martes, 21 de diciembre de 2010

Alloza (Andorra - Sierra de Arcos)

Marchando una de patatas
Una de las veces que estuve en Alloza el cielo gris plomizo pesaba sobre esta tierra en tiempos poblada de almendros (de ahí su nombre árabe) y hoy sustituidos en gran parte por olivos.
Estábamos por cuestiones de trabajo, y llegamos a la cita hora y media antes de lo previsto, así que bajo la amenaza de una tromba de agua dimos una vuelta por las calles del pueblo. No había nadie.
Las calles estrechas nos subieron a la iglesia, con un formidable mirador desde el que se divisaba la Rambla y, allá a lo lejos, una ermita rodeada de cipreses. Seguíamos sin ver a nadie.
Desde aquí sólo podíamos bajar, así que lo hicimos hacia el otro extremo del pueblo. Y, sin quererlo (casi) dimos con el bar.
Y, claro, allí estaba todo el mundo. El bar (¿Gato negro puede que se llamara?) estaba perfectamente organizado: el grupo de al lado de la puerta, de charra con el camarero; el grupo de más al final de la barra, viendo en la tele uno de esos programas estúpidos de por las tardes; y, en la parte de arriba, mesas de gente (abuelos casi todos) jugando al guiñote.
Así que nos echamos una caña y, como ya se nos había hecho la hora, hicimos lo que habíamos venido a hacer y, con las primeras gotas que precedían al chaparrón que se avecinaba, marchamos.
Ahora viene lo bueno, que son esos chascarrillos que tanto me gustan y que quiero compartir acerca de Alloza. Uno me lo había contado uno de Andorra; los otros los he leído investigando un poco:

  • En los años 40 querían hacer en Alloza una central térmica que, finalmente, se hizo en Escatrón (¡cachis!).
  • En la guerra civil decidieron juntarse los de un bando y los de otro para protegerse mutuamente según quién conquistara el pueblo (¡chapó!).
  • En Alloza nació Joaquín Fernando Garay, ni más ni menos. Este hombre fue el que introdujo la patata en España, recibiendo por ello alguna distinción del rey Carlos IV. Pues eso, que sepáis que gracias a uno de Alloza podemos comer papas bravas, tortilla de patatas (los huevos ya los teníamos de antes), patatas rellenas de chorizo (los chorizos también los teníamos, y los seguimos teniendo), puré de patatas, patatas asadas, patatas fritas "El gallo rojo" (no me dan comisión), borrajas con patatas, papas con mojo picón...

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Escucha (Cuencas Mineras)

A muchos metros bajo tierra
El primer recuerdo que tengo de haber subido a Escucha es en moto, con mi padre, a cobrar su nómina. En aquél entonces las nóminas de la mina se cobraban en metálico, en un sobre, y había que ir a por ellas si querías cobrar.
Lógicamente, luego he estado en Escucha en infinidad de ocasiones: por estar al lado de Utrillas, por el trabajo en la pescadería, para fiestas... Escucha era un hervidero de gente, de bares con tapas... y, presidiéndolo todo, la central térmica siempre humeante bajo la cual había que pasar cada vez que entrabas o salías.
Pero el tiempo trajo el cierre progresivo de las minas de la cuenca (y de las otras cuencas), y Escucha fue uno de los pueblos en los que más se cebó el infortunio. Aunque hayan hecho casas, obras nuevas y alguna cosa más, la verdad es que ahora Escucha, sin su humeante chimenea, ya no es ni la sombra de lo que fue. De hecho, hasta la nueva carretera le ha dado la espalda.
Así que hubo que apostar por alguna alternativa, y como lo que ahora nos sobra por aquí son minas abandonadas, ¿por qué no convertirlas en un reclamo turístico?.
Y así se hizo el Museo Minero de Escucha, unos cientos de metros de una de las galerías mineras adaptado al turismo y preparado con toda la parafernalia necesaria para que niños y no tan niños se lo pasen estupendamente: te visten, te ponen un casco, te pintan la cara... y te bajan a la mina. ¿Se puede pedir más para un sábado por la mañana, por ejemplo?.
He visto en varias ocasiones las caras de la gente, cuando bajan y cuando salen, y se nota que se lo han pasado bien.
Tal vez se haya dado con algo que pueda devolver a Escucha parte de lo que fue.
Yo no he bajado. Es algo personal.
Antes de iros de Escucha, es fundamental hacer dos cosas más por ahí:
a) Subir, pasando el túnel, hasta el desvío de Valdeconejos; cruzar la carretera y tirar por el monte hasta el repetidor o hasta la zona de parapente. Se llega en coche por buena pista y las vistas, desde lo alto de San Just, de Utrillas, las Barriadas, Escucha, y Montalbán muy al fondo, son impresionantes.
b) Y la segunda cosa es, volviendo hacia Escucha y al poco de pasar el túnel de antes, coger un desvío que hay a la derecha y que, por la antigua carretera, nos lleva hasta la Fuente del Vaso. Es un agua buenísima, fresca, y la fuente ya lleva el vaso incorporado para beber a morro.
Nota: Pido disculpas porque cuando utilizo verbos como "subir" o "bajar" lo hago tomando como referencia a Utrillas. La costumbre.

