jueves, 27 de octubre de 2011

Fuentespalda (Matarraña)

¡Matadlos a todos, Dios sabrá reconocer a los suyos!
Dice la cultura popular que si te pones de espaldas a la fuente de la plaza del pueblo, y extiendes los brazos, tendrás también una fuente al frente y otra a cada uno de los extremos de los brazos. Y que de ahí viene su nombre: Fuentespalda. También es cierto que alguien del lugar, a quien aprecio mucho, me dijo que esto era una tontada, que en Fuentespalda hay agua tires para donde tires. Pero bueno, siempre queda ahí la cosa romántica.
Como en otros muchos pueblos de la Comarca, en Fuentespalda predomina la piedra. Un tranquilo paseo por sus calles nos descubre varias casas palaciegas a las que hay que mirar hasta arriba para descubrir, en algunas ocasiones, unos bien tallados aleros. Pasaremos bajo arcos, admiraremos la iglesia y podremos acercarnos a La Torreta, un edificio que sobresale por encima del resto del casco urbano y que, en su momento, hizo de cárcel.
Aunque, al menos para mí, lo más fascinante de Fuentespalda es su cementerio. Y, en concreto, un pequeño terreno a la entrada del mismo que alberga bastantes estelas funerarias, auténticas, de época medieval, y cuya historia tiene su origen hace mucho tiempo, en Francia, y más o menos es ésta:
A principios del siglo XIII, en el pueblo de Bézier (Francia), católicos, cátaros y supongo que más gente de alguna otra religión, convivían pacíficamente sin sospechar que el rey Felipe II Augusto, apoyando al papa Inocencio III, comienza una guerra contra la herejía bajo el "biensonante" nombre de "cruzada". La primera, única y última en suelo europeo.
La excusa: contener a ingleses y germanos. El objetivo: el de siempre, riquezas y ampliación de territorios.
El 22 de julio de 1209 los católicos de Bézier se niegan a entregar a sus vecinos cátaros, lo que acaba con un ataque indiscriminado sobre todo el pueblo tras la orden clara del legado papal, Arnaud-Amaury, abad de Citeaux:
"Matadlos a todos, Dios sabrá reconocer a los suyos"
Aquel día el ejército cristiano asesinó a 20.000 personas, incluidas mujeres, niños y ancianos, cristianos o no.
Algunos cátaros lograron escapar a la masacre, atravesaron los Pirineos y se quedaron por tierras del naciente Reino de Aragón, yendo unos pocos a parar a estas orillas del Tastavins.

Las estelas están bastante desgastadas, pero en alguna de ellas aún se distinguen bien símbolos solares y otros tipos de decoraciones, como herramientas de cantero. Vale la pena perder un rato contemplándolas.
Cuando estéis en Fuentespalda, recordad dos cosas: la primera, no jugar en la plaza en determinados días, bajo multa de una peseta o de cinco días de arresto; y, la segunda, tomarse una caña en el bar de la plaza, acompañada de un platico de almendras (en temporada, claro). Las hace la señora cada mañana y están de vicio.

A Esther, que llevó el camping la temporada del 2010 con muy buen tino, y que ahora que se va muchos la echaremos de menos. Suerte.



martes, 4 de octubre de 2011

Mirambel (Maestrazgo)

Un premio al lavado de cara
Situado al pie de la muela de Monchén, junto al río Cantavieja, limitando ya con la provincia de Castellón, y a casi mil metros de altitud, nos encontramos con Mirambel, una villa medieval de calles empedradas, grandeza renacentista y sólida muralla, rezumando historia por cada uno de sus rincones. Conquistado por Alfonso II hacia 1169, perteneció a la Orden del Santo Redentor y, posteriormente, a los Templarios. Desde aquí partió Jaime I de Aragón a la conquista de Morella y aquí formaron un núcleo importante los carlistas en el siglo XIX.
Recuerdo que la primera vez que fui la carretera era de esas viejas del Maestrazgo: estrecha, rota, con muchas curvas... y larga, larguísima. Pero el eterno viaje tuvo su recompensa con un pueblo con sabor a pueblo, con sus casas y casonas viejas pero regias, y alguna que otra obra indicativa de arreglos y mejoras.
Por cinco entradas se puede acceder a Mirambel, pero sólo por una en vehículo. No lo hagáis. Dejadlo fuera y que sean vuestros pasos los que os guíen por la calzada, los que os hagan atravesar los portales de las Monjas, de San Roque, del Estudio, de la Fuente y el Valero, y que esos pasos os bajen al río, os lleven a la calle Mayor y, por esquinas y callejas, se planten en la plaza de la iglesia.
Mirambel fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1980, y en 1982 Europa Nostra le concedió la medalla de oro por los trabajos de restauración y embellecimiento, que han continuado durante los años siguientes hasta dejar un pueblo casi nuevo. Personalmente, soy de los que prefieren ese aire de pueblo viejo de siempre a las fachadas excesivamente limpias, pulcras, con losas perfectamente arrejuntadas con cemento del siglo XX. Aunque también tengo que decir que han dejado Mirambel hecho un pincel. Un encanto que merece visitarse con calma y dejando que la vista llegue a cada detalle, antes de regresar a extramuros, a por el coche.
Y, naturalmente, no podemos dejar este lugar sin mencionar a Pío Baroja, ese gran escritor de la generación del 98 (aparte de médico) que, con su novela La venta de Mirambel, dio a conocer este pueblo más allá de las fronteras turolenses. A esta novela pertenece un relato que cuenta las maldades de un cura (según algunas versiones, un hechicero descendiente de un maestre templario) llamado Francisco de Montpesar, y que más o menos la historia dice así:

