Vino, jamón y guiñote
Siempre me acordaré de la primera vez que estuve en Las Parras de Castellote: aún no había acabado de cerrar la puerta del coche cuando vi, en el cristal de un 4x4 que estaba aparcado al lado, una original pegatina en la que se leía: "Las Parras de Castellote: vino, jamón y guiñote". Por un momento pensé que habíamos ido a caer en el Paraíso.
Y no. Pero casi.
Un paseo por sus pocas calles me descubrió flores, una iglesia impresionante, un río... y la joya de la corona: un fantástico lavadero al que, al poco, se acercó una señora mayor a hacer la colada.
Las otras veces que he tenido la suerte de volver a Las Parras de Castellote me han ido enseñando los cambios que se han ido produciendo en su casco urbano; cambios que han sabido mantener la esencia del pueblo, con un aire renovado pero sin perder sus aires del pasado. Y, siempre, un recorrido que pasa por el río y por el sempiterno lavadero.
El mentidero se ha mantenido, y el remodelado edificio del ayuntamiento (imagino, por las pintas, que es el ayuntamiento) alberga en su primera planta el bar. Un bar normal, funcional. Para tomar una caña o un café, y echar un guiñote.
Pero no olvidemos que estamos en la provincia de Teruel, y que esto es un territorio de sorpresas.
Y, como imagino lo que estáis pensando los que habéis leído hasta aquí, efectivamente, este es un bar del tipo de los que ya hemos "hablado" en otras ocasiones.
La última vez que estuve había tras la barra un abuelo y, como era la hora del vermú, le preguntamos por algo de picar. Nos señaló unos tristes frutos secos, una lata de berberechos... Estaban allí unos de la tele, que iban a rodar algo que el hombre no sabía muy bien, le contamos que también éramos de Teruel, hablamos del tiempo y del pueblo, y entre unas cosas y otras le dijimos que bueno, que nos pusiera algo porque si no íbamos a desfallecer.
Entonces el abuelo (a quien Dios guarde muchos años) se fue de la barra y volvió al poco con unos chorizos de jabalí que, según dijo, hacía su mujer (a quien Dios guarde también muchos años). Y, por no poner un taco, voy a escribir ¡my God!. Ha sido el mejor chorizo de jabalí que he comido en toda mi vida.
Reticente a vendernos alguno (cosa que entiendo, pues lo he vivido), nos fuimos de Las Parras de Castellote con un inmejorable sabor de boca y dejando al abuelo con una media sonrisa hasta la oreja y con una historia que contar a su mujer a la hora de comer y a sus amigos en el mentidero.
Y es que en Teruel somos así.







Siempre me acordaré de la primera vez que estuve en Las Parras de Castellote: aún no había acabado de cerrar la puerta del coche cuando vi, en el cristal de un 4x4 que estaba aparcado al lado, una original pegatina en la que se leía: "Las Parras de Castellote: vino, jamón y guiñote". Por un momento pensé que habíamos ido a caer en el Paraíso.
Y no. Pero casi.
Un paseo por sus pocas calles me descubrió flores, una iglesia impresionante, un río... y la joya de la corona: un fantástico lavadero al que, al poco, se acercó una señora mayor a hacer la colada.
Las otras veces que he tenido la suerte de volver a Las Parras de Castellote me han ido enseñando los cambios que se han ido produciendo en su casco urbano; cambios que han sabido mantener la esencia del pueblo, con un aire renovado pero sin perder sus aires del pasado. Y, siempre, un recorrido que pasa por el río y por el sempiterno lavadero.
El mentidero se ha mantenido, y el remodelado edificio del ayuntamiento (imagino, por las pintas, que es el ayuntamiento) alberga en su primera planta el bar. Un bar normal, funcional. Para tomar una caña o un café, y echar un guiñote.
Pero no olvidemos que estamos en la provincia de Teruel, y que esto es un territorio de sorpresas.
Y, como imagino lo que estáis pensando los que habéis leído hasta aquí, efectivamente, este es un bar del tipo de los que ya hemos "hablado" en otras ocasiones.
La última vez que estuve había tras la barra un abuelo y, como era la hora del vermú, le preguntamos por algo de picar. Nos señaló unos tristes frutos secos, una lata de berberechos... Estaban allí unos de la tele, que iban a rodar algo que el hombre no sabía muy bien, le contamos que también éramos de Teruel, hablamos del tiempo y del pueblo, y entre unas cosas y otras le dijimos que bueno, que nos pusiera algo porque si no íbamos a desfallecer.
Entonces el abuelo (a quien Dios guarde muchos años) se fue de la barra y volvió al poco con unos chorizos de jabalí que, según dijo, hacía su mujer (a quien Dios guarde también muchos años). Y, por no poner un taco, voy a escribir ¡my God!. Ha sido el mejor chorizo de jabalí que he comido en toda mi vida.
Reticente a vendernos alguno (cosa que entiendo, pues lo he vivido), nos fuimos de Las Parras de Castellote con un inmejorable sabor de boca y dejando al abuelo con una media sonrisa hasta la oreja y con una historia que contar a su mujer a la hora de comer y a sus amigos en el mentidero.
Y es que en Teruel somos así.









