miércoles, 29 de junio de 2011

Obón (Cuencas Mineras)

In vino veritas
Perdido en lo profundo del Teruel más profundo, una interminable sucesión de curvas nos lleva hasta el pueblo de Obón, enclavado en el Parque Cultural del Río Martín.
Mi padre mencionaba a Obón algunas veces, cuando contaba que, de joven, se juntaban unos cuantos y se iban a comprar vino a Obón (un par de días o tres). El vino de Obón era el típico de aquel entonces por la zona de Lécera y Muniesa: fuerte, recio, peleón. Luego este vino ya lo traían a la bodega de Utrillas y no hacía falta ir a buscarlo (aunque alguien echaría de menos estas escapadas).
Escribir sobre el vino de Obón me trae el recuerdo de esos bocadillos de casi una barra de pan que nos merendábamos de críos: pan bien empapado de vino y un buen puñado de azúcar. No sé por qué ha desaparecido una comida tan sana de la dieta alimentaria infantil...
Así pues, no es de extrañar que en el escudo de Obón aparezca un enorme racimo de uvas (¿un "uvón", acaso?).
En la vuelta que nos dimos por el pueblo prácticamente no nos cruzamos con nadie. Eso sí, por la época que era, la vega del río Martín estaba de ese color verde sano que sólo lo dan las verduras cultivadas como es debido.
Y si alzamos la mirada podremos ver unas formaciones rocosas sobre las cuales, dicen, un enorme carnero se asoma el día de difuntos...

lunes, 27 de junio de 2011

Formiche Alto (Gúdar - Javalambre)

Un agradable paseo
Cuando ya va parece que quiere acabarse la carretera, un bello rincón precede al puente que da entrada a Formiche Alto, un pequeño pueblo a los pies de Sierra Camarena.
Cruzando el otro puente, que en otoño está precioso, pasada la Ermita de Loreto comenzamos un paseo agradable, más o menos señalizado, que poco a poco nos iba subiendo en altura, dándonos cada poco tiempo mejores vistas sobre este valle del Mijares.
Al no tener un objetivo fijo, ni ningún agobio por el tiempo, lo íbamos haciendo al estilo pastor: camino largo, paso corto. El cambio de vegetación, el paso de camino a pista y vuelta a camino y vuelta a pista, una parada para ver un pobre pájaro atrapado en el bajo matorral, otro para respirar el fresco aire puro de noviembre... todo ello, manos a la espalda, nos llevó a una gran corraliza que, aparentemente abandonada por el grado de derrumbe que presentaba, hacía pinta de que todavía se aprovechaba de vez en cuando.
Aquí decidimos que fuera el fin del agradable paseo, pues el fresco aire se estaba convirtiendo en un fuerte viento frío que, por otra parte, nos permitió contemplar unas vistas magníficas, con un cielo azul intenso, bajo el cual, ante nosotros, el tranquilo valle del Mijares seguía su ritmo. Sin prisas.
Y como esta historia sólo puede acabar dejando un buen sabor de boca, en cuanto tengáis ocasión probad la longaniza seca de Formiche. Y, si queréis, luego me lo contáis.


viernes, 3 de junio de 2011

Cortes de Aragón (Cuencas Mineras)