Dedicado al listo de mi padre, que una vez abajo en la mina quería volver andando a casa porque se sabía el camino por las galerías. Lógicamente, no le dejaron ni la guía ni mi madre.


jueves, 25 de noviembre de 2010

Argente (Comunidad de Teruel)

Frío seco tras el Pico Palomera
Cruzamos lentamente Argente y de una casa sale, encogiéndose, una persona mayor que en seguida se lleva la mano a la bufanda que hace las veces de tapabocas.
Y no es para menos, pues el sol ya está desapareciendo y sobre el pueblo cae la sombra de Sierra Palomera, enfriando el aire de finales de noviembre, a 1.250 m. de altitud turolense.
Con un amago de mediasonrisa, pienso para mis adentros si ese señor sería "argentino". Y no. Los habitantes de este pueblo aparentemente relacionado con la plata son "argentanos".

jueves, 18 de noviembre de 2010

Villarroya de los Pinares (Maestrazgo)

Aguas arábigo-romanas... y otras cosas curiosas
En uno de los muchos valles del Maestrazgo se encuentra Villarroya de los Pinares, un precioso pueblo todavía no explotado por el turismo agresivo (y que dure).
Aquí nace el río Guadalope, uno de los ejes vertebradores de la provincia de Teruel, que acaba mezclándose con las aguas del Ebro a muchos kilómetros de aquí, en tierras caspolinas.
Es curioso el nombre de este río, ya que proviene de una raíz árabe (wad-) y de otra romana (-lupus) y, ya puestos a apurar, parece ser que estos "lupus" (=lobos) no eran animalitos salvajes de estos andurriales, sino que tenían más que ver con las cabezas de lobos que llevaban sobre el casco las legiones romanas que ocuparon esta zona.
Hay una PR que sigue el curso del río y va hasta su nacimiento; si tenéis cualquier cosa mejor que hacer, ahorraos el paseo. El camino discurre por delante de unos corrales con perros cabreados que no paran de ladrar, por trozos de pista por lo que a veces pasan vehículos (lógicamente)... hasta llegar a una obra de hace cuatro días con una manguera, por lo que supusimos que alguien estaría aprovechando para regar. Poco romántico, vamos.
Si realmente queréis disfrutar del Guadalope en Villarroya de los Pinares, lo podéis hacer en el tramo de congosto que va hacia Miravete de la Sierra, y también (¡cómo no!) en la bien cuidada arboleda del propio casco urbano.
Porque este pueblo, que poco a poco sigue renovándose sin atentar contra su entorno, acoge esas plazas, esas casas y esas casonas "de las de toda la vida", como una que, según dicen, tiene tantas puertas y ventanas como días tiene el año.
Cuando vayáis, dad una vuelta por sus ermitas y acercaos al torreón, que la subida es suave y breve, y las vistas del entorno desde aquí hacen reflexionar sobre la dureza de estas tierras, con pueblos encajonados entre alturas de 1.700 metros.
Estos parajes fueron muy frecuentados por el rey aragonés Jaime I el Conquistador, ya que aquí compaginaba la cacería con otras actividades más placenteras, como los escarceos con su amante Berenguela.
Pero volvamos a nuestra época...
Hay más de un bar en Villarroya pero, no sé por qué razón inexplicable, siempre acabamos parando en el de la curva. Y, como ya se ha comentado en otras ocasiones sobre los bares de otros pueblos turolenses, que no os engañe esa barra con un bote solitario de frutos secos y dos boquerones tristes. La última vez, a esas horas jautas que mezclan el guiñote de los que ya han comido con el vermú de los que estamos de viaje, acabó haciéndonos compañía, entre otras viandas, un gran plato de jamón. Bien bueno.

