miércoles, 22 de mayo de 2013

Noguera de Albarracín (Sierra de Albarracín)

El almanaque de San Román
Situado en medio de un paraje natural envidiable, las casas de Noguera de Albarracín se apelotonan en el cruce que comunica Bronchales, Orihuela del Tremedal y Albarracín. Rodeado por las altas cumbres de la Sierra de Albarracín y el macizo del Tremedal, el clima es más bien húmedo, así que no es de extrañar que en el pueblo se enorgullezcan de tener más de un centenar de fuentes.
Entre sus casas más bien rojas, característico color rodeno de la zona, destaca la iglesia de San Miguel, del siglo XVIII. La gran fachada que da a la plaza alberga entre la piedra y el barro una chapa de hierro vieja y cansada, mimetizada ya por el óxido y el tiempo con el resto del muro, pero en la que aún se distingue perfectamente una extraña serie de números y letras: es el Almanaque de San Román.
El significado de la serie de letras es fácil: corresponde a las iniciales de los meses del año. La fila de arriba, numérica, corresponde a un valor fijo asignado a cada mes. De esta forma se puede calcular cualquier día de la semana del año en el que estemos, o de alguno un poco anterior o posterior. Para convertir realmente este almanaque en un calendario perpetuo haría falta otra tabla, en la que a los distintos años se les asigna otro valor numérico variable. Pero a buen seguro que en el día a día de los vecinos de Noguera este dato no fuera estrictamente necesario.
Quiero pensar que aún quedan nogueranos (o "judíos", como se les conoce por apodo) que sepan hacer los cálculos de cabeza. Los demás, tendremos que quedarnos admirando el Almanaque de San Román y buscar en Internet su "funcionamiento".




jueves, 16 de mayo de 2013

Torremocha de Jiloca (Comunidad de Teruel)

Subida al Pico Palomera
Siguiendo las indicaciones que nos dio un vecino del pueblo, enfilamos la pista que se dirige a los pies de la Sierra Palomera. Al poco nos apareció, a la izquierda y en un agujero, un circuito de karts en plena ebullición competitiva. Y a continuación, un aeropuerto (pequeño, eso sí, como para vuelos ligeros y paramotores). Nos preguntamos quién (y cuándo) había "escondido" esas cosas ahí... lo que estaba claro es que la mañana comenzaba con sorpresas.
La larga pista atraviesa todo el llano y acaba en la ermita de la Virgen del Castillo, lugar de esparcimiento y punto de reunión de los vecinos de Aguatón, Torrelacárcel y Torremocha de Jiloca. El entorno está acondicionado con una construcción de obra para hacer brasa, mesas de merendero, y fuente, por si queremos coger agua (cosa recomendable). Más o menos aquí dejamos el coche y, chino chano, tiramos por la pista.
Un primer cruce a escasos metros de la ermita nos señala una PR hacia una tejería. Ese es el camino que NO debemos tomar; hay que seguir por el ramal derecho de la pista, en dirección a nuestro objetivo.
Pasados unos corrales ya medio derrumbados, un cartel nos advierte de que la pista se corta, para vehículos, unos 200 metros más adelante. Pero es de broma: a la que llegamos a la sirga que impide el paso de vehículos no autorizados llevamos andados ya un par de kilómetros, más o menos. Así que si os queréis ahorrar este primer paseo, con un coche medio bueno podéis hacerlo, pues la pista está en buenas condiciones.
Unos 4 ó 5 metros más adelante de donde se "corta" la pista, un poste señalizando una PR nos indica que debemos abandonar ésta y comenzar la subida.
La senda sigue las trazas de una barranquera, entre carrascas y quejigos. Comienza con una suave pendiente, continúa con una pendiente algo mayor y, al final, un repecho de fuerte pendiente nos coloca en el collado de la Cruz (la pendiente no nos la quita nadie). Aquí tiramos a la izquierda, ya con una subida más llevadera, hasta llegar al collado de los Picachos, llamado así por los farallones rocosos que ya nos van dando un avance de lo que nos encontraremos al final del camino. Desde aquí, ya vemos el vértice geodésico del pico, así que sólo hay que dirigirse hacia él por el sendero que llanea por la parte de la ladera que queda a nuestra derecha, hasta llegar a los últimos escarpes rocosos que, tirando por donde podamos, nos llevan a la cima: al Pico Palomera. Desde que arrancamos en el poste que nos sacaba de la pista apenas han transcurrido tres cuartos de hora.
Allí arriba, a 1.533 m. de altitud y con el buen día que nos salió. las vistas son impresionantes: por un lado, los campos de Visiedo; por otro, toda la llanura del Jiloca con la Sierra de Bronchales y el Tremedal al fondo, enlazando con la Sierra de Albarracín... y es que ancho es Teruel. Ni Castilla ni nada.
Entre los dos vértices geodésicos, el estándar y otro enorme, con sol y buen tiempo, no podemos sino sentarnos a contemplar esta tierra, cuyos campos de cultivo despliegan una gama cromática impresionante, a jugar a adivinar la gran cantidad de pueblos que se divisan desde aquí, la mayoría junto a la autovía nueva y la carretera vieja, a ver correr la sombra que proyecta alguna nube por las laderas del resto de los montes de la sierra, algo más bajas...
Pero no podemos quedarnos aquí para siempre, lógicamente, y hay que empezar el descenso.
Un camino, por el collado de la derecha, nos bajaría rápidamente hasta una pista que, más adelante, enlaza con el punto en el que tomamos el desvío. Nosotros preferimos volver por donde vinimos, para contemplar un rato más el precioso paisaje.
La excursión nos ha dejado más que contentos y llegamos de nuevo a la ermita con una gran satisfacción, y con la idea de recomendar a todo el mundo este paseíco, apto para los niños, que a buen seguro lo disfrutarán enormemente.
Y así, cada vez que volvamos a circular por la única autovía de España sin áreas de descanso ni gasolineras, señalaremos con el dedo el Pico Palomera y diremos: "Ahí hemos estado".





