viernes, 15 de octubre de 2010

La Aldehuela (Cuencas Mineras)

Si yo fuera rico...
Creo que La Aldehuela nunca llegó a ser pueblo, que comenzó siendo un "barrio rico" para los ingenieros que llevaban las minas de Aliaga. Hoy día esas cuatro casas (bien arregladas) al lado de la carretera son una pedanía de Aliaga.
Y, aunque el barrio en sí no me guste mucho, el potencial turístico de calidad que tiene es enorme. Eso sí, con perras.
El enorme mazacote de hierro y hormigón que hay al lado del lago que forma el embalse son los restos de la antigua central/subestación que, en un alarde de generosidad, Endesa regaló al ayuntamiento de Aliaga para ahorrarse los costes de desmantelarla y dejar el paraje natural como estaba.
El caso es que siempre que pasamos por ahí dejamos que vuele nuestra imaginación, y, así, imaginamos el esqueleto de hormigón convertido en un hotel de lujo, con vistas a la peña del Barbo; imaginamos el embalse con un agua clara y barcos de recreo, zonas de baño, algún cisne o similar...; imaginamos un teleférico a modo de las antiguas tirolinas de las vagonetas, que te lleve a lo alto, donde las vistas son fenomenales; imaginamos que los desechos del carbón que Endesa dejó se convierten en un área de recreo... e imaginamos, también, que milagrosamente nos llueve todo el dinero para poder hacerlo y convertir ese pequeño trozo de nada en una referencia mundial para geólogos, ornitólogos, excursionistas...
Por suerte o por intervención divina, el proceso de extracción de carbón no llegó a destruir el paraje que hay justo detrás: un cañón precioso donde anidan gran cantidad de buitres, y donde en su parte llana las extrañas formaciones geológicas permiten que se asomen unas especies vegetales difíciles de encontrar en otros lugares.
Así que si a alguien le sobra dinero (mucho dinero) y no sabe qué hacer con él, ruego se ponga en contacto conmigo y le facilitaré un número de cuenta. Y tal vez dentro de unos años haya que borrar la palabra "imaginamos" de esta historia. Y podamos dar una segunda oportunidad a este lugar.
Y, si no, ahí dejo la idea. Gratis.

lunes, 11 de octubre de 2010

Peracense (Jiloca)

Las incógnitas del castillo rojo
Tuvimos la suerte, allá por el año 1999, de que el sol se fuera poniendo mientras ascendíamos (en coche) la cuesta que nos llevaba hasta el castillo de Peracense, de tal forma que cuando llegamos arriba los últimos rayos de sol resaltaban con muchísima más fuerza de lo normal los colores rojizos de este impresionante y aparentemente inexpugnable castillo.
Estaban realizando las obras de restauración, así que pudimos entrar con facilidad. Y entrar a la plaza de armas y ponerse en la piel de un caballero medeval fue todo uno. A lomos de un imaginario caballo pude recorrer sus recintos, asomarme al precipicio para ver perderse la tierra en el horizonte, y contemplar bajo la peña de San Ginés el casco urbano de Peracense.
Indagando un poco en la historia de este castillo resulta que lo rodean más elucubraciones que hechos, lo que le hace aún más fascinante, si cabe.
En primer lugar, en los alrededores de este castillo supuestamente medieval se han encontrado restos íberos y romanos. En segundo lugar, lo que parecía ser una fortificación de defensa frente a Castilla resulta que pudo ser una fortificación de defensa... frente a sus vecinos turolenses. Y, en tercer lugar, igual ni llegaba a la categoría de fortificación de ataque o defensa, pues entre que los castellanos podían entrar en Aragón por sitios mejores, y que casi todo lo que le rodea son precipicios, pues resulta que el castillo de Peracense rara vez fue asediado o atacado.
Pero bueno, el caso es que ahí está, fabuloso, misterioso, y mimetizado con esa tierra roja de la sierra Menera y tan abundante por estas nuestras tierras de Teruel.

Nota: Hoy día el castillo está restaurado y es visitable (creo que desde el 2002, pero no me hagáis mucho caso). Os recomiendo acercaros a él en cuanto podáis, y si puede ser a última hora de la tarde de un día despejado.


lunes, 4 de octubre de 2010

Cuevas de Cañart (Maestrazgo)

Con los nervios a flor de piel
En Cuevas de Cañart está el afamado hotel Don Iñigo de Aragón, decorado con un gusto exquisito, lugar de buen comer, y un remanso de paz y tranquilidad en estas tierras perdidas.
No he entrado nunca; me lo han contado.
Donde sí he entrado, si no me baila el nombre, es en el convento de los monjes servitas, del s. XVIII, que hay al lado.
Y esto sí que impresiona.
En cuanto atraviesas la puerta, ya no puedes sino relajar los brazos,mirar arriba y abrir la boca.
Este antiguo convento ha perdido toda la techumbre, y ahí aguantan, en un "a ver quién puede más", todos los nervios que la sujetaban. Y en su titánica lucha contra el tiempo y contra las guerras de los hombres, estos nervios han creado un laberinto de arcos con el cielo de fondo, una telaraña de caminos elevados para comunicar las columnas entre sí.
Arcos y columnas y, entre ellos, de vez en cuando quiere asomar algún icono religioso como gritando: "¡Eh!, que yo también sigo aquí".
Arcos y columnas que parecen sujetarse unos a otros y que, si uno fallara, tal vez por empatía se derrumbara todo el conjunto, como un castillo de cartas.
Un lugar, en fin, del que cuando sales te hace volver la vista atrás, como para asegurarte de que efectivamente has visto lo que has visto, y de que el convento sigue ahí. Y del que esperas que siga ahí otros dos o tres siglos más. Por lo menos.