Dedicado al chaval que encontramos en la carretera de Miravete a Aliaga. El coche le había dejado tirado y sin cobertura (para variar), y lo llevamos a Villarroya. Anda, que si te llega a pasar de noche... y en invierno...


viernes, 15 de octubre de 2010

La Aldehuela (Cuencas Mineras)

Si yo fuera rico...
Creo que La Aldehuela nunca llegó a ser pueblo, que comenzó siendo un "barrio rico" para los ingenieros que llevaban las minas de Aliaga. Hoy día esas cuatro casas (bien arregladas) al lado de la carretera son una pedanía de Aliaga.
Y, aunque el barrio en sí no me guste mucho, el potencial turístico de calidad que tiene es enorme. Eso sí, con perras.
El enorme mazacote de hierro y hormigón que hay al lado del lago que forma el embalse son los restos de la antigua central/subestación que, en un alarde de generosidad, Endesa regaló al ayuntamiento de Aliaga para ahorrarse los costes de desmantelarla y dejar el paraje natural como estaba.
El caso es que siempre que pasamos por ahí dejamos que vuele nuestra imaginación, y, así, imaginamos el esqueleto de hormigón convertido en un hotel de lujo, con vistas a la peña del Barbo; imaginamos el embalse con un agua clara y barcos de recreo, zonas de baño, algún cisne o similar...; imaginamos un teleférico a modo de las antiguas tirolinas de las vagonetas, que te lleve a lo alto, donde las vistas son fenomenales; imaginamos que los desechos del carbón que Endesa dejó se convierten en un área de recreo... e imaginamos, también, que milagrosamente nos llueve todo el dinero para poder hacerlo y convertir ese pequeño trozo de nada en una referencia mundial para geólogos, ornitólogos, excursionistas...
Por suerte o por intervención divina, el proceso de extracción de carbón no llegó a destruir el paraje que hay justo detrás: un cañón precioso donde anidan gran cantidad de buitres, y donde en su parte llana las extrañas formaciones geológicas permiten que se asomen unas especies vegetales difíciles de encontrar en otros lugares.
Así que si a alguien le sobra dinero (mucho dinero) y no sabe qué hacer con él, ruego se ponga en contacto conmigo y le facilitaré un número de cuenta. Y tal vez dentro de unos años haya que borrar la palabra "imaginamos" de esta historia. Y podamos dar una segunda oportunidad a este lugar.
Y, si no, ahí dejo la idea. Gratis.

lunes, 11 de octubre de 2010

Peracense (Jiloca)