Siendo Francisco de Montpesar un cura joven, fue enviado al pueblo de Mirambel como párroco. Aunque al principio conquistó el cariño de sus parroquianos, muy pronto su carácter bondadoso y alegre se trastocó.
Algunas jóvenes, de las que acudían a recibir clases de órgano, comenzaron a desaparecer. Contaban otras que habían sido seducidas y ofrecidas a Satanás. Incluso hubo quien engendró monstruosos niños que mordían los pechos de sus nodrizas.
Solía el cura reunirse con La Garrocha, una vieja bruja, en una ermita de las afueras del pueblo, y allí tenían lugar aquelarres en los que, entre cánticos burlones, se adoraba al diablo, se invocaba su nombre y se fabricaban brebajes alucinógenos. Lucifer solía tomar forma de gato negro, y los príncipes de su corte cobraban el aspecto de hermosas mujeres.
Seguido a todas partes por un terrible perro negro, Montpesar solía montar a caballo durante las noches de lluvia y cuando el viento soplaba más fuerte.
Finalmente, la Inquisición tomó cartas en el asunto. Viendo en el perro el origen maligno del comportamiento del cura Francisco de Montpesar, lo estrangularon y quemaron. De esta manera, el sacerdote recobró su ser natural.
De cuando en cuando se escuchan en Mirambel unos ruidos de cadenas penitenciales que son arrastradas. Es Montpesar, que está purgando sus culpas.

lunes, 3 de octubre de 2011

Calomarde (Sierra de Albarracín)

Será por nombres
Paramos en Calomarde, en principio, sólo para echar una caña y proseguir viaje; pero, como siempre, acabamos dando una vuelta por este pueblo semiprotegido por una montaña rocosa.
No estuvimos mucho rato, pero sí el suficiente como para ver un par de cosas de esas que dices: "Menos mal que nos ha dado por parar".
La primera, y es que estos pueblos de Teruel nunca dejan de sorprender, es su iglesia parroquial. Una iglesia normal, como muchas otras que ya has visto, pero la sigues mirando por fuera... y de repente ves que algunas piedras del muro llevan inscripciones romanas (la iglesia es del siglo XVII). Resulta que, al hacer la iglesia, como tenían a mano el sepulcro romano de la familia Terencia, pues decidieron aprovechar las piedras. Total, ya que estaban ahí... Y la verdad es que no quedan mal donde están. Eso sí que es reutilización.
Al poco de dejar Calomarde, un merendero bien provisto anuncia el Molino Viejo y la Cascada Batida, así que allí que vamos.
Una senda bien marcada nos baja hasta el Río Blanco, un afluente del Guadalaviar, y hasta lo poco que queda de un viejo molino. Pero lo más curioso es el estrecho que el agua ha ido modelando a lo largos de los siglos, incluidas una serie de cascadas juguetonas que, en el caso de la conocida como "cascada Batida", llega a tener una caída de unos siete metros.
Para terminar, y también por justificar el título de esta historia, comentar que así como el nombre actual de muchos de nuestros pueblos han venido o bien por variaciones del nombre original de raíces íberas, romanas, árabes... o bien por ir añadiendo palabras poco a poco (recordemos el caso de Villanueva del Rebollar de la Sierra), en Calomarde han ido más allá, y cuando han tenido que cambiar el nombre del pueblo lo han hecho del todo, sin tonterías. Así, al principio el pueblo se llamó Peñascales, luego Valle Hondillo y, finalmente, Calomarde, en honor al ministro de Fernando VII, D. Francisco Tadeo Calomarde, natural de Villel.