lunes, 27 de septiembre de 2010

Valbona (Gúdar - Javalambre)

Una pequeña despedida a José Antonio Labordeta
Tuve la suerte de estar con unos amigos en Valbona allá por el año 2004. La verdad es que estuvimos poco rato; el suficiente como para dar una vuelta por el pueblo, por sus calles, y ver algunos de sus edificios singulares, alguna lonja... típicos de la arquitectura turolense.
Pero lo que más recuerdo de este acogedor pueblo es una de sus calles, en la que alguno de sus habitantes había puesto a cada uno en su sitio.
Hasta siempre, abuelo.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Las Parras de Martín (Cuencas Mineras)

En El Chorredero nunca ha habido brujas
En verano, cuando era un joven sano y delgado, pasábamos bastante tiempo en Las Parras, donde teníamos casa. Y algunos días nos acercábamos, por sendas poco conocidas, hasta "El Chorredero", donde comíamos o merendábamos, y nos bañábamos.
El paraje era impresionante pues, por un lateral de la aparentemente impracticable pared de roca, se despeñaba el agua del río, en una fabulosa cascada. D
e ahí el nombre, del "chorro" de agua que caía.
La pared de roca de la que hablaba en realidad estaba completamente horadada, y una senda te llevaba a la parte alta del Chorredero, a una pradera.
Las cuevas que había a lo largo de esta senda eran un escenario ideal para jugar y hacer el cabra; algunas eran enormes, y de sus techos colgaban, como chupones de hielo, multitud de estalactitas, Estas cuevas las aprovechaban los pastores a modo de parideras y donde refugiarse y refugiar el ganado llegado el caso.
Una de las últimas veces que fui a Las Parras nos acercamos al Chorredero por una nueva pista asfaltada que ahora une este pueblo con Cervera y Pancrudo. Allí vimos lo que quedaba de él, pues una gran riada hacía unos años había desprendido una serie de rocas que habían roto un poco la magia de la cascada de siempre, mostrándonos ahora un simpático riachuelillo, manso, que discurría con resignación.

También habían colocado un cartel, de esos que llamamos "paneles interpretativos" o "mesas de información". Y aquí ya fue cuando se me cayó el alma al suelo y se me hinchó la vena, al ver que a este paraje lo habían rebautizado como "Las cuevas de las brujas" o algo así, y, para más inri, este cartel aún se atrevía a explicar que allí se reunían las brujas para hacer qué me sé yo qué. No sé a qué tipo de mente retorcida se le habría ocurrido inventarse semejante hatajo de estupideces; imagino que a alguien que, aparte de no conocer el sitio, pensaría que unas brujas atraen más turismo que un fantástico espacio natural.

En fin, espero no tener que encontrarme más con estas cosas, al menos en los sitios que conozco y a los que de pequeño cogí cariño.


Nota: Hace algún tiempo estuvimos visitando "La cueva de las güixas (las brujas)" en Villanúa, un pueblo al lado de Jaca (Huesca). Preguntada con alevosía, la guía nos contó que hasta hace poco en la ladera de ese monte se cultivaban muchas guijas (una legumbre parecida a la judía), y que, en aras de aumentar el turismo en la zona (volvemos a lo mismo), quedaba mejor reclamo llamar a la cueva "de las güixas" (de las brujas) que "de las judías" (de las guijas). La verdad es que aquí lo tenían fácil para cambiarle el nombre. Luego, como hay frikis para todo, se desarrolló toda la parefernalia brujeril que ha derramado ríos de tinta.



martes, 21 de septiembre de 2010

La Iglesuela del Cid (Maestrazgo)