Las incógnitas del castillo rojo
Tuvimos la suerte, allá por el año 1999, de que el sol se fuera poniendo mientras ascendíamos (en coche) la cuesta que nos llevaba hasta el castillo de Peracense, de tal forma que cuando llegamos arriba los últimos rayos de sol resaltaban con muchísima más fuerza de lo normal los colores rojizos de este impresionante y aparentemente inexpugnable castillo.
Estaban realizando las obras de restauración, así que pudimos entrar con facilidad. Y entrar a la plaza de armas y ponerse en la piel de un caballero medeval fue todo uno. A lomos de un imaginario caballo pude recorrer sus recintos, asomarme al precipicio para ver perderse la tierra en el horizonte, y contemplar bajo la peña de San Ginés el casco urbano de Peracense.
Indagando un poco en la historia de este castillo resulta que lo rodean más elucubraciones que hechos, lo que le hace aún más fascinante, si cabe.
En primer lugar, en los alrededores de este castillo supuestamente medieval se han encontrado restos íberos y romanos. En segundo lugar, lo que parecía ser una fortificación de defensa frente a Castilla resulta que pudo ser una fortificación de defensa... frente a sus vecinos turolenses. Y, en tercer lugar, igual ni llegaba a la categoría de fortificación de ataque o defensa, pues entre que los castellanos podían entrar en Aragón por sitios mejores, y que casi todo lo que le rodea son precipicios, pues resulta que el castillo de Peracense rara vez fue asediado o atacado.
Pero bueno, el caso es que ahí está, fabuloso, misterioso, y mimetizado con esa tierra roja de la sierra Menera y tan abundante por estas nuestras tierras de Teruel.

Nota: Hoy día el castillo está restaurado y es visitable (creo que desde el 2002, pero no me hagáis mucho caso). Os recomiendo acercaros a él en cuanto podáis, y si puede ser a última hora de la tarde de un día despejado.


lunes, 4 de octubre de 2010

Cuevas de Cañart (Maestrazgo)

Con los nervios a flor de piel
En Cuevas de Cañart está el afamado hotel Don Iñigo de Aragón, decorado con un gusto exquisito, lugar de buen comer, y un remanso de paz y tranquilidad en estas tierras perdidas.
No he entrado nunca; me lo han contado.
Donde sí he entrado, si no me baila el nombre, es en el convento de los monjes servitas, del s. XVIII, que hay al lado.
Y esto sí que impresiona.
En cuanto atraviesas la puerta, ya no puedes sino relajar los brazos,mirar arriba y abrir la boca.
Este antiguo convento ha perdido toda la techumbre, y ahí aguantan, en un "a ver quién puede más", todos los nervios que la sujetaban. Y en su titánica lucha contra el tiempo y contra las guerras de los hombres, estos nervios han creado un laberinto de arcos con el cielo de fondo, una telaraña de caminos elevados para comunicar las columnas entre sí.
Arcos y columnas y, entre ellos, de vez en cuando quiere asomar algún icono religioso como gritando: "¡Eh!, que yo también sigo aquí".
Arcos y columnas que parecen sujetarse unos a otros y que, si uno fallara, tal vez por empatía se derrumbara todo el conjunto, como un castillo de cartas.
Un lugar, en fin, del que cuando sales te hace volver la vista atrás, como para asegurarte de que efectivamente has visto lo que has visto, y de que el convento sigue ahí. Y del que esperas que siga ahí otros dos o tres siglos más. Por lo menos.

Nota: Hace no mucho me contó alguien que se había alojado en la hospedería que habían ido por la noche al convento, una noche de luna llena. Y, bueno, no sé hasta qué punto es imaginable lo que oí. Pero también me gustaría sentirlo.



La Fresneda (Matarraña)

