sábado, 23 de agosto de 2014

Monroyo (Matarraña)

Jamón y piedra
Comencemos diciendo que el nombre de este pueblo deriva del latín "mons rubeus = monte rojo", y cuya palabra "rubeus" pasó al aragonés "royo". Este color royo proviene de las tierras arcillosas sobre las que se levantan sus casas, y tanto es así que a los del pueblo los apodan "culorroyos" (que creo no necesita traducción). Ya puestos, decir que otro apodo de estas gentes es el de "sucarrats" (que creo que tampoco necesita traducción).
Monroyo es el último pueblo de la provincia de Teruel por el que se pasa para ir a Vinaroz a comer gambas (aunque más adelante está Torre de Arcas, no se pasa por su casco urbano). Monroyo es ese pueblo que tiene en alto un reloj en una sencilla torre blanca que parece que no pinta nada con el pueblo. Finalmente, Monroyo es ese pueblo famoso por sus buenos jamones y que "poco más tiene" aparte de un hostal con bar/terraza y una gasolinera (cada uno en un lado). Y, por cierto, que junto a la gasolinera hay una tiendecica donde adquirir jamones de la zona y otras delicias gastronómicas, y así de paso le mando un saludo a Fernando.
Pero Monroyo es mucho más Monroyo, lo que pasa es que todo el casco urbano se halla en la ladera del monte contraria a la dirección de la carretera, y cuando digo ladera es porque todo el pueblo es una cuesta, y bastante empinada. Una buena vista del conjunto la tenemos si venimos desde Valderrobres / Peñarroya de Tastavins por la carretera A-1414.
Podemos hacer una visita a Monroyo de dos formas distintas: o bien dejando el coche arriba, en el parking junto a la nacional, e ir tirando para abajo (luego será cuesta arriba); o bien dejando el coche en la parte baja e ir subiendo.Yo os aconsejaría esta última por dos razones: la primera es que comenzamos subiendo, con lo que iremos despacio y nos iremos parando con más detenimiento en las cosas que hay que ver para, también, ir descansando un poco; y la segunda es que, acabada la visita, estaremos en la parte alta del pueblo, con lo cual tras echarnos una cerveza en la terraza del bar Guadalope sólo nos quedará bajar (= ir cuesta abajo). Así que, por mi parte, empecemos desde abajo.
Entraremos por el portal de Santo Domingo, donde también se le ha habilitado una capilla al santo y, manos a la espalda y paso de pastor, el recorrido por este pueblo de piedra (como otros muchos del Matarraña) nos llevará por calles con casas señoriales, por curiosas viviendas a las que se accede por soportales, nos acercará a la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y al Ayuntamiento, ambos del siglo XVI, y este último con una tenebrosa cárcel en la planta baja, con tres oscuras celdas conectadas entre sí, y que curiosamente conservan los retretes (tal vez porque también están hechos de piedra).
Cuando ya parece que hemos llegado a lo alto del pueblo, un acondicionado paseo nos conduce a esa pequeña montañera que se veía al venir. Es el Castillo de la Muela, donde en tiempos hubo un castillo en el que se alojaron personalidades como el Cid o Sancho Ramírez. A fecha de hoy no queda nada del castillo, pero sí un excelente mirador de toda la redorada y una torre cuadrángular, blanca para que se vez mejor, con un reloj en cada cara.
Pues hala, que ahora sí que es todo cuesta abajo. Eso sí, habrá que hacer una parada en el bar de la posada Guadalupe (como siempre que se acaba un paseo de este tipo). Y, según qué hora sea, incluso comer; se come muy bien y muy  bien de precio.
Además, Monroyo tiene varias ermitas por sus alrededores; la más arreglada y conocida es la ermita de Nuestra Señora de la Consolación, visible y accesible desde la carretera N-232 que viene de Alcañiz y va a Morella y Vinaroz. Comento esto porque, aparte de que vale la pena parar a verla porque tiene alguna cosa curiosa (como la casa del ermitaño, conchas de Santiago por todas partes…), hace mucho que no meto una leyenda en los relatos, así que ésta es la ocasión.
Ahí va la historia de la ermita:
"La leyenda cuenta que hace mucho, mucho tiempo, un caballero y su fiel montura vagaban por estas tierras cuando una tormentas de nieve, ventisca y frío les sorprendió, haciendo que se perdieran y vagaran sin rumbo fijo. La tormenta arreciaba y el frío era cada vez mayor, así que al caballero no le quedo otra que matar a su caballo y refugiarse en sus entrañas.Cuando cesó la tormenta, el caballero había salvado su vida a costa de sacrificar a su compañero. Entre sollozos, juró levantar una ermita en honor a Nuestra Señora de la Consolación para que futuros viajeros que pudieran correr su misma suerte encontraran techo y cobijo".

Y ahí está la ermita.






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