Creo que desde siempre he tenido la inquiertud de ir algún día a Navarrete porque mi vecino, Salvador (muy buena persona) era de allí, y muchas veces hablaba de su pueblo.
Cuando fuimos, la verdad es que no estuvimos mucho rato, a nuestro pesar: hacía un día de perros, casi no teníamos gasolina, eran unas horas intempestivas, no habíamos comido...
El caso es que no nos dimos una vuelta por sus calles, como me gusta hacer siempre que voy a un pueblo. Sin embargo, sí que tuvimos un par de alegrías: la primera, ver la magnífica torre mudéjar de la iglesia (la puerta, en cambio, estaba de lo más zarriosa); y, la segunda, el bar de al lado de la iglesia (es una pena que se me haya olvidado el nombre).
El bar es de esos bares de siempre, de los que te hacen estar a gusto, como cuando llegas a casa. Fue entrar y ya parecía que éramos del pueblo. Unos saludos a los parroquianos y a ver el panorama, como en una película. La hora jauta de las 4 de la tarde o así que eran había reunido unas cuantas mesas de guiñote, gente echando el café y otros que ya empezaban (o seguían) con las cañas, las tapas y el vino, un par de abuelos atentos a la tele aunque el telediario ya hacía rato que había acabado... y, con pocas esperanzas, preguntamos a la señora del bar si nos podía hacer algo para comer. Pues hete aquí que la señora nos uelta un repertorio de cosas, nos deja una carta y nos dice que sin problemas.
El bocata, perfecto. El pan de pueblo con tomate, y una longaniza deliciosa. Increíble. Eso, y el hambre que llevábamos.
Más que satisfecho de la breve visita a Navarrete, continuamos camino hasta Calamocha. A echar gasolina, claro.
Cuando fuimos, la verdad es que no estuvimos mucho rato, a nuestro pesar: hacía un día de perros, casi no teníamos gasolina, eran unas horas intempestivas, no habíamos comido...
El caso es que no nos dimos una vuelta por sus calles, como me gusta hacer siempre que voy a un pueblo. Sin embargo, sí que tuvimos un par de alegrías: la primera, ver la magnífica torre mudéjar de la iglesia (la puerta, en cambio, estaba de lo más zarriosa); y, la segunda, el bar de al lado de la iglesia (es una pena que se me haya olvidado el nombre).
El bar es de esos bares de siempre, de los que te hacen estar a gusto, como cuando llegas a casa. Fue entrar y ya parecía que éramos del pueblo. Unos saludos a los parroquianos y a ver el panorama, como en una película. La hora jauta de las 4 de la tarde o así que eran había reunido unas cuantas mesas de guiñote, gente echando el café y otros que ya empezaban (o seguían) con las cañas, las tapas y el vino, un par de abuelos atentos a la tele aunque el telediario ya hacía rato que había acabado... y, con pocas esperanzas, preguntamos a la señora del bar si nos podía hacer algo para comer. Pues hete aquí que la señora nos uelta un repertorio de cosas, nos deja una carta y nos dice que sin problemas.
El bocata, perfecto. El pan de pueblo con tomate, y una longaniza deliciosa. Increíble. Eso, y el hambre que llevábamos.
Más que satisfecho de la breve visita a Navarrete, continuamos camino hasta Calamocha. A echar gasolina, claro.
4 comentarios:
buen pueblo
Bueno.
El bar se llama "la yesera", aunque desde que estuvieses ya no lo llevaran los mismos dueños, el nombre sigue siendo el mismo.
OK. Gracias por la información.
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