El poder de un conjunto histórico
Os sugiero poneros como obligación ir a La Fresneda al menos una vez al año. Las razones son muchas; yo sólo os voy a contar algunas.
Dejad el coche al lado de las piscinas y enfilad la ancha calle que lleva al casco urbano. Pero eso sí, hacedlo con las manos en los bolsillos (o, mejor aún, en la espalda) y caminad lentamente, a paso de pastor. Sin prisa alguna. Dejando que sean las calles las que os guíen.
Echadle un vistazo a la fachada de la iglesia; alcahuetead por El Convent (un enorme convento que ahora es un hotel-restaurante); entrad en el Palacio de La Encomienda si la puerta está abierta (realmente fue un palacio) y llevaos alguna garrafa del mejor aceite de la zona; en la carnicería de enfrente podréis comprar un cabrito delicioso... y que vuestros pasos os vayan llevando hacia la plaza del Ayuntamiento. Pero no lo hagáis por la calzada, sino por la preciosa bajocubierta que, en algunos tramos aún conserva el azulete de años atrás y, en las callejuelas que de ella salen, todavía están suspendidas de unos maderos unas ancianas escaleras usadas para coger la oliva o la almendra, y que todavía cumplen su función.
Cuando lleguéis a la plaza del Ayuntamiento, poneos en medio y girad poco a poco 360º para contemplar un pueblo hecho de piedra: el portal, los tintes renacentistas del algunas partes del ayuntamiento, los arcos que abrazan las puertas de madera... y algún coche. Porque, todo hay que decirlo, en esta plaza siempre hay algún coche (debe ser por el poder mágico de este pueblo, y del que hablaremos más adelante).
El Ayuntamiento se puede visitar (para eso es un ayuntamiento), y alberga algo que tendréis pocas ocasiones de ver: dos cárceles medievales. Una era para ricos y otra para pobres. Que os las enseñe la guía porque, la verdad, es muy muy curioso de ver (la oficina de turismo está abajo, en la calle por donde habéis pasado).
Y ahora, ya sí. Coged aliento y tomaos con calma la subida empinada que por calles estrechas y cuidadas os van a llevar a lo alto del pueblo, a esos misteriosos edificios en los que seguramente os habréis fijado al llegar al pueblo: la ermita, el castillo, y como "otra cosa" en medio. La gracia está en ir subiendo por unas calles para bajar luego por otras distintas, así que da igual por dónde empecéis este recorrido "de altura".
Para empezar, el castillo ya no es un castillo. Del antiguo castillo, destruido unas cuantas veces, ya sólo queda un torreón; eso sí, con unas vistas impresionantes de la Comarca del Matarraña que vamos a mantener hasta que bajemos.
Para seguir, la "otra cosa" es el antiguo cementerio, medieval, en el que se conservan unas estelas íberas (¿o celtas?) y, al lado, un aljibe musulmán bajo una gran roca.
El último tramo nos conduce, por un Vía Crucis arreglado, hasta la última loma, desde donde ya realmente se controla todo el Matarraña (podéis ver un montón de pueblos), y donde se levanta la ermita de Santa Bárbara, medio derrumbada tras su reedificación hace cien años, porque las anteriores se las fueron cargando: se cargan una, se construye otra... se la cargan y hacen otra... se la cargan y hacen otra. Así son las guerras.
Aquí arriba podéis estar un buen rato, en la explanada, disfrutando de las vistas, del aire que corre... y del poder, como los Masters del Universo.
Porque habéis de saber que estáis en el centro de un lugar mágico, en el lugar de donde parten líneas de poder hasta el resto de localidades. Y, para describiros este mundo friki (que tiene su encanto), os transcribo la sinopsis del libro de Jesús Avila Granados titulado "Matarraña insólito":
El elevado factor religioso de estos pueblos, desde el Neolítico y la Edad del Bronce, se pone de manifiesto al comprobar la riqueza de enclaves sagrados que hemos podido localizar, repartidos por toda la comarca, enlazados en gran parte a través de “líneas-ley”, que tienen como punto de partida la colina de Santa Bárbara, en la villa de La Fresneda. Son lugares de energía, en donde el visitante puede percibir la fuerza de unas vibraciones relacionadas con el Más Allá. Puntos energéticos que, más tarde, durante los siglos medievales, los magos del Temple y también los perfectos cátaros, supieron recuperar, alzando santuarios en las cimas de montañas sagradas, en la oscuridad y silencio de una gruta natural, o en aislamiento de un valle. Todo ello, y mucho más, ofrece el Matarraña.
Un patrimonio que hemos logrado recuperar del olvido a través de las evidencias, y que espera la llegada de un viajero –no un turista- capaz de captar estas vibraciones.
Así que ya sabéis, si queréis sentir el poder tendréis que ser viajeros, no turistas.
Y, dicho esto, y como se habrá hecho la hora de comer (que, como ya sabréis, es uno de mis mundos frikis), si habéis venido con buena cartera o una visa con fondos os recomiendo hacerlo en el restaurante Matarraña: cocina casera de la zona, ideal para probar cosas deliciosas que no encontraréis en ningún otro sitio (o casi).
Bueno, pues eso, que es un poco caro, pero con tanto poder, tanto poder... bien habrá que darse un homenaje, ¿no?.

