lunes, 27 de octubre de 2014

Torrecilla de Alcañiz (Bajo Aragón)

De libros, botánicos y despertadores
En la margen derecha del río Mezquín, y a escasos doce kilómetros de la capital del Bajo Aragón, se encuentra Torrecilla de Alcañiz, ciudad en tiempos protegida por una muralla de la que hoy día no queda nada. Posiblemente, como en otros casos similares, ésta haya pasado a formar parte de los muros de las casas del casco urbano.
Un casco urbano que se ubica en un llano de inviernos fríos y secos, y veranos calurosos pero llevaderos por la piscina y el bar. Un casco urbano más bien llano, ideal para moverse en bici, y un casco urbano del que destaca la iglesia y el ayuntamiento renacentista, con una pequeña lonja.
En Torrecilla de Alcañiz nació José Pardo Sastrón, eminente botánico aragonés que ejerció de boticario por todo el Bajo Aragón. Junto a Francisco Loscos y Bernal se dedico a catalogar minuciosamente la flora de la zona, con especial hincapié en las plantas medicinales (que para eso era boticario). Publicó varios libros especializados, y en Torrecilla completaron un jardín botánico en su nombre, que puede visitarse.
En uno de los muchos paseos que, por suerte, me ha tocado dar por este pueblo, y aprovechando que iba con alguien de allí, pregunté sobre algo que me había llamado la atención hacía tiempo: unas “placas” en muchas de las calles en las que ponía “Copla de los Despertadores”. Yo entiendo por “despertador” una esfera grande con numeritos y saetas, con su ruidoso tic-tac, y que cuando suena mona una escandalera que para qué… o bien una cuadrilla que vuelve a casa de madrugada y no tiene otra faena que ir armando alboroto, a voz en grito a poder ser, entonando cánticos regionales, y despertando a la gente. Casi acierto con esto último.
Me contó la persona en cuestión que, tradicionalmente, Torrecilla de Alcañiz había sido un pueblo de costumbres muy religiosas, tanto que cada calle podía considerarse una “unidad religiosa”, con su hornacina para el santo, sus marcas de vía crucis o, como comentamos, sus paradas de “Despertadores”. Bueno, pues resulta que en tiempos los domingos a primera hora (con la aurora) había misa y, por lo visto, tenía que ir todo el pueblo, así que para que nadie faltara con la excusa de “me he quedado dormido”, un grupo de hombres iba cantando por las calles para despertar a todo el mundo y que fueran al Rosario de la Aurora, que consistía en irlo cantando durante una segunda vuelta por el pueblo. Y luego, a misa.
Pero en uno de esos Concilios Vaticanos que se organizan de vez en cuando pusieron misa los sábados, quitando la de la aurora de los domingos, así que ya no había motivos para levantarse pronto ese día, y a punto (si no del todo) estuvieron de desaparecer estos “Despertadores”. Finalmente, como se lleva mucho lo de recuperar viejas tradiciones, en Torrecilla de Alcañiz han revivido estos “Rosarieros” o “Auroros” (como también se les conoce), aunque ahora más con fines folclóricos que religiosos. Si hasta han grabado un CD…
Para rematar esta historia, no puedo menos que añadir una curiosidad de esas que tanto me gustan; en este caso, sacada del libro “Guía mágica de la provincia de Teruel”, de Alberto Serrano Dolader (que la SGAE me perdone), y que atribuye poderes mágicos a los que leen libros en Torrecilla de Alcañiz. De hecho, cuenta tres casos:
Primer ejemplo: ”Un rebaño iba andando por la calle Mayor. Al llegar a las Yeserías se detuvo,  no había manera de hacerlo andar a pesar de los gritos y los palos del pastor. Levantando éste la mirada vio que en una ventana había uno con un libro, leyendo. Se dirigió a él y lo amenazó con el garrote. El otro paró de leer y el rebaño siguió andando”.
Segundo ejemplo: “Llegó a la plaza un vendedor de vajilla. En una casa vecina había uno leyendo en la ventana. Se apareció una perdiz sobre la vajilla, y los que estaban allí empezaron a dar garrotazos para matarla, pero no pudieron: siempre se escapaba. Hasta que el lector fue visto por el vendedor, que le increpó. El otro paró de leer y desapareció la perdiz. Bajó el lector y pagó el estropicio”.
Tercer ejemplo: “Había uno que se ponía a leer un libro y veía y hacia ver mujeres desnudas”.
Visto el último, casi dan ganas de coger un libro y leérselo en este pueblo.