lunes, 13 de mayo de 2013

Blesa (Cuencas Mineras)

Bien de agua
Decidimos aprovechar un día tonto, como lo fue el 1 de mayo del año del Señor de 2013, miércoles festivo, para acercarnos a Blesa y hacer algo que tenía pendiente desde hacía tiempo: la ruta del agua. Además, con lo que había llovido durante todo el mes de abril y, en particular, los dos últimos días del susodicho, las cosas deberían pintar bien.
El pequeño pueblo de Blesa te recibe con un amplio muestrario de huerta tradicional a orillas del río Aguasvivas. Siguiendo un poco el curso del río, un arreglado camino nos conduce al conjunto azud-Molino de la Cueva, en un estrecho/hocino que, en este día concreto, rebosaba agua por todas partes. El acondicionado paraje es fácil de recorrer, y es curioso observar cómo se solventa el acceso a los huertos, al otro lado de la caudalosa acequia que los abastece de agua, colocando grandes losas de piedra a modo de puentes. Muy pocas veces lo había visto, ya que la modernidad trajo tubos de canalización que acabaron con esta práctica práctica (valga la redundancia).
Lo de la Ruta de las presas históricas del Aguasvivas ya fue otra guerra. Para empezar, la ruta comienza a unos dos kilómetros (¿largos?) de Blesa, en la carretera que conduce a Moneva (menos mal que nos dio por ir en coche). El inicio de la ruta lo marca un cartel que señala una pista, a la derecha. Nos metimos por ahí sin bajar del vehículo, y los primeros 500 m. (o más) transcurren por la escombrera, donde ladrillos rotos, sillas de plástico y, entre otro material, una gran abundancia de colchones usados, nos acompañan sin posibilidad de escapatoria. Al final de la escombrera, por intuición, decidimos dejar el coche y andar por una pista a la derecha, en dirección al río. Buena intuición ya que, al poco de perder de vista el coche, una señal en cada cruce de pistas nos indicaba la dirección hacia nuestro destino: el azud de los arcos.
El camino, en gran parte transitable para un vehículo, transcurre entre pedregosos campos de almendros, en los que los frutos ya estaban bastante avanzados. Un agradable paseo para hacerlo en un día como el que nos salió, pero criminal hacerlo en verano.
Tras andar unos tres o cuatro kilómetros llegamos al barranco por donde el Aguasvivas brincaba por encima del azud debido al caudal que llevaba. Un apañado mirador con un panel informativo nos contaba la historia de esta obra hidráulica. El lugar estaba bien y el día seguía siendo plácido, así que estuvimos un buen rato contemplando el entorno, incluido el Molino del Vado, que se veía aguas abajo, algo más lejos, pero inalcanzable desde donde estábamos por no poder "vadear" el río.
Acabado el paseo, regresamos y decidimos dejar aquí la ruta, pues ya teníamos bastantes kilómetros de pista recorridos por hoy.
Me quedo con la huerta tradicional, el entorno del Molino de la Cueva... y el agua.