Donde la piedra seca se une al buen yantar
La Iglesuela del Cid es uno de esos poquísimos lugares donde la piedra adquiere un protegonismo sin igual. Sus calles empedradas las forman casonas señoriales hechas de piedra, como en otros muchos pueblos de Teruel; pero si dais una vuelta por los alrededores veréis que el uso de la piedra va mucho más allá, hasta convertirse en el elemento clave para el desarrollo del pueblo a lo largo de la historia.
Bancales, puentes, cabañas de pastor, escaleras... conforman un paisaje de piedra al que hay que acercarse y quedarse, por unos momentos, de piedra.
Este tipo de construcciones, fuera del núcleo urbano, se denomina "de piedra seca" porque, aunque parezca mentira, todas las piedras están colocadas sin usar ningún tipo de argamasa. Es todo piedra. Y sólo piedra.
Cuando más se disfruta de este paisaje es después de habernos quitado la mentalidad del siglo XXI, llena de prefabricados de hormigón y prisas, y ponernos la de las personas que "construyeron" las largas paredes que forman los bancales, en un intento y logro de aprovechar la dura orogrfía del terreno; de las personas que se construyeron las casetas para protegerse, él y sus útiles de labor, de las inclemencias del tiempo; de esas personas que, en un alarde de imaginación práctica, idearon ese sistema de escaleras casi invisible que permitía el acceso a los bancales sin tener que ir al extremo, colocando losas sobresaliendo de la propia pared. Es fabuloso, impresionante.
Visto lo que duran las construcciones que se levantan hoy día, no cabe duda de que nuestros antepasados nos llevaban siglos de ventaja.
Y, después de un ameno e instructivo paseo tan duradero como queráis, seguro que tenéis algo de hambre. Pues bien, en La Iglesuela del Cid esto no es un problema.
Si lo que queréis es comer como mandan los cánones (esto es, a la hora de comer y con las piernas debajo de la mesa), hay que ir a Casa Amada, señora a quien Dios guarde muchos años. Comida casera, buenas raciones, buen trato y, en algún caso, un toque de originalidad. A destacar los garbanzos con ali-oli, el conejo a la brasa (un conejo) y, de postre, helado de turrón (que no es helado, y yo para mí que ni es turrón, pero está delicioso). Pero el menú es mucho más, y además muy muy bien de precios.
Si, por el contrario, se os ha hecho la hora del vermú o, mejor aún, la de la merienda, id a un bar del que no recuerdo el nombre pero que está, si no me falla la memoria, al lado de la farmacia y un banco. Se llega tomando una de las calles que salen del parador/iglesia/ayuntamiento en dirección a la parte alta del pueblo. Se trata de un bar normal, con sus cuatro abuelos, la tele puesta, y una barra larga y triste con un bote de almendras y otro de aceitunas y pepinillos. Que no os engañen las apariencias: preguntad en la barra si tienen algo de cocina para picar alguna ración. Posiblemente salga de detrás de una cortina una señora que os diga que "bueno, algo os puedo hacer" y os suelte una retahíla de cosas. Los callos de ternera (caseros) los borda.

Nota: En Villafranca del Cid, un pueblo al lado de La Iglesuela pero ya provincia de Castellón, hay un "Museo de la Piedra Seca". No vayáis. Aparte de que no vale la pena, toda la información (paneles, folletos, etc.) está única y exclusivamente en valenciano. Y es que, como ya escribió en su día Arturo Pérez Reverte, "éste es un país de imbéciles".


miércoles, 8 de septiembre de 2010

Jatiel (Bajo Martín)

Una serie de extrañas sensaciones
El otro día volvíamos del Matarraña y decidimos hacer un poco de turismo por el último tramo del río Martín en la provincia de Teruel. Allí nos topamos con Jatiel.
A la llegada se ve la fértil huerta del río Martín, y unas casitas al fondo de las que sobresale una torre de iglesia.
La entrada al pueblo provoca la salida de casa de una señora que, como en otros muchísimos pueblos de Aragón, con la excusa de regar plantas controla quién llega, dónde va y a hacer qué. Aparcamos en la calle de entrada, con el asfalto levantado por las raíces de los árboles. Es el primer "uy, uy".
Subimos por la calle y las casas dan una sensación de dejadez y abandono que multiplican los "uys". Y, de repente, giramos y aparece una espaciosa plaza con una imponente iglesia que se muestra como dueña y señora de la redolada. Pensamos que la cosa está salvada cuando tenemos que dar un salto hacia atrás del susto que nos pega un edificio completamente fuera de lugar, de estilo-diseño modernista-minimalista-columnero. Imaginamos que sería el ayuntamiento o algo así, y frente a él otro edificio con las paredes llenas de escorchones. Son los últimos "uy, uy, uy".
Y nos vamos bajo la atenta mirada de la señora que nos recibió, que sigue regando las plantas, y con una rara sensación visto lo visto.
Lo que sí nos queda claro es que aquí hace falta una mano de pintura, cuando menos.




miércoles, 1 de septiembre de 2010

Berge (Bajo Aragón)

Ahí está
Cuando estuve en Berge tuve una sensación de esas que, mientras subes los hombros, pones cara de bobo y piensas: "Bueno, ya estamos aquí. ¿Y ahora qué?".
Porque Berge es uno de esos pueblos que parece que se metieron en una burbuja y se aislaron del mundo. Es como si por ahí se hubiera olvidado de pasar el tiempo y la Historia. La vida me pareció que transcurría lenta, en un silencio sólo roto por algún que otro coche atravesando la carretera (que, como en otros muchos pueblos de Teruel, pasa por en medio del casco urbano).
Tal vez fuera porque el día estaba plomizo, pero el caso es que dejé el pueblo con la sensación de que igual me hubiera dado estar en otro lado. Si tengo otra ocasión, para primavera intentaré ver con otros ojos este pueblo de agua, el embalse de Gallipuén, los montes que lo rodean, su santuario...
De momento, me queda una triste sensación de indiferencia. Lo siento.