Nota: Tenéis más información sobre las líneas de poder o "líneas ley" de La Fresneda en la web de la revista "Más allá".

A Sara, Paco, Añón, Toñito, Ramón, Bernardo... un poco brutos, pero muy buena gente.




lunes, 27 de septiembre de 2010

Valbona (Gúdar - Javalambre)

Una pequeña despedida a José Antonio Labordeta
Tuve la suerte de estar con unos amigos en Valbona allá por el año 2004. La verdad es que estuvimos poco rato; el suficiente como para dar una vuelta por el pueblo, por sus calles, y ver algunos de sus edificios singulares, alguna lonja... típicos de la arquitectura turolense.
Pero lo que más recuerdo de este acogedor pueblo es una de sus calles, en la que alguno de sus habitantes había puesto a cada uno en su sitio.
Hasta siempre, abuelo.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Las Parras de Martín (Cuencas Mineras)

En El Chorredero nunca ha habido brujas
En verano, cuando era un joven sano y delgado, pasábamos bastante tiempo en Las Parras, donde teníamos casa. Y algunos días nos acercábamos, por sendas poco conocidas, hasta "El Chorredero", donde comíamos o merendábamos, y nos bañábamos.
El paraje era impresionante pues, por un lateral de la aparentemente impracticable pared de roca, se despeñaba el agua del río, en una fabulosa cascada. D
e ahí el nombre, del "chorro" de agua que caía.
La pared de roca de la que hablaba en realidad estaba completamente horadada, y una senda te llevaba a la parte alta del Chorredero, a una pradera.
Las cuevas que había a lo largo de esta senda eran un escenario ideal para jugar y hacer el cabra; algunas eran enormes, y de sus techos colgaban, como chupones de hielo, multitud de estalactitas, Estas cuevas las aprovechaban los pastores a modo de parideras y donde refugiarse y refugiar el ganado llegado el caso.
Una de las últimas veces que fui a Las Parras nos acercamos al Chorredero por una nueva pista asfaltada que ahora une este pueblo con Cervera y Pancrudo. Allí vimos lo que quedaba de él, pues una gran riada hacía unos años había desprendido una serie de rocas que habían roto un poco la magia de la cascada de siempre, mostrándonos ahora un simpático riachuelillo, manso, que discurría con resignación.

También habían colocado un cartel, de esos que llamamos "paneles interpretativos" o "mesas de información". Y aquí ya fue cuando se me cayó el alma al suelo y se me hinchó la vena, al ver que a este paraje lo habían rebautizado como "Las cuevas de las brujas" o algo así, y, para más inri, este cartel aún se atrevía a explicar que allí se reunían las brujas para hacer qué me sé yo qué. No sé a qué tipo de mente retorcida se le habría ocurrido inventarse semejante hatajo de estupideces; imagino que a alguien que, aparte de no conocer el sitio, pensaría que unas brujas atraen más turismo que un fantástico espacio natural.

En fin, espero no tener que encontrarme más con estas cosas, al menos en los sitios que conozco y a los que de pequeño cogí cariño.


