para terminar, y también por justificar el título de esta historia, comentar que así como el nombre actual de muchos de nuestros pueblos han venido o bien por variaciones del nombre original de raíces íberas, romanas, árabes... o bien por ir añadiendo palabras poco a poco (recordemos el caso de Villanueva del Rebollar de la Sierra), en Calomarde han ido más allá, y cuando han tenido que cambiar el nombre del pueblo lo han hecho del todo, sin tonterías. Así, al principio el pueblo se llamó Peñascales, luego Valle Hondillo y, finalmente, Calomarde, en honor al ministro de Fernando VII, D. Francisco Tadeo Calomarde, natural de Villel.
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