El Ayuntamiento más estrecho de Teruel
Villar del Salz nos recibe con un tiroteo en toda regla, gritos, ruido de helicópteros y numerosas explosiones en un día claro de febrero. No es para menos; el bar está abierto y, con la tele a todo volumen, a buen seguro hay alguien viendo una película de acción a esas horas.
Dejamos el coche en la plaza y ya, imposible no verlo, aparece ante nosotros el ayuntamiento más estrecho de la provincia de Teruel, que con sus cuatro plantas de altura resulta una construcción larga, estrecha, alta y, cuando menos, curiosa, toda ella en piedra roya, como casi todo el resto del pueblo, por el que damos algo de vuelta.
Una señora que está barriendo la calle (típico en los pueblos aragoneses) nos augura un día de calor a pesar de las fechas en las que estamos, y continuamos viaje en dirección al límite de las comarcas del Jiloca y la Sierra de Albaarracín con la provincia de Guadalajara, dejando que en Villar del Salz acaben con los malos antes de la hora del vermú.
A Miguel Mena, que justo me hizo la entrevista por la radio preguntándome por el ayuntamiento más estrecho de Teruel el día que estábamos en Villar del Salz.
Aquí huele a pinoHace bastante tiempo un buen amigo me preguntó, sobre una zona más o menos concreta del Bajo Aragón, en qué pueblo mirar de comprar una casa para retirarse del mundanal ruido. Casi sin dudar, por la zona que me indicó, le dije que en La Cerollera.Por motivos tanto de trabajo como de ocio he tenido la suerte de estar muchas veces en La Cerollera. Y me encanta. Es uno de esos pueblos, pequeños, pero que tiene de todo: un casco urbano muy bien arreglado, conjugando la historia con los tiempos modernos de una forma armoniosa, hay bar (fundamental), tienda, piscinas, buena gente (de la que te da los buenos días, te conozca o no, en vez de girarte la cara o mirarte como a un extraño con un rictus de "a qué habrá venido éste"), un entorno natural envidiable, con pistas y caminos para descubrirlo, un parking para evitar en la medida de lo posible que los coches circulen por las calles, un parquecico con un sitio para hacer brasas y mesas donde comerse las costillas, agua... en fin, todo bien.Además de la gente, que para mí es lo más importante de un sitio (sea cual sea), en La Cerollera hay una gran cantidad de patrimonio histórico disperso por sus calles, en forma de detalles que hay que ir descubriendo poco a poco: claves en arcos de puertas de hace tres o cuatro siglos, dinteles labrados cuidadosamente, piedras huecas que en su momento tendrían la misión de almacenar agua, pasajes bajo cubierta para comunicar calles... y una impresionante fachada de iglesia. De esas de quedarte un rato mirando.Para los que, como yo, gusten de dar paseos cortos, La Cerollera ofrece una red de pistas transitables y senderos que nos llevan a descubrir sitios insospechados, tanto por su ubicación como por lo que le rodea. Así, de repronto, os sugiero dos para cuando vayáis a pasar aquí un fin de semana (de primavera, a ser posible):-Uno, a través de una pista transitable con vehículo, nos lleva entre pinos hasta un campamento guerrillero recientemente recuperado. El camino se hace despacio, aparte de porque es pista, porque las ventanillas bajadas hacen que el olor a pino se te meta por las narices, porque yendo despacio nos va a permitir fijarnos en cosas semiocultas, como un gigantesco azud o privilegiadas masías hoy día abandonadas, y porque sí, porque yendo despacio se disfruta más. Dejando el coche en el lugar indicado, comienza una pequeña ascensión por una senda que recorre todo el campamento de la guerrilla y que culmina en un mirador desde el que se aprecia toda la densidad de esta zona de pinos. Aquí, hay que respirar hondo y olvidar las prisas por volver. Además, se puede continuar andando un trozo más por una senda marcada, que no señalizada, y que a buen seguro ya pisaron pies cautos y silenciosos tras la guerra civil. Y por si queréis saber más sobre este tema, en el pueblo hay un pequeño centro de visitantes que explica cómo fue todo esto de la guerrilla en La Cerollera. Está en el antiguo horno, aunque a poco que preguntéis os dirán cómo llegar.
-El otro, oficialmente denominado "Ruta de las fuentes", y señalizado como PR, es una vuelta circular para hacer andando, de una duración de algo menos de dos horas yendo con una niña de tres años. El camino mezcla pista y sendero, y aunque el punto fuerte parezca que son las fuentes, lo realmente bonito es el andar entre una vegetación, principalmente pinos, que parece estar arropándote todo el rato, y que de vez en cuando se abre para ofrecerte amplias vistas del territorio. Este agradable paseo, en el que también se pueden ver masías hoy ya despobladas, acaba en un interesante lavadero que casi tapa una antigua fuente con un grabado que parece ser de época gótica. Aquí podremos refrescarnos antes de volver al pueblo... a ser posible, a echar una cerveza, que bien nos la habremos ganado.
En fin, que unos días aquí serán unos días bien aprovechados, y volveréis a donde quiera que hayáis venido, relajados y con la sensación de que os ha cundido el tiempo.Ya para terminar, y como he hecho otras veces, voy a añadir una nota histórico-botánica-gastronómica. El nombre del pueblo viene de un árbol, el acerollo, que al parecer había bastantes por la zona y ahora ya no. El acerollo es un árbol caducifolio que puede superar los 15 m.; sus flores aparecen en mayo y dan como resultado un fruto en forma de pequeñas bolas que, cuando están maduras, adoptan un color pardo-rojizo, más bien tirando a marrón caguerilla, y que gastronómicamente tienen una peculiaridad muy interesante: o te gusta o no. Sin términos medios.Conozco bastante este árbol porque en Utrillas, de crío, por la era del Tío Jorge había unos cuantos acerollos y, con la abuela, recogíamos las acerollas maduras y, las que no nos comíamos en el momento, las guardábamos y las dejábamos secar un poco. Luego, partíamos el fruto por la mitad y, con una aguja enhebrada en hilo, las "cosíamos" para hacer collares en los que las acerollas acababan de secarse. Y, cuando estaban secas, nos poníamos esos collares y ya teníamos la merienda casi a la altura de la boca.¡Qué tiempos, Roque, qué tiempos! Me voy a la cama a rezar por las acerollas.