Nota: Hace algún tiempo estuvimos visitando "La cueva de las güixas (las brujas)" en Villanúa, un pueblo al lado de Jaca (Huesca). Preguntada con alevosía, la guía nos contó que hasta hace poco en la ladera de ese monte se cultivaban muchas guijas (una legumbre parecida a la judía), y que, en aras de aumentar el turismo en la zona (volvemos a lo mismo), quedaba mejor reclamo llamar a la cueva "de las güixas" (de las brujas) que "de las judías" (de las guijas). La verdad es que aquí lo tenían fácil para cambiarle el nombre. Luego, como hay frikis para todo, se desarrolló toda la parefernalia brujeril que ha derramado ríos de tinta.



martes, 21 de septiembre de 2010

La Iglesuela del Cid (Maestrazgo)

Donde la piedra seca se une al buen yantar
La Iglesuela del Cid es uno de esos poquísimos lugares donde la piedra adquiere un protegonismo sin igual. Sus calles empedradas las forman casonas señoriales hechas de piedra, como en otros muchos pueblos de Teruel; pero si dais una vuelta por los alrededores veréis que el uso de la piedra va mucho más allá, hasta convertirse en el elemento clave para el desarrollo del pueblo a lo largo de la historia.
Bancales, puentes, cabañas de pastor, escaleras... conforman un paisaje de piedra al que hay que acercarse y quedarse, por unos momentos, de piedra.
Este tipo de construcciones, fuera del núcleo urbano, se denomina "de piedra seca" porque, aunque parezca mentira, todas las piedras están colocadas sin usar ningún tipo de argamasa. Es todo piedra. Y sólo piedra.
Cuando más se disfruta de este paisaje es después de habernos quitado la mentalidad del siglo XXI, llena de prefabricados de hormigón y prisas, y ponernos la de las personas que "construyeron" las largas paredes que forman los bancales, en un intento y logro de aprovechar la dura orogrfía del terreno; de las personas que se construyeron las casetas para protegerse, él y sus útiles de labor, de las inclemencias del tiempo; de esas personas que, en un alarde de imaginación práctica, idearon ese sistema de escaleras casi invisible que permitía el acceso a los bancales sin tener que ir al extremo, colocando losas sobresaliendo de la propia pared. Es fabuloso, impresionante.
Visto lo que duran las construcciones que se levantan hoy día, no cabe duda de que nuestros antepasados nos llevaban siglos de ventaja.
Y, después de un ameno e instructivo paseo tan duradero como queráis, seguro que tenéis algo de hambre. Pues bien, en La Iglesuela del Cid esto no es un problema.
Si lo que queréis es comer como mandan los cánones (esto es, a la hora de comer y con las piernas debajo de la mesa), hay que ir a Casa Amada, señora a quien Dios guarde muchos años. Comida casera, buenas raciones, buen trato y, en algún caso, un toque de originalidad. A destacar los garbanzos con ali-oli, el conejo a la brasa (un conejo) y, de postre, helado de turrón (que no es helado, y yo para mí que ni es turrón, pero está delicioso). Pero el menú es mucho más, y además muy muy bien de precios.
Si, por el contrario, se os ha hecho la hora del vermú o, mejor aún, la de la merienda, id a un bar del que no recuerdo el nombre pero que está, si no me falla la memoria, al lado de la farmacia y un banco. Se llega tomando una de las calles que salen del parador/iglesia/ayuntamiento en dirección a la parte alta del pueblo. Se trata de un bar normal, con sus cuatro abuelos, la tele puesta, y una barra larga y triste con un bote de almendras y otro de aceitunas y pepinillos. Que no os engañen las apariencias: preguntad en la barra si tienen algo de cocina para picar alguna ración. Posiblemente salga de detrás de una cortina una señora que os diga que "bueno, algo os puedo hacer" y os suelte una retahíla de cosas. Los callos de ternera (caseros) los borda.

Nota: En Villafranca del Cid, un pueblo al lado de La Iglesuela pero ya provincia de Castellón, hay un "Museo de la Piedra Seca". No vayáis. Aparte de que no vale la pena, toda la información (paneles, folletos, etc.) está única y exclusivamente en valenciano. Y es que, como ya escribió en su día Arturo Pérez Reverte, "éste es un país de imbéciles".