lunes, 16 de mayo de 2011

Alba (Comunidad de Teruel)

Historia de dos autovías
Corría el año del Señor de 2009 cuando, tras tiempos de reivindicaciones, accidentes, obras, protestas sin fundamento, obras para apañar las obras, más protestas (con y sin fundamento), obras para apañar las apañadas obras, y varias inauguraciones (totales y parciales), los usuarios parecieron dar por buena la autovía que unía, por fin, Zaragoza con Teruel. ¡Qué digo Zaragoza con Teruel! ¡Unía Nueno, en la provincia de Huesca, con Sagunto, en la provincia de Valencia!.
Atrás quedaban las largas colas en la senda de los elefantes, las cerradas curvas, los pasos por cascos urbanos y el triste recurso de intentar atajar yendo por la carretera de Utrillas. Por fin las tres provincias de Aragón quedaron unidas por una carretera de alta velocidad y dos carriles (por cada lado).
Pero esto, que tanto ha costado, al fin y al cabo no es ninguna novedad.
Cuando corría el año 0 (más o menos, que todavía no había ningún "Señor"), ya circulaban carros, caballos y peatones en forma de legiones por una autovía que, pareja a la que se haría unos dos mil años después, unía el puerto romano de Saguntum con la próspera Caesaraugusta.
A mitad de camino, ambas vías/autovías han cogido en medio a Alba del Campo (o Alba, a secas, como aparece oficialmente en algunos sitios).
Quedando hoy día un poco al margen de la autovía, en la época romana debió ser un centro logístico bastante importante, y así continuó siéndolo durante bastantes siglos pues en el s. XIII se edificó un castillo, en un primer momento para controlar la "autovía" romana y, más tarde, como baluarte defensivo en una posible guerra con Castilla.
Y, sin embargo, y esto ya son tontadas mías, lo que más me sorprendió de Alba es que fue el único pueblo de la redolada donde pudimos comer algo. Resulta que estábamos visitando el castillo de Peracense (otra vez), un pueblo casi sin bar, y de allí nos mandaron a Alba porque en Almohaja tampoco habría nada. El caso es que en Alba, casi perdidos tras un corto recorrido por lo que me pareció un extenso pueblo, acabamos preguntando a un hombre que a todas caras volvía del campo. El abuelo arrojó la ligona y, en un intento de sujetarse los pantalones por el cinto, corrió a ver en qué podía ayudar a estos pobres forasteros. Así que se nos acercó y nos dio toda la información y más que necesitábamos, acompañándonos casi hasta la puerta del bar. "Demanden a María", añadió finalmente. Y, efectivamente, demandamos a María y María nos dio de comer.
Así que a él, y a todos los que día a día hacen vida bajo lo poco que queda de un impresionante castillo, va dedicada esta historia.

Nota: Ya solo falta unir Teruel con Cuenca. Y poner estaciones de servicio en la autovía.


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