Las ídem
En la última etapa en que tenía que coger regularmente el coche de línea para ir de Utrillas a Zaragoza (y viceversa) el autobús ya no paraba en Muniesa, sino en Cortes, en el bar de al lado de la carretera. Las malas lenguas decían que era porque el conductor obeso no había llegado a un "acuerdo económico" con la señora que regentaba el bar de Muniesa. No sé si sería verdad.
Pocas veces más he podido estar en ese bar después, pues en los últimos años debía llevar un sistema de apertura un poco intermitente. Igual te podías echar una caña y un bocadillo (una vez llegamos a comer allí, y muy bien), como que te lo encontrabas cerrado las siguientes diez veces. Y, a pesar de que me han dicho que hay otro bar en el pueblo, la verdad es que no he sabido encontrarlo.
Para el que a estas alturas ande un poco despistado (normal, con este principio...), decir que Cortes de Aragón es un pequeño pueblo asentado sobre una montañeta, y flanqueado a poca distancia por los ríos Martín y Aguasvivas, siendo punto de entrada a la parte del Parque Cultural del Río Martín en su discurrir por Obón y Alcaine.
Poco más tiene el pueblo, aunque a mí siempre me ha parecido bastante acogedor. Eso sí, con unas pintas de cascar bien el sol en verano y pelarte de frío en invierno... cosa normal, por otra parte, en estas llanuras turolenses a mil metros de altitud.
Por el nombre, siempre había pensado que en algún momento se habían celebrado aquí unas Cortes, así que he buscado algo más de información en la Gran Enciclopedia Aragonesa, y no sólo no me ha solucionado nada sino que además me ha despistado más todavía, pues dice textualmente: "Según la tradición, Cortes de Aragón tomó el nombre del primer parlamento regional celebrado allí tras la expulsión de los moros". Ahora bien, las Cortes de Aragón se crearon en torno al año 1283, durante el reinado de Pedro III el Grande, y en esa época España estaba llena de "moros", que no se fueron hasta que los echaron los Reyes Católicos. Otra cosa sería que ese "primer parlamento regional" equivaliera a una posterior reunión de las Cortes (se reunieron muchas veces) después de que en 1609 Felipe III expulsara a los moriscos. Si alguien me lo explicara mejor...
Nada más que decir tras estos momentos de historia, tan sólo que igual habría que pensar en trasladar la aljafería aquí.



miércoles, 1 de junio de 2011

Peracense (Jiloca)

Revisited
Un fin de semana jauto de febrero de este año que tenía que hacer alguna cosilla cerca de Monreal, decidimos Marta y yo darnos una vuelta por las tierras rojas de Teruel, y aprovechar para visitar de nuevo el castillo de Peracense.
Nos entretuvimos un poco por el camino ya que toda la zona invita, por sus características, a ir parando cada dos por tres a admirar el curioso paisaje. Al final, llegamos al castillo, pero ya era tarde: estaban cerrando, y ya salían los últimos visitantes de la mañana. Así que decidimos dar una vuelta por el pueblo (cosa que no habíamos hecho la otra vez) y volver por la tarde.
Las bien cuidadas casas de Peracense tienen el color rojo de las areniscas y conglomerados del Triásico que tanto abundan en esta parte de la Cordillera Ibérica, destacando la torre de la Iglesia de San Pedro, del siglo XVIII. Un tranquilo paseo por el pueblo parece verificar lo que se cuenta de que fue lugar de descanso del Cid Campeador cuando venía por aquí a dar espadazos.
A la hora de comer nos metimos en el hostal/restaurante, y ahí ya empeoró la cosa: de barra pequeña y con cuatro botellas sobre un fondo agrietado de color dudoso, el local pocas pintas tenía de servir comidas. La chica que nos atendió nos dijo que, efectivamente, no daban nada de comer, pero que podríamos hacerlo en Alba, a unos 20 km. A falta de unos tristes cacahuetes de bolsa, yo me pude beber una cerveza; Marta, nada, pues no tenían ni coca-cola, ni pepsi, ni fanta, ni ningún tipo de refresco, según nos informó la chica que llevaba el "negocio". Así que, claro, visto el panorama nos fuimos de allí no sin antes echar una última mirada a los carteles de la fachada y a la simpática placa azul con un tenedor y una "R" que había al lado de la puerta.
Quiero imaginar que la afluencia de turistas al castillo servirá, al menos, para potenciar los otros pueblos de alrededor.
Ni que decir tiene que fuimos los primeros visitantes de por la tarde. Con cuidado despertamos al señor de la garita, que estaba echando una apacible siesta (yo hubiera hecho lo mismo a esas horas), pagamos las entradas y accedimos al interior del castillo.
Es impresionante. Todo rojo, rojo. Con un inmenso patio de armas alrededor del cual se puede andar por parte de las murallas, asomarse al aljibe que guardaba el agua, localizar sus puntos de vigilancia y maravillarse ante una torre del homenaje a la que se puede acceder... Todo invita a creerse un señor feudal dando un paseo por su castillo, adaptado a la topografía del terreno, y con la mano a modo de visera contemplar desde lo alto de la torre el cerro de San Ginés, la Sierra Palomera y la depresión del Jiloca, siempre vigilante ante un posible ataque de las tropas castellanas.
Imprescindible visitar este castillo, uno de los más bellos y singulares de Aragón.
Eso sí, llevaos un bocadillo. Por si acaso.