Nota: Hace no mucho me contó alguien que se había alojado en la hospedería que habían ido por la noche al convento, una noche de luna llena. Y, bueno, no sé hasta qué punto es imaginable lo que oí. Pero también me gustaría sentirlo.



La Fresneda (Matarraña)

El poder de un conjunto histórico
Os sugiero poneros como obligación ir a La Fresneda al menos una vez al año. Las razones son muchas; yo sólo os voy a contar algunas.
Dejad el coche al lado de las piscinas y enfilad la ancha calle que lleva al casco urbano. Pero eso sí, hacedlo con las manos en los bolsillos (o, mejor aún, en la espalda) y caminad lentamente, a paso de pastor. Sin prisa alguna. Dejando que sean las calles las que os guíen.
Echadle un vistazo a la fachada de la iglesia; alcahuetead por El Convent (un enorme convento que ahora es un hotel-restaurante); entrad en el Palacio de La Encomienda si la puerta está abierta (realmente fue un palacio) y llevaos alguna garrafa del mejor aceite de la zona; en la carnicería de enfrente podréis comprar un cabrito delicioso... y que vuestros pasos os vayan llevando hacia la plaza del Ayuntamiento. Pero no lo hagáis por la calzada, sino por la preciosa bajocubierta que, en algunos tramos aún conserva el azulete de años atrás y, en las callejuelas que de ella salen, todavía están suspendidas de unos maderos unas ancianas escaleras usadas para coger la oliva o la almendra, y que todavía cumplen su función.
Cuando lleguéis a la plaza del Ayuntamiento, poneos en medio y girad poco a poco 360º para contemplar un pueblo hecho de piedra: el portal, los tintes renacentistas del algunas partes del ayuntamiento, los arcos que abrazan las puertas de madera... y algún coche. Porque, todo hay que decirlo, en esta plaza siempre hay algún coche (debe ser por el poder mágico de este pueblo, y del que hablaremos más adelante).
El Ayuntamiento se puede visitar (para eso es un ayuntamiento), y alberga algo que tendréis pocas ocasiones de ver: dos cárceles medievales. Una era para ricos y otra para pobres. Que os las enseñe la guía porque, la verdad, es muy muy curioso de ver (la oficina de turismo está abajo, en la calle por donde habéis pasado).
Y ahora, ya sí. Coged aliento y tomaos con calma la subida empinada que por calles estrechas y cuidadas os van a llevar a lo alto del pueblo, a esos misteriosos edificios en los que seguramente os habréis fijado al llegar al pueblo: la ermita, el castillo, y como "otra cosa" en medio. La gracia está en ir subiendo por unas calles para bajar luego por otras distintas, así que da igual por dónde empecéis este recorrido "de altura".
Para empezar, el castillo ya no es un castillo. Del antiguo castillo, destruido unas cuantas veces, ya sólo queda un torreón; eso sí, con unas vistas impresionantes de la Comarca del Matarraña que vamos a mantener hasta que bajemos.
Para seguir, la "otra cosa" es el antiguo cementerio, medieval, en el que se conservan unas estelas íberas (¿o celtas?) y, al lado, un aljibe musulmán bajo una gran roca.
El último tramo nos conduce, por un Vía Crucis arreglado, hasta la última loma, desde donde ya realmente se controla todo el Matarraña (podéis ver un montón de pueblos), y donde se levanta la ermita de Santa Bárbara, medio derrumbada tras su reedificación hace cien años, porque las anteriores se las fueron cargando: se cargan una, se construye otra... se la cargan y hacen otra... se la cargan y hacen otra. Así son las guerras.
Aquí arriba podéis estar un buen rato, en la explanada, disfrutando de las vistas, del aire que corre... y del poder, como los Masters del Universo.
Porque habéis de saber que estáis en el centro de un lugar mágico, en el lugar de donde parten líneas de poder hasta el resto de localidades. Y, para describiros este mundo friki (que tiene su encanto), os transcribo la sinopsis del libro de Jesús Avila Granados titulado "Matarraña insólito":
El elevado factor religioso de estos pueblos, desde el Neolítico y la Edad del Bronce, se pone de manifiesto al comprobar la riqueza de enclaves sagrados que hemos podido localizar, repartidos por toda la comarca, enlazados en gran parte a través de “líneas-ley”, que tienen como punto de partida la colina de Santa Bárbara, en la villa de La Fresneda. Son lugares de energía, en donde el visitante puede percibir la fuerza de unas vibraciones relacionadas con el Más Allá. Puntos energéticos que, más tarde, durante los siglos medievales, los magos del Temple y también los perfectos cátaros, supieron recuperar, alzando santuarios en las cimas de montañas sagradas, en la oscuridad y silencio de una gruta natural, o en aislamiento de un valle. Todo ello, y mucho más, ofrece el Matarraña.
Un patrimonio que hemos logrado recuperar del olvido a través de las evidencias, y que espera la llegada de un viajero –no un turista- capaz de captar estas vibraciones.
Así que ya sabéis, si queréis sentir el poder tendréis que ser viajeros, no turistas.
Y, dicho esto, y como se habrá hecho la hora de comer (que, como ya sabréis, es uno de mis mundos frikis), si habéis venido con buena cartera o una visa con fondos os recomiendo hacerlo en el restaurante Matarraña: cocina casera de la zona, ideal para probar cosas deliciosas que no encontraréis en ningún otro sitio (o casi).
Bueno, pues eso, que es un poco caro, pero con tanto poder, tanto poder... bien habrá que darse un homenaje, ¿no?.

Nota: Tenéis más información sobre las líneas de poder o "líneas ley" de La Fresneda en la web de la revista "Más allá".

A Sara, Paco, Añón, Toñito, Ramón, Bernardo... un poco brutos, pero muy buena gente.